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Las tribus del cuñadismo climático: conversos, templarios y charlatanes

Isabel Díaz Ayuso, en Aldea del Fresno.
11 de enero de 2024 22:32 h

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A veces siento vergüenza ajena cuando imagino lo que pensarán de nosotros las gentes del futuro, porque los portavoces del cuñadismo climático son humanos como nosotros: cuando nos pidan explicaciones sobre lo que hicimos se referirán a ellos. No falta mucho para eso. Todavía estaremos aquí.

Los científicos de Copernicus, el programa europeo de observación de la tierra, han comprobado que el año pasado fue el más cálido de los últimos cien mil años. La mitad de los días de 2023 fueron 1,5ºC más calurosos que en el pasado. Pronostican que 2024 lo será aun más, una tendencia que no se detiene: en una década recordaremos 2023 como un año fresco. Nos sacarán los colores y todavía estaremos aquí.

Para evitarlo es relevante identificar a aquellos líderes que, bien por intereses ocultos, bien por ignorancia, desidia o ideología, han defendido y defienden posturas que contribuyen a la desaparición de la especie humana. En la crisis climática no resulta difícil escuchar a líderes políticos decir una sandez de cuñado que no se atreverían a pronunciar sobre la inflación, el paro o la educación universitaria. Nuestro clásico, ya lo conocen: Rajoy. Le preguntaron por el cambio climático y contestó: “Voy a hablar de un primo mío”. La posición de la derecha radical y anticientífica se ha caracterizado por el cuñadismo, pero no es nada inocente. A medida que la crisis climática se profundiza, no obstante, aparecen distintas tribus distinguibles por una actitud, no ya política, sino intelectual y vital.

En primer lugar, están los conversos. Dejaron patente su cuñadismo hace tiempo, confundiendo el clima con el tiempo, por ejemplo. En esta línea Vladimir Putin razonó hace años que, si hacía más calor, para los rusos bien, porque gastarían menos en pieles. Con el paso de los años otras consecuencias empiezan a verse. Dos terceras partes del territorio de Rusia se asientan sobre el permafrost, esa capa helada del subsuelo que creíamos eterna y se está derritiendo. Al percatarse de que ciudades rusas no pequeñas se asientan sobre permafrost, comprendió que no hablábamos de echarse una chaquetita sobre los hombros en vez de una piel de oso. En ciudades como Norilsk, donde durante tres meses al año no sale el sol, el 60% de sus edificios están afectados por la descongelación del permafrost. Es además una metáfora perfecta de la crisis climática: hace temblar los cimientos de nuestra vida. En junio de 2019, Putin reconoció matices de conversión en su punto de vista: “Es un desafío enorme para nosotros. Es la razón de las inundaciones y del derretimiento del permafrost en áreas donde tenemos grandes ciudades. Debemos ser capaces de entender cómo reaccionar”. Reconocer que antes no entendía parece nimio pero es fundamental, porque las otras tribus entendieron enseguida y pasaron a la ofensiva. 

La segunda tribu de anticientíficos recalcitrantes se ha propuesto convertir esto en una batalla ideológica, cuasi religiosa. Aznar y Abascal cabalgan juntos en este empeño, como caballeros templarios defendiendo los santos lugares del capitalismo autodestructivo. En 2007, el ya ex presidente del Gobierno criticó a “los abanderados del apocalipsis climático” que defendían “causas científicamente cuestionables”. Abascal, por su parte, llama a la crisis climática “una religión supersticiosa”. Esta tribu acusa a los científicos de hablar de creencias y no de hechos: se ve su peligro, ¿no? Son capaces de quebrar la lógica más elemental con tal de no hacer nada. Pero persistirán, gritando como Groucho Marx a sus adeptos: “¿Va usted a creerme a mí o lo que ven sus ojos?”. Cada vez serán menos, pero más agresivos. 

La tercera tribu cuñada es la de los charlatanes: también altamente peligrosos, porque se hacen los tontos para atontarnos a todos. Llevan 30 años y, como he ilustrado más arriba, han triunfado con unos cuantos. Un ejemplo pionero lo constituyó George W. Bush, quien un día disertaba sobre energía y soltó: “Creo que el ser humano y los peces pueden coexistir pacíficamente”. Mientras decía estas bobadas, se negaba a firmar el Protocolo de Kyoto o agradecía a la petrolera Exxon su ayuda para definir las políticas climáticas. En España la más eximia representante de la tribu charlatana es Isabel Díaz Ayuso, con una falsa ingenuidad muy semejante. Hace unos meses esbozó su compromiso climático: que “cada balcón de Madrid tenga una planta”. Con su cháchara contaminante, frivolizan y distraen: quieren que nos olvidemos de su responsabilidad como gobernantes.

Los científicos acaban de repetirnos que las consecuencias del cambio climático ya están aquí. No es una cuestión de fe, sino de hechos, pero el cuñadismo prescinde de ellos, incluso ahora que ya nos han caído encima. Esto no es una frivolidad ni una cuestión religiosa, que no nos sigan distrayendo.

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