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Las elecciones europeas de las crisis: giro a la izquierda y hundimiento del bipartidismo

Europeas 2014

Andrés Boix Palop / Guillermo López García

Hace un tiempo, con motivo de un análisis académico de las elecciones europeas de 2009, aventurábamos que se detectaban factores de desgaste en los partidos mayoritarios que con la evolución de la crisis, previsiblemente, irían a más. En realidad, no por causa de la crisis, sino de las crisis, en plural. Porque, desde hace ya cinco años, lo que castiga a la ciudadanía europea y a las propias instituciones de la Unión no es sólo un problema económico. También lo es social, político e, incluso, de identidad.

No resulta extraño, en consecuencia, que se manifieste un rechazo notable a los que son los actores privilegiados del proyecto europeo. Rechazo que se traduce en poca participación (a falta de computar el voto en el extranjero, la participación ha subido ligerísimamente en España respecto de las pobres cifras de 2009, en torno a un 45%), pero sobre todo en una expresión del voto que da la espalda a los grandes partidos.

PP y PSOE, conjuntamente, han recibido menos de la mitad de los votos emitidos; algo que no se había dado nunca en España. Ya se produjo un pequeño descenso en las Elecciones Europeas de 2009, cuando la suma de ambos alcanzó el 80,9% de los votos (unos resultados magníficos, en cualquier caso). Pero ahora hemos visto cómo perdían casi la mitad de sus votos. Es un mensaje político de primer orden, que sin embargo no es probable que sea atendido. Porque por muy audible e inequívoco que sea no resulta (¿todavía?) lo suficientemente mayoritario. PP y PSOE, a fin de cuentas, llegan a ese 49% de los votos y siguen siendo -por muy magros que sean sus resultados- primer y segundo partido.

Gráfico 1: porcentaje de voto de los dos partidos mayoritarios en las Elecciones al Parlamento Europeo, 1987-2014

El 26% de votos logrado por el PP está sintomáticamente próximo a los resultados del partido conservador griego Nueva Democracia, que encabeza el gobierno de coalición en ese país posterior a la caída del PASOK. Es un resultado que muy probablemente marca aquellos umbrales a partir de los cuales el voto conservador, sencillamente, se explica porque en ciertas clases sociales y profesionales la crisis económica no se siente; o no se siente tanto.

En cambio, y las caídas de la socialdemocracia en el resto de Europa y España son buena prueba de ello, hay un evidente desgaste en el electorado de partidos como el PSOE. Debido quizás a que, en cambio, a estos votantes y sus entornos (por ejemplo, a sus hijos) no les va tan bien. La crisis económica parece, pues, haber provocado un giro materialista, en todos los sentidos del término, del voto.

Pero un giro materialista, en el contexto de crisis económica que afecta cada vez a más gente y con mayor profundidad, implica también un giro a la izquierda muy importante. Y un desgaste considerable de los partidos conservadores, cuyas políticas no están consiguiendo preservar el bienestar de esa mayoría social. Este fenómeno puede verse con claridad en el siguiente gráfico, en el que comparamos el porcentaje global de voto obtenido por los partidos de izquierda y derecha en todas las elecciones al Parlamento Europeo desde 1987.

Gráfico 2: porcentajes electorales obtenidos por candidaturas ubicadas a la izquierda o la derecha del espectro ideológico en las Elecciones al Parlamento Europeo, 1987-2014

A efectos clarificadores, hemos integrado los votos de los partidos de centro (CDS, UPyD, C’s) en la derecha. Se han incluido todas las candidaturas que obtuvieron un porcentaje de voto significativo (cercano al 1% o superior) y que puedan ubicarse en el eje izquierda-derecha (la inmensa mayoría). Curiosamente, los resultados de 2014 son los que dejan fuera de este eje ideológico un porcentaje mayor de voto, en parte por el repunte del voto en blanco y en parte por la aparición, con una presencia al menos testimonial, de nuevos partidos difíciles de ubicar en esta escala (Partido X, Movimiento Red, PACMA).

Los datos del gráfico muestran el desplome del voto a la derecha, que obtiene su peor resultado desde 1989. Y además, ese desplome se produce cinco años después de haber logrado (en 2009) el mejor resultado de su historia. Se produce, naturalmente, por efecto de un desplome del voto al PP, que obtiene un pésimo resultado. El consuelo que le queda al PP es que sus votantes no huyeron en masa a otras opciones (el fracaso de Vox y los resultados modestos de UPyD y Ciudadanos así lo atestiguan); su hegemonía en el voto conservador continúa siendo incontestable. Frente a ello, el PSOE tiene que lidiar no sólo con el peor resultado de su historia, sino con la pujanza (relativa) de Izquierda Unida y, sobre todo, con la espectacular irrupción de Podemos.

Sin embargo, el consuelo del PP en estas elecciones, fundamentado en su victoria (por mínima que sea esta) y en la ausencia de oposición en su espacio electoral, tal vez haya de revisarse. La principal justificación “esperanzadora” que ha aducido el PP de estos resultados ha sido (con su principal asesor electoral, el sociólogo Pedro Arriola) que su electorado se ha quedado en casa, pero que volverá a votar en 2015.

Y, en efecto, es así: puede que el electorado del PP se haya quedado en casa; pero es muy discutible que vuelva al redil tan fácilmente. Porque, como indicábamos más arriba, con el empobrecimiento de las clases medias y la degeneración de las circunstancias económicas de la mayoría de la población, el “electorado natural” del PP tiende a estrecharse.

Junto a esa crisis económica, hay también una crisis democrática y de legitimidad más o menos larvada, pero que aflora constantemente cuando se han de tomar decisiones, que está teniendo un importante impacto ciudadano. Se ubica no sólo en el ámbito nacional, sino de la Unión Europea, por cuanto la crisis de identidad ciudadana con la Unión es en estos momentos enorme.

Resulta muy llamativo que, en este contexto, la reacción institucional y burocrática de las instituciones europeas sea seguir por el mismo camino. Un enroque jurídico que tiene mucho que ver con cierta incapacidad para analizar la información obtenida en las elecciones y que se traduce en actuaciones cada vez más controladoras, más dirigistas y menos legitimadas democráticamente: Troika, Banco Central Europeo, etc. Al menos, si entendemos la legitimación democrática desde una perspectiva clásica. De modo que la crisis también ha llegado a este ámbito sin que haya visos de solución o cambio institucionales. Porque para resolverla no es imprescindible votar. Pero eso tampoco significa que una cosa y la otra sean incompatibles.

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