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Tratado sobre la teoría de la conspiración

El anonimato de las redes facilita la proliferación de teorías conspirativas.

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Las conspiraciones existen desde que el mundo es mundo. Una de las preguntas que a menudo nos formulan a los periodistas es por qué tienen desde hace un tiempo tanto éxito. Ignacio Ramonet es de los que últimamente mejor lo ha teorizado y responde con datos y la perspectiva necesaria después de décadas de oficio. Uno de los argumentos que esgrime, difícil de rebatir, es que actualmente las fuentes oficiales de información han perdido la credibilidad que antaño tuvieron. Se podría debatir si en algunos casos era de manera inmerecida. Ahora, el anonimato de las redes hace que circulen más y de manera más rápida a la vez que de la mala educación se pasa a posiciones que a menudo son directamente agresivas.

En su libro ‘La era del conspiracionismo’ (Siglo XXI Editores), del que también se puede leer un extracto en ‘Le Monde diplomatique’ del mes de noviembre, Ramonet se remonta a conspiraciones históricas, una de las más antiguas es la Conjuración de Catilina que denunció Cicerón, y bucea en los pensadores para llegar a la conclusión de que Karl Popper fue tal vez el primero que mejor definió “la teoría de la conspiración”. Reproduce un fragmento del libro ‘Conjeturas y refutaciones’ (Paidós), uno de los más conocidos del filósofo austríaco y que vale la pena releer:

“La teoría de la conspiración en nuestras sociedades es más antigua que la mayoría de las formas de teísmo y es semejante a la teoría de la sociedad de Homero. Para Homero, el poder de los dioses era tal que todo lo que sucedía en la llanura delante de Troya era un reflejo de las diversas conspiraciones en el Olimpo. La teoría de la conspiración de la sociedad es simplemente una versión de este teísmo: una creencia en dioses cuyos caprichos y deseos lo gobiernan todo. Deriva del hecho de abandonar a Dios y preguntarse en seguida: ¿Quién está en su lugar? Su lugar está ocupado por diversos hombres, grupos de poder y siniestros grupos de presión, a quienes se culpará de haber planeado la Gran Depresión y todos los males de los que sufrimos”.

Más allá de la transformación de las supersticiones vinculadas a la religión, los complots son atractivos aunque carezcan de fundamento alguno. En un interesante artículo publicado hace un par de años en ‘The Conversation’ se explicaba cómo existe una teoría de la conspiración que defiende que la CIA inventó el término “teoría de la conspiración”. La razón por la que tanta gente cree que fue idea de la CIA es porque el término se relaciona con el asesinato de Kennedy. Según el autor del artículo, Michael Butter, este fue el primer caso importante en el que los teóricos de la conspiración acusaron al Estado de planear el mal en secreto y proporcionaron relatos alternativos que luego se etiquetaron como teorías de la conspiración.

Si funcionaron y funcionan en Estados Unidos, Brasil o aquí es porque reconforta pensar que mucha gente piensa igual que tú. Es algo que te reafirma en tus convicciones aunque no siempre estén fundamentadas en datos reales. Cuando la emoción sustituye a la realidad, como pasa en las redes, sale perdiendo el sentido común. El individual y el colectivo. De ahí a asaltar el Capitolio puede parecer que hay un trecho, pero sin necesidad de participar de turbas violentas sí se puede fomentar el odio a partir del 'conmigo o contra mí' o acabar dando por buenas falsedades revestidas de veracidad. 

A raíz de la proliferación de bulos que alimentaron todo tipo de teorías alocadas durante la pandemia, la Unión Europea incluso publicó unas recomendaciones que pueden consultarse en su página web en las que explicaban cómo se puede reconocer una teoría de este tipo y, lo que no es menos importante, cómo se puede contrarrestar. Si están proliferando tanto es porque, como consta en este informe de la UE, a menudo surgen a modo de explicación lógica de acontecimientos o situaciones difíciles de entender y generan una falsa percepción de control e influencia. “Esta necesidad de claridad se agudiza en tiempos de incertidumbre”, se alerta.  Son teorías que crecen muy rápido y no son fáciles de desmontar: “Son difíciles de rebatir porque se considera que cualquier persona que lo intenta forma parte de la conspiración”.

Pero que desactivarlas sea mucho más complicado que alimentarlas no significa que debamos renunciar a hacerlo, cada uno desde su ámbito y en especial aquellos que nos dedicamos a informar. Si apostamos por construir puentes donde sea necesario, frenar a la extrema derecha, algo que debería ser una obligación para cualquier demócrata, e introducir matices que enriquezcan el debate, tal vez contribuyamos a la serenidad necesaria para evitar que los discursos del odio se normalicen, ya sea en los Parlamentos o en Twitter.

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