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Vivir del dolor de los niños

El CEO de Meta Platforms, Mark Zuckerberg.
28 de octubre de 2023 22:58 h

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“Meta se ha aprovechado del dolor de los niños diseñando intencionadamente sus plataformas con características que les manipulan y les mantienen adictos a ellas, al mismo tiempo que rebajan su autoestima”. Son palabras de la fiscal general de Nueva York, Letitia James, después de que una coalición de fiscales de 41 Estados de EE UU y el Distrito de Columbia presentara el 24 de octubre una demanda conjunta contra Meta por atrapar a los niños en sus redes y mentir sobre el impacto que tienen en los menores. Concluyen que los algoritmos, las notificaciones y los filtros de Facebook, WhatsApp o Instagram actúan como máquinas tragaperras. Y muchas de las estrategias para enganchar a los usuarios a estas tragaperras están dirigidas a niños.

La frase se me quedó clavada: “Meta se ha aprovechado del dolor de los niños”. No hay relatos de terror más universales que aquellos en los que se cuenta la historia de niños que sucumben al engaño de un adulto que en realidad es un monstruo, de pequeños que se sueltan de la mano de sus padres y se pierden, de huérfanos desdichados e indefensos, niños a los que secuestra y mata una bruja o un lobo. No son solo cuentos de miedo, ficciones de advertencia. Esta semana nos ha rodeado el sufrimiento insoportable de los niños. Pero los adultos lo hemos llevado bastante bien, nosotros a lo nuestro, a esa pulsión de elegir bando una y otra vez, y rápido, sin pensarlo mucho, para enredarnos en un scroll infinito de demagogia y agresividad. Tenemos en cuenta a los menores a la manera de Helen Lovejoy, el personaje de Los Simpsons que pronuncia la famosa frase “¿Es que nadie va a pensar en los niños?”. Para manipular cualquier debate, para arrimar el ascua a nuestra sardina, para apropiarnos del relato emocional. 

Vemos en directo que cientos de niños no saben si mañana sobrevivirán o si volverán a ver a sus padres, que son asesinados, secuestrados, violados, agredidos. Los que parecen a salvo en las sociedades occidentales no lo están de grandes corporaciones como Meta ni de instituciones tan venerables como la Iglesia Católica ni, muchas veces, de su propia familia o amigos. Creemos protegerlos pero subestimamos su sufrimiento, su inseguridad, su dolor y su miedo, los usamos como peones en batallas sobre el adoctrinamiento, la educación y la religión, los estigmatizamos si no son de “los nuestros”. Se habla de 3.000 niños palestinos muertos desde el comienzo de la guerra entre Israel y Palestina, y ese titular convive con el que cifra en 440.000 personas las víctimas de pederastia en la Iglesia española, según la investigación del Defensor del Pueblo. De la misma manera en la que Meta prioriza su beneficio sobre la salud mental y emocional de los niños y las niñas, nosotros, a la hora de considerar esas cifras, ponemos por delante tener razón y estar en la trinchera adecuada.

“La única patria que tiene el hombre es su infancia”, escribió el poeta Rainer Maria Rilke, sin saber lo manoseado que sería su aforismo. Nuestra identidad es, en parte, nuestra memoria falseando los recuerdos, en especial los del tiempo en el que éramos niños. Preferimos mirar la infancia como una época feliz y protegida, sin preocupaciones, y por eso nos cuesta calibrar el dolor de los niños aunque lo tengamos delante de nuestras narices. ¿Somos realmente conscientes de que Instagram menoscaba la autoestima de nuestros hijos, quizá para siempre? ¿Sabemos que TikTok les hace sentirse peor si ya están mal? ¿Que las redes les enseñan a alimentar su identidad de los ojos que los miran? Hay que celebrar que empiece a combatirse la impunidad que han tenido las tecnológicas o la Iglesia católica para dañar a los menores. También hay que recordar, una y otra vez, la obligación de los adultos de proteger a los niños y ayudarles a escapar de los fantasmas, reales o irreales, que los acechan, por encima de nuestros propios intereses y de nuestros prejuicios. 

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