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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Yo también recelaba de Greta, hasta que oí a mi hija y a Ana Rosa Quintana

Greta Thunberg en agosto de 2018. (Mårten Thorslund)

Isaac Rosa

Viene a España Greta Thunberg, y cada uno puede elegir su propia Greta: 1) el símbolo de la lucha contra el cambio climático Greta, 2) el referente para millones de jóvenes Greta, 3) la joven activista Greta, 4) la cría valiente pero con sobreexposición Greta, 5) la chica que debería estar en clase Greta, 6) la hasta en la sopa Greta, 7) la niñata insoportable Greta, 8) la inofensiva títere del poder Greta, 9) la loca esa de Greta.

En esa escala de Gretas, ¿en cuál se sitúan ustedes? No tiene que ser una posición fija, algunos nos hemos ido deslizando por la misma, hacia delante y hacia atrás según el momento. En mi caso, durante un tiempo me situé en la zona media, en el 4 (“cría valiente pero con sobreexposición”), y llegué a poner un pie en la casilla 5, con riesgo de dar el paso fácil a la 6, y desde ahí despeñarme por la escalera para acabar haciendo chistes sobre “la loca esa de Greta”.

Pero en los últimos tiempos he rehecho el camino: sin perder mi preocupación (paternalista, claro) por la excesiva presión sobre alguien tan joven, he ido viéndola como una joven activista (una entre tantos que a su edad ya se movilizan), un referente para millones como ella, y hasta un símbolo de la lucha contra el cambio climático. Para desandar hacia el otro lado de la escala, han sido fundamentales dos personas: mi hija Olivia, y Ana Rosa Quintana. Vayamos por partes.

Mi hija: tiene solo un año menos que Greta, y lleva ya tiempo sin perderse una movilización feminista ni una acción ecologista. Ecofeminismo, diríamos. El feminismo lo ha mamado en casa, y ha llegado a la adolescencia justo cuando la lucha feminista se convertía en el movimiento social más potente. Pero en su conciencia medioambiental ha sido decisivo el ejemplo de Greta, desde que la joven sueca empezó a faltar a clase y sentarse sola frente al parlamento sueco. Desde entonces, mi hija va a todas las sentadas frente al Congreso, asume y difunde los hábitos de vida que debemos cambiar, y sabe mucho más que yo de activismo medioambiental.

Sé, por sus amigas, por hijas de conocidos, y por los muchos jóvenes que estos días se movilizarán frente a la Cumbre, que ella no es la única que se hizo activista tras ver vídeos de Greta, escucharla ante Naciones Unidas, o verla cruzar el mar en barco (“¡esta semana llega Greta a Madrid!”, se dicen con gran excitación).

Que sí, que ya sé que ni Greta Thunberg ni mi hija ni todos esos jóvenes van a resolver un problema de tanta complejidad, y que implica a los que seguramente son los intereses más poderosos hoy en el planeta. Ante su activismo juvenil, podemos mirar a Greta y a mi hija con una sonrisita condescendiente, adultocéntrica, seguramente patriarcal, llena de incomprensión y resentimiento generacional (“estos niñatos que nos culpan a nosotros…”). O podemos entender que para millones de chavales empieza aquí su socialización política, su toma de conciencia y paso a la acción, que tal vez en poco tiempo irá mucho más allá de sentarse frente al Congreso, pintarse la cara en las manís, o cruzar el Atlántico en catamarán.

Qué pronto se nos olvidan nuestros primeros pasos en el activismo, a menudo con causas que en su día eran vistas por nuestros mayores, por los mayores de cada época, con la misma condescendencia, incomprensión y resentimiento. Aquellas inocentes acampadas del 0'7, que no consiguieron gran cosa pero a muchos nos metieron de cabeza en el activismo social y político. O más reciente, esos niñatos del 15M, con sus manitas al aire, ¿se acuerdan?

Pero estos días no solo he oído a mi hija y a sus coetáneas. También he escuchado a Ana Rosa Quintana, y que me perdone por personificar en ella, que ni siquiera es la peor. He escuchado a Ana Rosa, y a algunos de sus colaboradores, y a varios presentadores de radio, y a numerosos tertulianos por todas las televisiones y radios, y a columnistas de prensa, y a varios políticos y ex políticos, todos hermanados en su ignorancia, repugnancia y mofa hacia la joven Greta Thunberg. Llevan más de un año riéndose de la niñata, malcriada, mesiánica, perturbada, histérica, mamarracha (palabras todas escuchadas esta semana); y ahora que viene a España ha estallado el jolgorio final, que va mucho más allá de Greta, incluye todo tipo de cuñadeces sobre el cambio climático propios del negacionismo más cobarde (ese de “yo no soy negacionista, yo defiendo que hay que hacer algo, peeeeero…”).

Yo no sé si Greta va a conseguir mucho, poco o nada. Y tengo claro que frente a la  grave crisis climática hace falta mucho más. Pero cuando escucho a mi hija, y a Ana Rosa y compañía, yo tengo claro cuál es mi lado.

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