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Sánchez y Casado frente al huracán Ayuso

El candidato del PSOE a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo (i) y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d) durante el último acto de campaña del partido

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Los pronósticos se cumplieron con creces e Isabel Díaz Ayuso obtuvo una victoria aplastante en las elecciones madrileñas. Tras engullir a Ciudadanos y frenar el crecimiento de Vox, la candidata del PP roza la mayoría absoluta de la Asamblea y le bastará con la abstención del partido de ultraderecha para ser investida presidenta. Ayuso venció en impecable lid democrática, si asumimos la democracia en su sentido más procedimental, como una cita con las urnas en la que los electores depositan su voto en condiciones formales de libertad. Sin embargo, quienes creemos que la democracia consiste no solo en una ceremonia periódica de votación -lo cual es muy importante, faltaba más-, sino también en una cultura, en una forma de entender la vida y relacionarnos con el prójimo, el resultado del martes nos plantea muchos interrogantes e inquietudes.

El triunfo de Ayuso es la consagración de un modo de hacer política basado en la frivolización extrema del mensaje, la exaltación de la vulgaridad y el ridículo como virtudes políticas, y la creación de una realidad paralela mediante el uso descarado de medias verdades o mentiras flagrantes. La candidata del PP ha conseguido que 1.620.213 madrileños (el 44,73% de los votantes) asumieran su discurso del milagro económico de Madrid, sin que pareciera importarles que el supuesto prodigio se haya conseguido mediante un trato fiscal generoso a los grandes capitales y un agresivo dumping tributario frente a las demás regiones, y a costa de un aumento galopante de la desigualdad social y un deterioro de los servicios públicos que ya ha comenzado a pasar factura, como quedó patente con la muerte masiva de ancianos en las residencias durante la primera ola de la pandemia y como lo evidencian las listas interminables de espera para atención médica en la red pública. Ahora bien, la victoria apabullante del martes no se explicaría sin la maniobra, intelectualmente burda pero emocionalmente hábil, de plantear estos comicios como un dilema entre “comunismo” y “libertad”, identificando este término con la posibilidad de ir a los bares hasta altas horas de la noche y sin apenas control policial, en abierto desafío a las directrices del Gobierno central y mientras el resto de comunidades, incluso las gobernadas por el PP, mantenían severas restricciones por la gravedad de la pandemia. Esa apuesta temeraria le dio a Ayuso frutos electorales no solo entre los propietarios de los numerosos bares y restaurantes de Madrid, sino entre muchos ciudadanos desesperados por meses de encierro y limitaciones. Y la izquierda no supo contrarrestarla.

Cuando se analiza el fenómeno Ayuso, resulta inevitable invocar a Jesús Gil, aquel personaje estrambótico, desvergonzado y lenguaraz que se convirtió tres décadas atrás en una suerte de emperador de Marbella. También él alardeaba de ser artífice del milagro económico en su ciudad, y muchos ciudadanos –no solo los beneficiarios directos de los negocios que promovía sin límites entre lo público y lo privado– le aplaudían sus ramplonas gracias y sus coqueteos con ideas antidemocráticas. Sin embargo, tienen razón quienes prefieren equiparar a Ayuso con Trump, porque, a diferencia de Gil, que creó su propio partido –cuyas siglas eran, cómo no, GIL–, la líder madrileña está desarrollando su proyecto dentro de las estructuras de uno de los dos partidos mayoritarios de España, del mismo modo en que lo hizo Trump en el partido Republicano de EEUU. 

Pablo Casado ha celebrado eufórico el triunfo de Ayuso, quizá no tanto por la simpatía que le despierta su copartidaria, como por la percepción de que el resultado en Madrid le despeja a él el camino para llegar a la Moncloa. La historia del país no permite colegir alegremente que, en términos electorales, Madrid sea España dentro de España, de modo que habrá que esperar el momento oportuno para comprobar si las expectativas del presidente del PP se cumplen. Hasta entonces, deberá enfrenarse a un problema serio: que Ayuso sea el PP dentro del PP. Es decir, que esa émula de Trump a la que hoy aplaude con regocijo, como hacían los republicanos con el original, no se le acabe saliendo de las manos y desarrollando una fuerza que choque con el proyecto de Génova, si es que hay alguno. Esta soterrada partida de ajedrez apenas comienza, y es probable que en algún momento ponga a Casado en la tesitura de optar entre un proyecto homologable con las democracias cristianas europeas o uno que no haga ascos a idearios de extrema derecha, como parece asumirlo el ayusismo. En otras palabras, una vez se le relajen los músculos faciales que ahora le sostienen la sonrisa, el líder del PP confirmará lo que, en el fondo, sabe: que tiene una complicada patata caliente en casa, de cuyo manejo dependerá su propio futuro político.

Si en el PP se asoman turbulencias, por el lado de la izquierda lo que hay es un desmadre monumental. El anuncio de Pablo Iglesias de que abandona la política tras el “fracaso” electoral en Madrid deja a Podemos, partido donde ejercía un liderazgo mediático, en una situación aún más complicada de lo que ya venía experimentando. A su vez, Más Madrid, pese a haber obtenido un resultado digno y haber sobrepasado a los socialistas en votación, quedó lejos de consolidarse como alternativa al PP. Pero, sin duda, el gran derrotado dentro del bloque progresista fue el PSOE, y por partida doble: por el hundimiento de su apuesta en Madrid, que contó con la implicación personal del presidente Sánchez, y por la certificación del fracaso de una operación pilotada desde la Moncloa que comenzó con las mociones de censura en Murcia y pretendía extenderse por efecto dominó a los territorios gobernados por el PP.

Es probable que el Gobierno de coalición termine su mandato. Pero el problema al que se enfrenta el PSOE es de fondo: qué hacer en un escenario político completamente nuevo, donde la escuela trumpista ha llegado para instalarse en España, como parece anunciar el fenómeno Ayuso. Frente a este desafío, caben dos opciones: jugar a las mismas cartas del rival, banalizando aún más la política de lo que ya está y buscando en las filas del partido al candidato más disparatado posible, o repensar el proyecto socialista, de modo que vuelva a entusiasmar a los partidarios de una sociedad más justa y solidaria. Ya no valdrán los tacticismos de estrategas formados en la serie del Ala Oeste.

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