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OPINIÓN | 'A paladas', por Antón Losada

Verano perdido

Un hombre con una mascarilla en la playa

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Nos creímos en una nueva normalidad. Seguimos metidos en la excepcionalidad de una crisis que refleja serios fallos de Estado y de sociedad ante la pandemia, a los que se suman graves grietas en el sistema político e institucional. Basten dos ejemplos. Uno es el de la falta de rastreadores de infectados por el COVID-19. Que el principio de la pandemia nos hubiera sorprendido es algo que entra dentro de lo comprensible. Hemos navegado no a ciegas, sino sin compás y sin medios suficientes. Es algo que ha pasado en muchos otros países. Pero que íbamos a necesitar rastreadores era algo que se sabía desde el inicio, y se ha perdido un tiempo muy valioso al respecto, en parte responsabilidad de la Administración central y en parte de las Comunidades Autónomas, que, como reza la Constitución, también son Estado. 

Segundo, no es normal -pues también era previsible- que levantado el estado de alarma -probablemente prematuramente debido a las tensiones de la política con la actitud de la oposición- los gobiernos autonómicos no dispongan de suficientes instrumentos para decretar confinamientos y limitaciones a la libre movilidad por razones sanitarias, y que sean jueces -una vez más- los que tengan, ahora convertidos en epidemiólogos, que decidir. Ha habido tiempo de sacar adelante una normativa al respecto y no se ha hecho. No se trata de re-centralizar sino de hacer que funcione mejor el sistema en general y el autonómico en particular. Uno de los lamentos de algunos independentistas catalanes -poco conscientes de ser Estado- es que el Estado no le funcionaba bien a Cataluña. El Gobierno autonómico ha demostrado sus propias carencias propias en materia de gestión de la pandemia. No es el único, claro.

Positivos y prometedores son los buenos resultados en pruebas de la app para móviles impulsada por el Gobierno, Radar Covid, lo que unido a una mucho más intensa campaña de test de COVID-19 podría ayudar a paliar -aunque solo sea eso- las carencias en rastreadores. Aún requiere del concurso de las Comunidades Autónomas. Es de lamentar que Francia no se haya sumado a la modalidad basada en el sistema de Apple y Google, pues merma la interoperabilidad a escala de la UE y del mundo.

¿Está siendo un verano perdido? Desde luego es muy extraño, para los que tienen la fortuna de poder veranear. Hay demasiadas cosas diferentes que enmascaran las mascarillas. Más allá de estas dimensiones en las relaciones personales, es un verano perdido, entre otras razones, porque este fallo de Estado ha llevado a varios países europeos a restringir el turismo hacia España, un desastre para el sector y para la economía general. Y ello cuando las perspectivas del otoño -la vuelta en septiembre despertará a mucha gente, si es que no ha despertado- son de una grave situación de la epidemia y de la economía. La OCDE advierte de que la española es la economía más castigada. Para enero, como tarde, se vislumbra el fin muchos de los ERTES -una fórmula inspirada en la experiencia alemana que ha supuesto un gran colchón-, y su transformación en EREs y paro, y una avalancha de quiebras/ concurso de acreedores. Verano perdido, también en cuestión de imagen de España. Con el horizonte de un otoño y un invierno muy duros, en los que se puede disparar la ira -marca de nuestra época frustrante- de amplias capas sociales. No somos los únicos, pero las últimas crisis parecen cebarse más con España. ¿Por qué será? En buena parte, fallos de Estado y de sociedad.

Fallo de Estado es que tras la crisis de 2008 -más aguda en España debido a que desde 1996 y varios gobiernos se venía alentado la burbuja inmobiliaria y financiera- no se transformara como se hubiera debido la estructura económica. La crisis actual nos vuelve a pillar con un nivel de desempleo muy superior al de otras economías europeas, e insuficientes reformas estructurales.

Verano perdido también para un acercamiento del PSOE y PP y otras fuerzas -también por el caso del rey emérito-, necesario para diseñar la recuperación, sin que ello implique una ruptura del Gobierno de coalición. Un gran acuerdo nacional -más allá de la política pues ha de implicar a toda la sociedad- es algo no deseable sino perentorio para salir de estas. Incluido un pacto intergeneracional, con su dimensión hedonística y de rebelión social, en lo que también está siendo un verano perdido. No estamos para juergas de unas minorías ruidosas y que suponen riesgos. Pero muchos no parecen verlo así. 

No nos creamos que somos los únicos. En muchos países se van a revisar unas instituciones que han fallado. Sólo que aquí, más. Un nuevo élan nacional es posible, para lo que se requiere imaginación, liderazgo y capacidad de compromiso para reformar la economía, la sociedad y las instituciones, con esa indispensable palanca que es la ayuda europea. Es decir, inteligencia colectiva. A eso hemos de apostar para lograr un verano pleno de 2021 en una España en recuperación y transformación.

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