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La salud mental está de moda

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Casi a diario se puede ver, leer u oír en los medios alguna noticia relacionada con la salud mental y sus problemas. Hemos escuchado pronunciarse sobre este tema a los parlamentos, Estatal y Autonómicos, al Gobierno, los partidos, Movimientos Asociativos, etc. Ahí está la Proposición de la Ley General de Salud Mental, La Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud o el Plan de Acción de Salud Mental 2022-2024. La Salud Mental, ¡está de moda! Algunos diríamos que… ¡por fin!

Soy psiquiatra y ejerzo desde hace más de 40 años, casi los que llevo en el Servicio Andaluz de Salud. La razón de hacer pública estas reflexiones es que, recientemente, he tenido que atender en un corto espacio de tiempo a cinco personas tras realizar un intento de suicidio. Esto no era tan habitual hasta hace poco tiempo. Una vez escuchadas, encuentro reacciones impulsivas por frustraciones de la vida cotidiana, o personas con limitaciones sobrevenidas por problemas de salud e incitadas a este tipo de actuación, o a personas mayores sin esperanzas de futuro y aisladas, o personalidades complejas con un alto nivel de sufrimiento mental a los que se les hace muy difícil enfrentar un cotidiano vacío. Otra casuística frecuente es la de personas con un alto nivel de exigencia y de rendimiento y que, agotadas, presentan un elevado nivel de ansiedad y una autoestima disminuida al no poder responder a las peticiones requeridas; como mujeres y hombres con largas jornadas de trabajo que deben atender además necesidades familiares.

Llama la atención de este escenario el nivel de sufrimiento mental y, sobre todo, el extremo al que puede llegar una persona: el deseo de muerte y la acción para llegar a ella. “Fácilmente” se concluye que no merece la pena vivir. Explicitan que el sufrimiento, al no cumplirse las expectativas sobre cómo transcurre o debe transcurrir su vida, se les hace insoportable y, como resultado, mejor prescindir de ella. Hace tiempo que venimos detectando este pensamiento, incrementado ahora por la pandemia. Existe una dificultad creciente en la sociedad, al menos en la nuestra, para tolerar los límites a nuestras expectativas en general, consecuencia inmediata de una disminución de la capacidad de resiliencia. Es decir, la de ser competentes para desarrollar un proceso de adaptación y crecimiento teniendo en cuenta el contexto.

Precisamente, la pandemia nos ha impuesto una realidad: la humanidad está subordinada a un orden de la Naturaleza sobre el que no puede imponer su gusto o su deseo; hay que aceptar su primacía y adaptarse a sus exigencias. Rebelarse contra esta realidad, negándola y buscando salidas ilusorias, situadas en la fantasía de un deseo omnipotente, nos lleva al fracaso como sociedad o, desde el punto de vista que intento aquí destacar, a una sociedad insana mentalmente. La persistencia de un deseo omnipotente, narcisista, de afrontamiento de las dificultades, está abocado al fracaso y a un sufrimiento continuo y sin final. Hay una alternativa: la actitud resiliente. Esta salida no evita el malestar e implica esfuerzo, pero asegura un nuevo equilibrio tras el cambio exigido. En los primeros momentos de la pandemia, llenos de incertidumbre y miedo, se dieron comportamientos solidarios, de preocupación por lo colectivo, pero pronto se instauró la crítica y la oposición a las limitaciones (confinamiento, vacunas, mascarillas, …). Esta reacción se ha justificado en un supuesto valor: la libertad; pero una libertad sin límites. Como si la libertad no debiera su presencia precisamente a la existencia misma de límites, que son los que me obligan a elegir. Si fuéramos omnipotentes y se pudiera tener todo, ¿para qué quiero libertad? El ser humano se hace trampa a sí mismo para no desarrollar esa otra actitud y comportamiento que es la resiliencia. Cuando la practico, acepto los límites y ejerzo mi libertad, pero teniendo en cuenta las condiciones que me impone la Naturaleza, la sociedad y mi persona. Algo semejante vemos frente al cambio climático. No aprendemos y ya sabemos por la mitología del final de Narciso.

La salud mental está de moda, pero es importante aclarar para qué y para quién. No basta sólo con una respuesta sanitaria. Esta respuesta es válida para las personas dispuestas, mediante el tratamiento, a reflexionar y trabajar sobre lo que les ocurre, a un examen de sus necesidades, proyecto vital, dificultades y limitaciones para su logro y, por tanto, desarrollar una actitud resiliente para resolverlas. Será ineficaz para los que se mantienen con una demanda posicionada en esa otra perspectiva narcisista, de deseo omnipotente, para eliminar el malestar, y depositar en otro la responsabilidad de satisfacer esta petición, bien por la acción de un fármaco (España está a la cabeza del consumo de psicofármacos), o por la acción de un “psicólogo” para que, de una manera “mágica”, se puedan desprender del sufrimiento sin renunciar a nada. Todo esto, sin olvidar que el alivio de ciertos malestares está en la modificación de condiciones de vida, para las que el sistema sanitario no tiene competencias.

Lo expuesto parte de una visión desde el quehacer clínico. Existen lógicamente otras miradas que complementarían y matizarían lo dicho. Esto es así, además, porque al grito de: ¡cuidemos la salud mental!, debemos responder muchos. Sin duda los profesionales sanitarios, pero también políticos, gestores, educadores, sociólogos, trabajadores sociales, comunicadores, economistas, empresarios, … Procurando unos Servicios Sanitarios Públicos potentes y competentes, sacándolos de la actual situación de abandono y precariedad, pero también construyendo Comunidad. Al fin y al cabo, venga como venga expresada la petición de alivio, lo que se deriva es una gran necesidad de escucha, acompañamiento, comprensión y ayuda, que hoy por hoy escasea y que sería lo propio de una sociedad en la que predominara la solidaridad, el respeto y la complementariedad.

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