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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Hasta el rabo, todo es perro

Imagen de archivo.

Gumersindo Lafuente

Día grande en el Congreso de los Diputados. Y no por el asunto de los estibadores (que también). Lo que realmente me interesa de lo vivido ayer en la Carrera de San Jerónimo es el fin, 30 años después de ser aprobado por Europa, de las mutilaciones legales de los animales de compañía. Aunque sea con retraso, es una gran noticia, imposible sin el advenimiento del multipartidismo y la debilidad del PP en la cámara.

Y es que en esto del maltrato a los animales, los populares se han mostrado siempre muy reacios a prohibir. Ellos, tan partidarios de poner límites a las libertades de las personas, son tremendamente libertinos en cuanto al trato de los animales (de compañía, en este caso).

Muy poético se ha puesto Pablo Iglesias en su intervención, recordando a su perro y al del mismísimo Rajoy. A este paso, dadas las lisonjas que desde la tribuna se intercambian ambos líderes, no sería extraño ver jugar en los jardines de la Moncloa a Rico (el perro de Rajoy) y a Tirso (el can de Iglesias), mientras sus dueños se toman un café y planean el siguiente movimiento para terminar de asfixiar al PSOE (si es que este no se les adelanta y se suicida antes), el enemigo político común.

Y es que los animales de compañía tienen mucho tirón, no hay más que ver cómo perros y gatos triunfan en las redes y se han convertido casi en un modelo de negocio para algunos medios (de triste futuro), que parecen más interesados en contar sus gracias que los problemas de los humanos que sobreviven con salarios de miseria y contratos –los que los tienen– plagados de incertidumbres.

Pero dejemos los contratos y volvamos a los malos tratos y los animales. Sería interesante que lo de ayer sea el inicio de algo más. El principio de un cambio radical en cómo nos relacionamos con los animales, tanto los de compañía como el resto. Por muy tradicionales que sean, hay aún un buen puñado de festejos en los que el personal se divierte hiriendo, lacerando, aterrorizando a toritos, caballos, cabras, patos y demás especies. Son las fiestas populares, dicen, pero por muy populares (y creo que en este caso no se refieren a los partidarios del PP) que sean, en 2017 deberíamos aprender a festejar, sí, pero de otra puñetera manera.

Lo mismo sucede con las corridas de toros. Otro asunto polémico. Si prohibimos cortarle los rabos a los perros, imagino que estará cerca el momento en el que se deberá terminar con las banderillas, los picadores y las espadas de la muerte, que, por cierto, tan pocos matadores saben usar con maestría y tanto dolor inútil ocasionan a los astados. En este caso, quizá sería una buena idea que el dinero público no pudiera subvencionar estos tristes espectáculos. Privada del apoyo de ayuntamientos y comunidades, la llamada fiesta nacional se extinguiría en casi toda España en muy poco tiempo. Ese día sería perfecto.Ya no se cortarían orejas y rabos, ni de toros ni de perros.

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