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Sí, un ataque nuclear ruso es posible

Vladímir Putin, durante su discurso del pasado miércoles.

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Por primera vez en décadas, muchos españoles están realmente inquietos porque una crisis internacional pueda afectarles directa y seriamente. La posibilidad de que Rusia recurra a las armas nucleares en la guerra de Ucrania asusta a muchos de nuestros conciudadanos. Y también es algo que no descartan numerosos expertos y exponentes políticos. No hace falta ser un experimentado analista para intuir que, si las cosas se le ponen muy difíciles a Vladímir Putin, éste termine haciendo lo que hasta hace muy poco parecía impensable.

El líder ruso lo dijo muy claro en su alocución de este miércoles. Lo que los medios no recogieron, y particularmente las cada vez más chabacanas cadenas españolas, fueron los argumentos que utilizó Putin para justificar esa amenaza terrible. No fueron nuevos, pero sí expresados con una contundencia inhabitual. Vino a decir que Rusia lleva años asediada por Occidente, que ha recurrido a todo para arrinconarla y evitar que tenga una voz autónoma en la escena mundial. Que Ucrania ha sido el último instrumento de esa presión que, según Putin, coloca a su país en un riesgo existencial.

¿Hay algo detrás de esas palabras, además de un victimismo nacionalista que otros autócratas han usado a lo largo de los tiempos? Probablemente algunas acusaciones basadas en hechos reales: en los últimos años, Estados Unidos y la Unión Europea, siguiéndoles más o menos sin rechistar, han venido tomando iniciativas muy poco favorecedoras de unas buenas relaciones con Moscú. Bien es cierto que la anexión de Crimea en 2014 es un antecedente que no se puede olvidar, pero el radical cambio de actitud de Joe Biden respecto de la que mantuvo Donald Trump ante Rusia, es decir, una cuestión de política interior norteamericana, puede ser tanto o más importante que lo anterior.

Lo que está claro es que Occidente no ha comprendido la particular y conflictiva importancia que Ucrania tiene para los rusos. Y si lo ha comprendido lo ha despreciado. Desde esa particular sensibilidad, atraer a Ucrania a la OTAN -con el apoyo de muchos ucranios, desde luego- es prácticamente una provocación. Buena parte de los ciudadanos rusos así han debido de entenderlo. Putin se dirigía a ellos en su dramática alocución del miércoles. Venía a decirles que era hora de que Rusia reaccionara y que las armas nucleares podían estar justificadas.

Y con todos los temores propios de una situación tan extrema como la que se está viviendo, es muy posible que muchos de esos ciudadanos estén, de una o de otra manera, de acuerdo con su presidente, que hasta hace poco era el político más popular de Rusia desde los tiempos de Stalin. Sin aceptar como plausible esta hipótesis, la de que Putin no está ni mucho menos sólo y despreciado cotidianamente por Occidente, es imposible entender esta guerra.

Pero esa comprensión no disipa, sino todo lo contrario, el riesgo de que Moscú decida atacar a Ucrania con armas nucleares. Probablemente bastaría con que la reciente y al parecer exitosa ofensiva ucraniana en el este del país se reanudara con la fuerza que ha tenido en las semanas pasadas como para que Putin decidiera propiciarla de un día para otro. Y más si esa ofensiva actúa en territorios que en estos días, por vía de referendos convocados ad hoc, se han convertido en rusos.

Los expertos creen que el ataque nuclear previsible sería de baja intensidad, con artefactos diez y hasta veinte menos potentes que el empleado en Hiroshima. Pero igualmente letales y de consecuencias políticas desastrosas. Porque Occidente no podría sino tomar represalias cuando menos tan graves como el ataque mismo. Y la situación podría escaparse a cualquier forma de control.

¿Creen los líderes occidentales, y Joe Biden a su cabeza, que Putin puede estar hablando en serio? ¿Qué piensan de la situación Xi Jinping y Tayyik Erdogan, hasta ahora aliados del líder ruso y que la prensa occidental se ha apresurado últimamente a asegurar que se están alejando del mismo?

Lo que está claro es que, si la dinámica de confrontación se abandona a su suerte, como hasta ahora ha pasado, cabe temer lo peor. De ahí que algún tipo de intermediación sea ahora bastante más posible que hace unos meses. A esa necesidad de encontrar una vía pacífica se añaden las consecuencias económicas desastrosas que la guerra está teniendo. En Rusia, desde luego -y eso también debe reforzar el impacto del discurso de Putin entre los rusos-, pero también en Occidente, cada vez más amenazado por una grave recesión si el conflicto no se aplaca en el giro de pocos meses.

Putin no puede ganar la guerra, o cuando menos alcanzar los objetivos que tenía cuando empezó. Pero Occidente tampoco. Encontrar una fórmula que excluya la derrota de uno de los contendientes es ahora el desafío que tienen ante sí los poderosos del planeta. Habrá que esperar en que algunos de ellos se le ocurra algo que evite el desastre.

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