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Para qué sirve ganar

El candidato a la presidencia de la Generalitat por el PSC, Salvador Illa, valora los resultados electorales

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La rueda del hámster ha vuelto a girar. Cuatro años después todo cambia y todo sigue igual, como lleva sucediendo desde hace una década. El independentismo tiene mayoría suficiente para gobernar, pero no la necesaria para llevar adelante la unilateralidad, ni en términos cuantitativos, ni en términos de legitimidad. Los no independentistas no suman una mayoría suficiente para gobernar, pero retienen la minoría de bloqueo para la agenda independentista. El resultado que se repite una y otra vez de manera inalterable, por muchas veces que se vuelva a votar. La abstención ha penalizado la suma total del voto no independentista y ha dejado como estaba al total independentista, un resultado puramente coyuntural que no altera el equilibrio de fondo que explica Catalunya en los últimos años. Si alguien esperaba –otra vez– el desinflado del independentismo, se ha equivocado –otra vez–.

Los cambios se producen, también como siempre, dentro de los espacios. El efecto Illa no ha dado ni para gobernar, ni para condicionar el gobierno, pero ha permitido a los socialistas recuperar la hegemonía en el eje no independentista. Supone una buena noticia para la búsqueda de soluciones transversales durante la nueva legislatura, tanto por el perfil más dialogante de Salvador Illa, como por las necesidades mutuas de socialistas y republicanos para gobernar en Catalunya y en España. Se abre una ventana de oportunidad para pasar de hacer política de bloques a gestionar los ejes de la política.

Que los comunes hayan mantenido su espacio, aunque sea a duras penas, facilitará explorar ese tránsito y, seguramente, aquietará un tiempo las tensiones en el gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez. Aunque el gran problema continuará residiendo en la disponibilidad efectiva de un socio que quiera recorrer ese camino mientras ERC sienta en disputa el liderazgo nacionalista.

La debacle de Ciudadanos y del Partido Popular trae, en cambio, la mayor novedad y la pésima noticia de convertir a Vox en la primera fuerza de la derecha en Catalunya. Un terremoto de imprevisibles consecuencias en la política estatal, sobre todo en el PP, que se verá inevitablemente sometido a la presión de elegir entre competir con Vox en el extremo para evitar el sorpaso estatal, o relevar a Pablo Casado en el liderazgo para tratar de impedirlo desde el centro derecha. La suerte que espera a Inés Arrimadas parece aún más incierta en un partido que no logra más que cosechar hundimientos.

En el eje independentista, la ruptura de los neoconvergentes ha facilitado a ERC hacerse con el liderazgo de espacio independentista, aunque sea en precario. La competencia entre Junts y ERC, que se aceleró en el final de la legislatura hasta caer en la animadversión mutua, tiene todas las papeletas para seguir disparada, una vez vuelvan a pactar para gobernar y evitar el riesgo de mutua destrucción ante sus electorados. Las consecuencias que eso puede desencadenar, tanto en la gobernabilidad de Catalunya como en la de España, no se anticipan precisamente felices para ninguno de los dos ejecutivos. El crecimiento de la CUP sólo añadirá aun más volatilidad a la fórmula.

Si todos vuelven a hacer lo mismo que llevan haciendo con sus resultados los últimos diez años, volveremos a asistir a los mismos errores y escucharemos de nuevo los mismos debates circulares que no nos permiten salir de la rueda. Si Salvador Illa no quiere que su victoria resulte tan inútil como lo fue la de Inés Arrimadas, tendrá que intentar algo diferente. Su anuncio de presentarse a la investidura puede ser el comienzo. Si ERC quiere consolidar su liderazgo en el nacionalismo también tendrá que probar otra cosa. Lo de siempre no da para más. Les toca a ambos asumir el riesgo porque para eso sirve ganar.

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