En este blog publicamos los artículos y cartas más interesantes y relevantes que nos envíen nuestros socios. Si eres socio/a puedes enviar tu opinión desde aquí. Consulta nuestras normas y recomendaciones para participar.
Sobre lo que en la escuela leemos y lo que no alcanzamos a leer
Cuando escucho hablar a Emilio Lledó suele removérseme el corazón de ternura. Quien haya escuchado sus palabras seguramente conozca la anécdota de como de niño hallábase en la escuela bajo la tutela de su maestro Francisco, quien les hacía leer en voz alta pasajes de El Quijote y al acabar les decía “sugerencias de la lectura”.
¡Sugerencias de la lectura! No es de extrañar que Lledó recuerde con gran admiración a su maestro.
Primero, porque era un clásico. Estamos llenando la escuela de libros menores en un intento infructuoso de trasmitir a las nuevas generaciones el hábito de leer, olvidándonos de que la cuestión no es leer mucho, sino leer bien. Y los clásicos son una buena lectura, no en pos de la idea dogmática del son buenos porque son clásicos, sino la crítica de son clásicos porque son buenos. Pueden estar impregnados de belleza por muchos motivos: algunos por constituir una hermosa construcción lírica, otros por plantearnos los grandes dilemas de la existencia humana o incluso por…, sea como fuere, todos ellos precisos para moldearnos en seres íntegros, virtuosos. Me pregunto quién tuvo la ingeniosa idea de que leer obras mediocres por considerarse menos complicadas o modernas porque lo antiguo está necesariamente obsoleto iban a ser más cautivadoras.
Segundo, porque hacer leer a sus jovencísimos alumnos una obra de tal envergadura, sin haber pasado por la guillotina a la que denominan “adaptaciones infantiles” los encamina hacia una existencia plena, la cual se alcanza en contacto con la realidad y no vía versiones edulcoradas que sirven al lema de vivir feliz en la ignorancia. No es la función de los adultos encuadrar la obra en una versión simplificada, pues es entonces cuando les robas a los niños el reto del aprendizaje, del pensar. El pedagogo se toma la libertad de recortar el texto con el supuesto fin de que sea entendible para el infante y se considera legitimado para prever los límites de comprensión del alumno. Pero de esta manera se le quita la posibilidad de que sea el mismo quien adecúe a su capacidad cognitiva la realidad sensible que se le presenta, es decir, que realice su propia labor particular de entendimiento.
Tercero, porque pasar la palabra a los estudiantes muestra, en el fondo, un profundo respeto por sus alumnos. El aprendizaje debe constituir un reto, un hacia delante. Y tras el entendimiento, viene el juicio. Preguntar qué te sugiere la lectura genera un espacio de creatividad donde la labor del maestro es asomar al exterior el proceso intelectivo que tiene lugar en los niños. Para ello, han de ser tratados como si fueran adultos, es decir, han de sentir que sus conclusiones son valoradas y que tienen la responsabilidad de pensar autónomamente, en otras palabras, por ellos mismos.
En conclusión, la escuela tiene la función de adultizar a los niños porque en el caso de no hacerlo estaremos destinados a vivir en una sociedad de adultos infantilizados, alienados en una cosmovisión estancada desde que se tornaron adolescentes. Es por ello que parece imperante que la educación cambie de rumbo aunque, visto lo visto, quizás peque de ser un poco quijotesca.
Sobre este blog
En este blog publicamos los artículos y cartas más interesantes y relevantes que nos envíen nuestros socios. Si eres socio/a puedes enviar tu opinión desde aquí. Consulta nuestras normas y recomendaciones para participar.
0