El voto del odio
La ultraderecha de Vox sabía lo que quería y consiguió exactamente aquello que andaba buscando. El balance de la semana se arroja así de crudo y descarnado. Negarlo equivale a condenarse a la melancolía y la decepción cuando se abran las urnas. Aceptar que eso es lo que queremos, darle a la ultraderecha neofascista de Vox lo que busca, constituye una opción. Pero hay otras. Ya lo demostró Charles Chaplin en El gran dictador.
Una ultraderecha a la deriva y en lenta decadencia ha encontrado el espacio ideal para diferenciarse de todos los demás, incluido el PP de Núñez Feijóo, y ha vuelto a tocar la tecla que explica su éxito: marcar la agenda pública.
El ataque desencadenado por Vox en el Congreso servía a dos objetivos. Uno era Irene Montero y el Gobierno; demostrar quién es y quién sabe hacer la verdadera oposición a este ejecutivo rojosatánico. El otro era Núñez Feijóo y el Partido Popular; acreditar que ni saben ni pueden hacer esa oposición a pelo en pecho. Ambos cumplidos.
Todos contra Vox porque ellos son los únicos que se atreven a decir lo que muchos piensan que les ofrece su hábitat más confortable. La cosa no puede sino ir a mejor si, además, cuentan con la inestimable ayuda de un PP que cuestiona con la boca pequeña sus formas, pero en el fondo les da la razón en sus críticas con la mejor de sus sonrisas. “Les parece muy terrible pero…”. Las conjunciones adversativas acabarán matando al PP, mientras la ultraderecha lo arrastra al pozo sin fondo del matonismo y el brutalismo político.
También la izquierda debería plantearse si resulta lo más inteligente dejar que su comprensible indignación le lleve a dedicar más tiempo y esfuerzo a acumular condenas y adjetivos sobre facinerosos encantados de recibirlas, que a explicar a sus votantes que, esta misma semana, ha sido capaz de aprobar los presupuestos más expansivos de nuestra historia, los impuestos a la banca o las eléctricas y la reforma de ese engendro jurídico que supone el delito de sedición.
Vox apela al voto del odio. No necesita dar razones. Ni siquiera lo intenta. Busca protagonismo y furia; cuanto más y cuanta más, mejor. Apela al voto para joder al otro porque él se lo ha buscado, al odiado porque se lo merece, al despreciado porque se lo ha ganado, al acosado porque no se puede valer, al diferente, a todo aquel que no es como ellos. El odio se alimenta solo. Le basta un poco más de odio. En ese terreno llevan todas las de ganar. Al odio tampoco lo derrotan las flores, ni las canciones de amor, ni las buenas intenciones o el hacer como que no existe. Sólo le gana la inteligencia.
75