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La socialdemocracia debe volver a sus orígenes

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, saluda ante el Plenario en la clausura del 40 Congreso Federal en 2021. EFE/ Biel Aliño

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Desde estas líneas a modo de súplica, una vez que Pedro Sánchez decidió adelantar las elecciones generales al 23 de julio, expusimos lo que debería hacer la izquierda para revertir los malos resultados del 28 de mayo, tanto a nivel político como a nivel económico. Y, dentro de esos ruegos, conminamos a aspirar a romper, o al menos denunciar, el marco de juego neoliberal impuesto desde Bruselas, y que tanto daño inflige, no solo a los ciudadanos españoles, sino también a la inmensa mayoría de los europeos. Es un marco ineficaz, profundamente injusto, y además está detrás del auge del fascismo.

Creíamos que, tras la Gran Recesión, tras la Covid, tras los populismos totalitarios de tipos como Trump o Bolsonaro, alguien desde Bruselas habría aprendido algo. Nuestro gozo en un pozo. Resulta que, ante un aumento de la inflación, consecuencia última de la desregulación de los mercados financieros de materias primas, un desastroso diseño del mercado eléctrico, y una inflación de vendedores, el BCE, desde una falsa independencia, opta por una subida de tipos de interés descomunal. Es un auténtico disparate que, ante todo, afecta a las familias de rentas más bajas y más endeudadas. A la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, se les une así un aumento de la carga financiera de sus deudas sin que hubiera necesidad de ello

Pero no contentos con semejante hazaña, se decantan además por la vuelta a la austeridad en 2024, proponiendo sobre todo una contención de gastos, básicamente aquellos que benefician a las familias de rentas más bajas. La distopía de ciertas élites que, bajo una falsa independencia, no responden ante la ciudadanía alcanza cotas inimaginables. Y su ignorancia, muy atrevida. Llama la atención el más absoluto desconocimiento de las balanzas sectoriales de Wynne Godley. Ya se enterarán allá por 2024-2025, cuando se active una crisis de deuda privada en ciertos países anglosajones. El problema de fondo no es solo una absoluta ineficacia económica, que también, sino que cuando de manera persistente ahondan en ello en realidad defienden ciertos intereses de clase.

Los momentos políticos del neoliberalismo

Como explicitan los economistas postkeynesianos Montier y Pilkington en “The Deep Causes of Secular Stagnation and the Rise of Populism” el neoliberalismo es un proyecto llamado desastre, que no podría ser peor para la política o la economía. Las políticas que prescriben son profundamente impopulares y disfuncionales. Los ciudadanos se tambalean viendo como pierden sus puestos de trabajo, como desaparece la estabilidad de los mismos -miedo y disciplina- y se esfuman sus ingresos, mientras que la economía se inclina hacia la inestabilidad y el estancamiento. Es un proyecto que beneficia a unos pocos a expensas de la mayoría. Esto se refleja en una clase mimada de individuos de altos ingresos, con la inestimable ayuda de ciertos tecnócratas que dan soporte mediante teorías económicas a esas políticas que llevan a la economía al caos. Pero dichas teorías simplemente no se ven corroboradas por la realidad.

Esta distopía, siguiendo a Sheldon Wolin, otrora profesor emérito de filosofía política de la Universidad de Princeton, germinó en el Totalitarismo Invertido. Se trata del momento político en el que el poder corporativo se despojó finalmente de su identificación como fenómeno puramente económico y se transformó en una coparticipación globalizadora con el Estado. Mientras que las corporaciones se volvían más políticas, el Estado se orientaba cada vez más hacia el mercado. Pero para ello, era y es necesario un relato que ha sido fomentado sin pudor, como explicita Wolin, “por unos medios de comunicación cada vez más concentrados y aduladores; por una máquina de propaganda institucionalizada a través de grupos de reflexión y fundaciones conservadoras generosamente financiadas, por la cooperación cada vez más estrecha entre la policía y los organismos nacionales encargados de hacer cumplir la ley, dirigido a la identificación de disidentes internos, extranjeros sospechosos…”.

Pero no se ha parado ahí. El neoliberalismo ha evolucionado desde una visión cínica de la democracia, el totalitarismo Invertido, hacia una deriva autoritaria, el clásico fascismo. El neoliberalismo no solo ha sido incapaz de evitar el aumento de las desigualdades, la pobreza y las crisis de deuda y producción, sino que en realidad las activó. Solo bajo el consenso keynesiano y el activismo de la izquierda clásica las clases trabajadoras lograron mejorar sus condiciones de vida y el ascensor social funcionó. La doctrina liberal dominante se ha entremezclado, además, con las teorías que arrojan sobre las leyes de la Naturaleza la responsabilidad de la miseria de las clases trabajadoras, y fomentan una profunda indiferencia y culpabilidad hacia sus padecimientos. Por ello los liberales condenan la intervención gubernamental respecto de las horas de trabajo, del tipo de los salarios, del empleo de las mujeres, de la acción de los sindicatos, proclamando que la ley de la oferta y la demanda es el único regulador verdadero y justo. Han ignorado de manera sistemática la monstruosa injusticia de la distribución actual de la renta y la riqueza.

La bola en el tejado de la socialdemocracia

Pero ahora, la bola está en el tejado de la socialdemocracia. Stephanie Mudge, profesora de sociología en la Universidad de California, es autora del libro “Leftism Reinvented: Western Parties from Socialism to Neoliberalism” (2018, Harvard University Press). En él desarrolla un análisis comparativo, histórico sobre la evolución en el último siglo de los demócratas estadounidenses, los socialdemócratas alemanes y suecos y el Partido Laborista británico. Centrándose en el papel central que desempeñan los expertos como intérpretes, representantes y portavoces dentro de los partidos políticos, el libro rastrea cómo los estrechos lazos de mediados del siglo XX entre las profesiones económicas y los partidos de centro-izquierda unieron sus destinos, de manera que cuando la economía cambió, los partidos de izquierda cambiaron con ella. El resultado fue un nuevo papel de los economistas como portavoces de los mercados y, junto a ellos, el surgimiento de nuevos expertos estratégicos y especialistas en políticas que hablaban de “lo que gana” y “lo que funciona”. El resultado, sin embargo, fue la disminución de la capacidad de representar de forma significativa a los grupos históricos de pobres, trabajadores y de clase media de los partidos de izquierda. Y al final la pérdida de peso político.

En “Moraleja para la reinvención socialdemócrata”, Stephanie Mudge profundiza en estas ideas y resume la quintaesencia de su famoso libro. El pragmatismo frente a la ideología, el realismo frente al idealismo fueron las consignas de una “tercera vía” que al final se tradujo en una abstención creciente en la izquierda y una socialdemocracia debilitada. Es hora ya de romper con este marco y volver a las esencias, antes de que sea finalmente muy tarde, ¿verdad?

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