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Antisemitismo y antisionismo

11 de julio de 2024 11:00 h

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Es frecuente que cualquier crítica al estado de Israel sea tachada de antisemita. En realidad constato que esto lo realizan con frecuencia los propios antisemitas. Confundiendo ambos términos consiguen blanquear lo que no es sino una xenofobia más.

Nadie se molesta por ver a alguien diferente a través de un documental en cine o televisión, pero la actual ola de islamofobia es evidente que tiene mucho que ver con la presencia ya habitual de inmigrantes indios o paquistaníes en Reino Unido, turcos en Alemania y magrebíes en Francia o España. Hay una pulsión básica contra el diferente que solo la cultura y una visión humanista que supere el tribalismo originario pueden superar.

Igualmente, en el pasado recibieron su ración de xenofobia tanto judíos como gitanos en la Europa de los siglos XIX y XX; sin olvidar a las minorías étnicas o culturales que las infinitas guerras y migraciones fueron esculpiendo a lo largo y ancho de Europa, como es patente de forma singular en los Balcanes.

El sionismo nace en el siglo XIX y es en gran medida una respuesta combinada a las ideas nacionalistas y al antisemitismo que recorren Europa en ese siglo. Es una idea perfecta para sionistas y antisemitas: si los judíos se marchan de Europa dejan de ser una fuente de xenofobia. Y esta idea junto con la vergüenza del Holocausto culminó en la creación del estado de Israel como ya todos sabemos.

No se les ocurrió a los alemanes supervivientes al nazismo que la respuesta al antisemitismo que habían vivido debía ser una superación del mismo y una adopción sincera de una postura de admisión del diferente. Una restauración de sus barrios, sus negocios… Una reparación a los supervivientes y las familias de los mismos admitiéndoles en sus barrios y sus calles de donde nunca debieron haber sido expulsados.

El daño era terrible y la desconfianza máxima: es decir el antisemitismo estaba elevado al cubo. Y la respuesta no fue restañarlo, sino endosárselo a los palestinos que no habían tenido ni arte ni parte en el asunto.

En una Palestina en la que ya había una colonia minoritaria de judíos (que pese a su crecimiento sigue siendo minoritaria: 6M de judíos frente a 8M de palestinos) se crea un estado religioso que premia con tierras y derechos políticos a la minoría judía.

Es el sueño del sionismo hecho realidad. Y al mismo tiempo el sueño de los antisemitas: tener a los judíos bien lejos de casa. Y como bonus añadido, gracias a la colaboración de los sionistas, un modo de blanquear el deseo de expulsar a los judíos de sus barrios y ciudades europeas sin que por ellos se les llame antisemitas. Más aún son ellos los que llaman antisemitas a quienes no crean que los judíos deben ser expulsados de Europa para que ocupen el lugar que el sionismo pretende para ellos.

Por eso personalmente me siento muy ofendido cuando se llama antisemita a quien critica al estado de Israel, cuando en realidad es quien lanza tal descalificativo quien a menudo esconde su antisemitismo tras su sionismo.

Si Israel fuese un estado democrático en un entorno que no lo es, como a menudo se afirma; si realmente los habitantes de ese estado pudiesen votar independientemente de su religión el estado sería otro, y la realidad mundial también. Pero el sionismo nunca ha querido un estado democrático, sino que justifica la existencia de Israel en sus particulares creencias.

El sionismo es un nacionalismo que predica el estado confesional, que privilegia a una creencia minoritaria frente a la mayoría de no creyentes. Israel es un estado que no respeta los derechos de sus ciudadanos no judíos, como se ha podido ver reiteradamente. Un estado que se justifica en creencias anticientíficas y que no respetó a las personas que vivían en Palestina, descendientes de gentes que vivían en esas tierras y que nacieron y tenían sus raíces en Palestina. Por estas opiniones se me puede llamar antisionista, y tengo que admitir que probablemente estaría justificado.

Pero yo no tengo ningún problema con que haya judíos en mi calle, abran negocios en mi barrio o compartan el tajo y los grupos de amigos con mis hijas. No tengo el menor inconvenientes con sus prácticas religiosas, o al menos no más que las que pueda tener con las prácticas cristianas, budistas o musulmanas. Es decir, yo no soy antisemita. No acepto que se pretenda lavar un nacionalismo injustificado e injustificable confundiéndolo con una xenofobia que ni siento ni practico.

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