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Un tipo extraño

Salvador Illa

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Lo de Salvador Illa es sorprendente. Seguramente él será el primer sorprendido. Llegar al Consejo de Ministros por la cuota catalana, a un ministerio de los de compromiso, fuera del núcleo duro del poder, y convertirte por arte de la actualidad vírica en el elemento más notorio de este gobierno, era algo inimaginable hace un año cuando juraron sus cargos los miembros del nuevo ejecutivo.

La Covid ha hecho de Illa el personaje más conocido, junto con su alter ego, Fernando Simón. Su presencia constante y ubicua en televisión ha generado un incremento exponencial de esa imagen del filósofo tranquilo que en estos meses de infarto ha aprendido del virus lo que no está escrito. En realidad estamos aprendiendo todos. Todo el mundo se ha convertido en epidemiólogo aficionado y debate sobre la conveniencia o no de un nuevo confinamiento, a la vista de la revolución surgida en Holanda y de sus consecuencias sociales.

La clave de Illa, una de las claves, es la de utilizar más el oído que la boca. Se sabe que el ser humano está dotado de dos orejas y una boca con la intención, al parecer, de utilizar más las primeras que la segunda. Mientras Illa se mantiene circunspecto a pesar de la que viene cayendo, a su alrededor se produce el bombardeo de Dresde contra él. No es que Illa haya acertado, no es que la política gubernamental en el caso de la pandemia haya sido la adecuada, no es que el ministro de sanidad español tuviera la varita mágica. Es que en el circo mediático en el que se ha convertido la política en estos tiempos pandémicos, con líderes de diferentes partidos disparando a diestro y siniestro y argumentos que van cambiando según cambian las cifras, la figura quijotesca de este hombre que parece de otro siglo, emerge a pesar de las imprecaciones vociferantes que le atacan con esto y con lo otro. No se salva ni dios, salvo el que habla poco.

Escribo estas líneas en Burdeos, y visto desde la ciudad de Montesquieu, el caso de España, el de su capital Madrid, resulta estremecedor. En Burdeos, hay que recogerse a la seis de la tarde, hora en la que entra en vigor el toque de queda. Desde hace tiempo, universidades, bares, restaurantes, gimnasios, están cerrados. Burdeos es una ciudad dedicada, entre otras cosas, al vino. No hay forma de tomar una copa de un St Émilion en Le Millésime. Está cerrado desde hace tiempo debido a la Covid. Este mismo fin de semana están previstas nuevas medidas. Y, ¡oh sorpresa! Burdeos tiene una tasa de 172 casos sobre 100.000. Madrid, en cambio, tiene 1.000 sobre 100.000 y la Comunidad Valenciana 1.459. Que cada cual cual saque sus propias conclusiones.

Responsables de sanidad en todo el mundo, han caído en el campo de batalla de la Covid durante estos meses. Hace poco se conocía que el consejero de Sanidad de Murcia dimitía tras haberse conocido que se vacunó saltándose la vez. Es uno de los últimos casos de esos responsables de sanidad que se han visto obligados a dimitir a consecuencia de la pandemia y de sus derivaciones. Desde Nueva Zelanda a Brasil, desde Escocia hasta Chequia, un hilo continuado de dimisiones engarza a responsables de la política sanitaria en tiempos de pandemia.

Illa, en cambio, ha resistido los ataques de tirios y troyanos con la aparente mansedumbre de un buey y con el toque de pimienta de algún exabrupto parlamentario. ¿De qué está hecho este hombre?, se preguntan algunos. Unos creen ver en él el temperamento estoico de los samuráis, y recuerdan aquella frase del maestro Inazo Nitobe: “El aspecto espiritual del valor se evidencia mediante la compostura, la serena presencia de ánimo. La tranquilidad es el coraje en reposo”. Esa calma, ese espíritu contenido, esa compostura mantenida durante meses de realidades nefastas, tiene que venir de su formación como samurái.

Otros prefieren recordar a Séneca para dar con la clave de semejante parsimonia mezclada con su dedicación centrada en objetivos. Decía Séneca que “no nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas.”

En este nuestro mundo de liderazgos débiles y gaseosos, que surja un licenciado en Filosofía al que las circunstancias lo proyectan como líder emergente, resulta un regalo de los dioses para el partido que lo acoge. No es de extrañar que en las cocinas del poder semejante producto fuera preparado con mimo especial para un plato adecuado y definitivo. Los cocineros lo trataron como a esa pieza de vaca rubia gallega curada durante meses para que dé el do de pecho cuando llegue la ocasión. Y esa ocasión no era sino la cita electoral catalana.

El virus, la pandemia, las cifras galopantes, los cierres, los perímetros, el toque de queda, todo parece ponerse en contra de que el 14 de febrero haya cita electoral y el filósofo se enfrente a lo que se ha convertido en su oposición: todos los partidos salvo el suyo. Pero los jueces dudan, y en Portugal, con datos espeluznantes de la pandemia, votaron para elegir a su presidente. La vida sigue a pesar de los pesares.

Y ahora Illa deja el ministerio y se centra en la campaña electoral catalana. Desde el pasado mes de agosto los sondeos manejados en la cocina del poder, lo sitúan en lugar preferente. El último publicado, el del CIS, lo refrenda. Es el único candidato que aprueba y, además, gana las elecciones.

El resto de partidos comete un error de libro, actúa como eso, el resto de partidos. Dejan al exministro en una situación diferenciada, y la partida parece convertirse en todos contra él. Craso error porque lo magnifican. Se convierte en el hombre a batir. Pero en ese camino, como deseaban lo cocineros, logra convertirse en el hombre en su punto, ya está hecho. Cuidadito con este personaje que ha mostrado una capacidad definitiva, la de no descomponerse, y como decía el inefable y nunca bien ponderado Baltasar Gracián: “Gran assunto de la cordura, nunca desvaratarse: mucho hombre arguye, de coraçón coronado, porque toda magnanimidad es dificultosa de comoverse. Son las passiones los humores del ánimo, y qualquier excesso en ellas causa indisposición de cordura; y si el mal saliere a la voca, peligrará la reputación.”

Decía el líder del PP Pablo Casado este mismo lunes en una entrevista en La Vanguardia: “Illa es el peor ministro de Sanidad de Europa y no entiendo cómo sigue en su puesto. Que además su presencia pública sirva para lanzar una candidatura es absolutamente inadmisible.” Alguien ha pensado lo contrario, que Illa es la mejor baza para las elecciones catalanas y que, en esta encrucijada de ataques, refriegas, puñaladas traperas y barrizales en los que parece haberse convertido la política, surge un tipo extraño que tiene su público.

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