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Cada vez más propaganda… y menos votos

Guillermo López García

Ya ocurrió hace ahora un año, durante la campaña de las Elecciones Europeas. Paulatinamente, nos decían los sondeos y muchos medios de comunicación, daba la sensación de que al bipartidismo se le perdonaban sus pecadillos de juventud. Los sondeos mostraban datos al alza para PP y PSOE, y sobre todo para el PP, en premio a la consolidación de la recuperación económica. La oposición se desinflaba. ¿El 15M? Gente voluntariosa, en el mejor de los casos; agentes perrofláuticos pagados con el oro de Venezuela, en el peor. En todo caso, un movimiento sin sustancia ni realismo. ¡Que monten un partido y se presenten a las elecciones!

Así que, de cara a las Europeas, todo parecía controlado. Luego el bipartidismo sacó un resultado ridículo (26% el PP, 23% el PSOE), apareció Podemos con cinco escaños y un 8% de los votos, y al poco teníamos dimisión de Rubalcaba, abdicación de Juan Carlos de Borbón, y encuestas que ponían a Podemos por las nubes.

Pero, poco a poco, todo se tranquilizó. La recuperación económica seguía su callada labor. Tan callada que muy pocos la percibían, excepción hecha de algunos informativos de televisión y cabeceras de prensa, cuyo optimismo les salía por las orejas. Los sondeos seguían ofreciendo datos un poco preocupantes, desde el punto de vista de la estabilidad (o sea: que siguieran mandando los que ya mandan), pero con esperanza en el horizonte.

Primero, porque el PP parecía tocar suelo más o menos en el 30% de los votos. Y después, porque aparecía Ciudadanos, “la derecha que no te da tanta vergüenza votar”, como alternativa al PP entre su electorado y algunos despistados de centro izquierda, … ¡Y el PP seguía, imperturbable, en el mismo 30%, según los sondeos! Por algún motivo, la aparición de un partido en el espacio político del PP afectaba a todos los demás, pero no al PP.

Así que, según indicaban muchos sondeos y medios de comunicación, las cuentas volvían a salir. Con el apoyo de Ciudadanos, el PP tenía al alcance de la mano conservar lo esencial: Comunidad de Madrid, Comunidad Valenciana, alcaldías de las principales capitales de provincia, y sobre todo Madrid.

Luego llegaron los resultados, la hecatombe electoral del PP. Los sondeos volvieron a hacer el ridículo. En apariencia, conforme mejor están las cosas, y más avanzamos en la recuperación, menos gente quiere votar al Partido Popular. Y no sólo eso. Tampoco es que Ciudadanos haya sacado unos resultados magníficos (inferiores, en todo caso, a los que pronosticaban los sondeos). El giro a la izquierda, también presente en las Europeas, ha quedado más evidenciado aún en las elecciones del domingo. Tanto es así, que la suma de PP más Ciudadanos no da para mantener el poder en casi ningún sitio: el PP perderá la mayoría de las comunidades autónomas en las que ahora gobierna, así como la mayor parte de las principales ciudades, Madrid incluida.

A no ser que se consumase ese delirio malvado deslizado en rueda de prensa por Esperanza Aguirre: darle la alcaldía al candidato socialista, Antonio Miguel Carmona, para que éste se ponga a montar naumaquias día sí, día también, y de paso salve a la civilización occidental del peligro de tener a Manuela Carmena en el ayuntamiento. Pero, salvo que aparezca un nuevo tamayazo, esto parece muy poco probable, y ya Carmona ha rechazado con claridad la oferta envenenada de Aguirre.

De hecho, Madrid es uno de los principales ejemplos de la ceguera y la falta de asideros en la realidad con los que funciona nuestro amado establishment. Para preservar la joya de la corona, Madrid, Rajoy dio un golpe de efecto y nombró candidata a su archienemiga, Esperanza Aguirre, y ella se puso a hacer campaña como mejor sabe: con mentiras, juego sucio, e intentando llevar la lucha al barro.

Por algún motivo, en el PP pensaban que, en un momento en el que su marca electoral, y el aprecio de la mayoría de los votantes por sus políticas y sus dirigentes, están bajo mínimos, era buena idea poner a alguien de perfil durísimo, como Aguirre, para agredir a los ciudadanos. La cosa compensaría, pensaban en el PP, porque Aguirre movilizaría a los suyos. Y, como es sabido, movilizó… a la izquierda, horrorizada ante la perspectiva de comerse cuatro años de Aguirre en la ciudad, después del tsunami Gallardón-Botella que ya han padecido. La rueda de prensa de Aguirre no es sino el penúltimo acto de su camino a ninguna parte, ya cadáver político tras comprobar que su tirón electoral de quien tiraba era del voto de izquierda.

Lo mismo cabe decir de Valencia, donde Rita Barberá se empeñó en ser una vez más candidata, en teoría para aprovechar su tirón electoral, y al final la alcaldía caerá en manos del candidato de Compromís, Joan Ribó. Precisamente Compromís es también uno de los mayores ejemplos de esa ceguera voluntarista con la que se han movido la mayoría de los los medios de comunicación y las empresas demoscópicas.

Ningún sondeo se acercó siquiera a pronosticar el excepcional resultado de Compromís en la Comunidad Valenciana (19 escaños, un 18% de los votos). Casi todos lo ubicaban como quinta fuerza política (detrás de PP, PSPV, Podemos y Ciudadanos), por debajo del 10%. Incluso en la misma jornada electoral, uno de los popes del neoliberalismo mediático español, Daniel Lacalle, difundió un supuesto sondeo a pie de urna en el que Compromís ni siquiera existía (quizás porque Lacalle desconocía su existencia, quizás porque no le daban ningún escaño en el sondeo).

El alejamiento de la realidad de las cosas, del sentir ciudadano, y el afán porque la realidad se asemeje a nuestra propia propaganda (o que, en todo caso, los ciudadanos se la crean), conduce a estos resultados. Hoy por hoy, no resulta aventurado afirmar que el PP también perderá, dentro de unos meses, La Moncloa. Incluso aunque logre ser el más votado, cosa que, a juzgar por la eficacia de la gestión del Gobierno y sus afanes propagandísticos, cabe poner en duda.

Todo lo cual, por supuesto, no implica que el sillón de Rajoy esté en riesgo: previsiblemente él seguirá dedicado a lo mismo que hasta ahora, sea lo que sea esto, dejando pasar el tiempo y apurando hasta el último día de B.O.E. Y en su partido, por mucho que ahora algunos, a la vista de los horribles resultados, protesten a media voz, probablemente se lo permitan. Para algo Aznar les enseñó las virtudes de la obediencia incondicional. ¡Lástima que los ciudadanos no sean igual de obedientes e inmunes a la realidad circundante!

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