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Sánchez decreta un 155 para Igualdad

La ministra de Igualdad, Irene Montero.

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La ministra de Defensa de Alemania, Christine Lambrecht, dimitió hace un par de semanas tras protagonizar varios errores y polémicas al frente de un Ministerio clave para el Gobierno del canciller Olaf Scholz en el contexto de la guerra en Ucrania. “El foco de los medios en mi persona durante meses apenas permite informaciones y debates objetivos sobre los soldados, la Bundeswehr [ejército alemán] y las direcciones de la política de seguridad en interés de los ciudadanos alemanes”, argumentó la socialdemócrata de 57 años en el comunicado en el que pidió a Scholz que la relevara del puesto.

Nadie en el Gobierno de Sánchez ha tenido más foco, más presión y más persecución que Irene Montero desde que llegó al Ministerio de Igualdad. El precio personal ha sido demasiado alto para ella y para su familia. Curtida en mil batallas, se ha defendido como pocos desde la tribuna del Congreso cada vez que sus opositores la han atacado sin piedad y, en ocasiones, hasta sin razones. 

En estos tres años de mandato, Irene Montero pudo haber dicho, como la ex primera ministra de Nueva Zelanda Jacinta Arden, mientras dimitía por los ataques y las amenazas recibidos durante su mandato: “Soy humana y ya no tengo suficiente energía”. Vitalidad nunca le faltó a la ministra de Igualdad. Pero una cosa es tener la fortaleza y la garra para no arredrarse ante los furibundos ataques de los adversarios y otra muy distinta es no querer ver lo que significa en términos políticos que el presidente de tu Gobierno dé instrucciones para que te arranquen de los brazos y de las entrañas tu ley estrella, y que sean otros los que la corrijan sin tu aval.

Si Montero fuera ministra en Alemania, en Francia, en el Reino Unido o en Dinamarca, hoy ya no formaría parte del Gobierno. Y no porque los efectos indeseados de la ley del solo sí es sí sean solo achacables a su gestión. Una norma es un trabajo compartido que sale de un órgano colegiado y que ha pasado, antes de su aprobación, por decenas de filtros y de ministerios. La responsabilidad es repartida y en última instancia, siempre del presidente del Gobierno. 

Pero la decisión de Sánchez de imponer, ya sin el aval de Montero, una reforma urgente de la ley que ha permitido la rebaja de las penas impuestas a más de 400 abusadores sexuales y violadores es un 155 al Ministerio de Igualdad, una intervención en toda regla, después de que Podemos y el PSOE hayan sido incapaces de ponerse de acuerdo sobre una corrección que, según algunos sondeos, reclama el 77% del electorado español. La última propuesta salió el viernes por la tarde del departamento de Pilar Llop hacia Igualdad, Montero la rechazó y, sin avisar a sus socios, Sánchez decidió que no esperaba más y que este lunes se registraba la reforma en la Cámara Baja.

La ministra, además de desautorizada, queda en evidente situación de debilidad después de que el presidente haya impuesto el criterio del Ministerio de Justicia -recogido en una Proposición de Ley del Grupo Socialista- para incluir el subtipo de la violencia e intimidación como agravante para ajustar al alza las nuevas penas. Lo haya hecho por la alarma social generada, por los errores técnicos detectados o por pura táctica electoral ya es lo de menos. Lo importante es que a una ministra del Gobierno se la aparta de las correcciones del que era su texto más emblemático y sigue sentada en el Ministerio. Si las responsables de Igualdad, como han dicho, están convencidas de que el texto de Pilar Llop es “inaceptable”, “intolerable” e “incomprensible” no se explica que sigan en sus puestos. La dignidad y la coherencia son valores que no cotizan en Bolsa y al parecer, tampoco en política.

Dimitir no es un nombre ruso, sino un verbo que conjugan mucho más en el resto de Europa que en esta España nuestra. Allí se dimite por coherencia, por errores, por plagios, por inventarse títulos, por descuidos y hasta por la vergüenza de llegar unos minutos tarde al Parlamento. Aquí la respuesta del espacio morado al golpe de autoridad del presidente ha sido maniobrar con los aliados parlamentarios de la coalición para torpedear las modificaciones impulsadas por el PSOE. Un gesto que dice mucho de la tensión que se vive estos días dentro del Ejecutivo y que añade incertidumbre sobre cuánto será de estruendoso este final de mandato en el que el socio minoritario trata de marcar perfil propio a las puertas de varias citas electorales.

Siempre desde dentro del Gobierno, eso sí. 

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