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El capitalismo no es un salvavidas contra la pobreza

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Larry Fink es el presidente de BlackRock, la mayor gestora de fondos de inversión del mundo. Una compañía que, gracias a los miles de millones de dólares que tiene bajo gestión, extiende sus tentáculos por innumerables empresas del mundo. Incluidas, por cierto, unas cuantas del Ibex35. El nombre de Fink seguramente no sea tan conocido como otros en la economía global, pero eso no significa que sea menos relevante, como relevantes son por tanto también sus declaraciones. Estos días nos ha dejado un titular contundente y controvertido, que a muchos les habrá sabido a gloria: dijo que el capitalismo es el único sistema que puede sacar masivamente a personas de la pobreza.

Estas frases dichas tan alto, por alguien a priori muy respetado, se toman a menudo como ciertas a secas. Pero en realidad suelen encerrar pocos datos y escasas comprobaciones detrás. El CEO de BlackRock argumentaba que, como cada vez vivimos más años, necesitaremos también más ingresos durante nuestra vida, y los mercados de capitales nos los pueden proporcionar. Si bien puede tener parte de razón, quizás se le olvide que para acceder a esos mercados hay que tener un excedente de capital, por lo que las rentas más bajas tienden a quedarse excluidas. Pero más allá de eso, poca explicación ofrece de cómo el capitalismo aniquila la pobreza.

De hecho, con los datos en la mano, vamos a ver que es más bien al contrario. Salvo que Fink tenga otra idea lo que es el capitalismo, este se caracteriza por la libertad de mercado y por la mínima intervención posible por parte del Estado. Esto haría pensar que los países con poco peso del sector público deberían sufrir una menor tasa de pobreza que los más intervencionistas. Pero no es así. Relacionando, con datos del Banco Mundial, el peso del gasto público respecto al PIB con indicadores de pobreza, nos encontraremos con que, en promedio, las naciones en las que el Estado se ausenta no son en absoluto menos pobres, sino justo lo contrario.

Por ejemplo, si tomamos como referencia el porcentaje de la población que vive en pobreza extrema (con menos de 1,90 dólares al día), encontramos lamentablemente naciones africanas con Estados muy débiles. Angola, Tanzania, Congo o República Centroafricana tienen a más del 10% de su población viviendo bajo esas condiciones, y en ningún caso el peso de sus Estados sobre el PIB supera el 20%. Si elevamos el requisito a la población que vive con menos de 3,65 dólares al día, aparecen otros países como Costa de Marfil, Guinea, Mali o la gigantesca India con más del 10% de su población damnificada. Nuevamente, el gasto de sus Estados “pesa” menos del 20% en el total de la economía.

Por último, si empleamos indicadores más modernos como el Índice de Pobreza Multidimensional, algunas naciones de Centroamérica sí presentan carencias y posicionan a un porcentaje significativo de sus habitantes bajo este umbral. Es el caso de Honduras o Nicaragua, donde el peso del sector público sobre el PIB oscila entre el 13 y el 17%. Y tras todo esto, ¿qué países sin embargo no presentan niveles altos en ningún indicador de pobreza? Pues cómo era previsible los más desarrollados: los escandinavos, Alemania, Francia, Australia, Japón o, con sus reservas, Estados Unidos. Todas ellos tienen un peso del Estado en la economía superior al 20%, que se eleva en muchas ocasiones por encima del 30 y hasta del 40%.

Para los que prefieran las estadísticas, que nunca fallan, tomando datos de 148 países, la correlación entre el peso del sector público y los distintos indicadores de pobreza es siempre negativa. Para ser más concretos, es de -0,28 con el umbral de pobreza en 1,90 dólares diarios, de -0,37 con el que se sitúa en 3,65 dólares al día, y nada menos que de -0,44 contra el Índice de Pobreza Multidimensional. Esto quiere decir que, en promedio, una mayor participación pública en la economía está asociado a una menor pobreza en la nación que la practique.

Aun con sus limitaciones, este pequeño análisis vuelve a recordarnos que los paradigmas que hablan de la libertad de mercado como el motor para el desarrollo, tienen muchas veces las cifras en contra. Y que frases tan tajantes como las de Larry Fink parecen un dogma, pero no lo son. Visto lo visto, al Director de BlackRock le queda la asignatura pendiente de explicar como un Estado débil y un sistema marcadamente capitalista sacarán de la pobreza a los países más afectados por ella. En las últimas décadas desde luego no lo han conseguido.

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