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Cuando la sentencia entra por la puerta, la democracia sale por la ventana

Mariana Leibner Alvarez

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En primer lugar, mi absoluto rechazo al lamentable desempeño de la justicia durante el procés y la enorme responsabilidad que tiene la clase política en todo el conflicto. La obsolescencia de la Constitución del 78 no hace más que ser cada día más evidente. La imparcialidad del poder judicial y la miopía de todos los partidos políticos implicados en el conflicto (no digo catalán porque no es solo catalán) territorial y social, están causando un daño enorme a los derechos fundamentales de nuestra democracia y, como suele suceder, las consecuencias las paga el pueblo, con pensamientos y sentimientos amordazados, con moratones y ojos cegados.

Considero injustas y desproporcionadas las cargas policiales de estos días, igual que rechacé las cargas policiales en cada una de las manifestaciones sociales y políticas que hubo en este país en las últimas décadas.

Sin embargo, cada vez que me sumé a las protestas en Barcelona, con la voluntad de defender la libertad de opinión, el derecho a decidir y en definitiva la democracia, he sido automáticamente categorizada de independentista. Algo políticamente lógico si entendemos que, tanto desde los partidos independentistas les conviene alardear de adeptos (aunque no les correspondan) como también a los “defensores de España” les es útil intentar asustar con que “ellos son un montón” y así alimentar la división entre ellos y nosotros.

Y algo de esto último está asociado con mi oposición al independentismo. Considero que hay demasiadas fronteras en el mundo. Cientos de personas mueren al día por problemas de fronteras, el fondo del Mediterráneo es el más trágico ejemplo. También somos miles los que hemos vivido los problemas asociados a la nacionalidad. Yo, como inmigrante, he estado casi diez años trabajando antes de conseguir mi nacionalidad española. Creo también que si Cataluña paga más en impuestos al Estado que otras comunidades autónomas es porque genera más riqueza per cápita, porque tiene más ricos, no porque los pobres de Cataluña paguen más que los pobres de, por ejemplo, Andalucía. Rechazo los privilegios de la burguesía catalana igual que rechazo los privilegios de la burguesía madrileña.

Soy marxista, entiendo que los vínculos de identidad sociocultural son dinámicos y están más determinados por las horas de vida que nos sustrae el capitalismo para dejarnos existir, que con el relato de una patria que nos hace especiales. Nos hermana más la realidad económica de la vida cotidiana, que el acento en el habla. Por eso los beneficios asociados al territorio y despegados de la relación con los bienes de producción me parecen, como mínimo, peligrosos.

Jamás lucharía hombro con hombro con la derecha catalana, me producen el mismo rechazo que el PP, que Cs y que Vox (cada uno con con algún matiz, claro, pero rechazo político absoluto). No soy independentista, además, porque todo el independentismo catalán pondera la independencia por sobre la lucha de clases. Aunque en algunas cuestiones sociopolíticas, como en el reparto de los bienes sociales o en el cuestionamiento de la propiedad privada, simpatice con el discurso de la CUP. Porque la ideología política, como la filosofía, es una construcción compleja.

Lamentablemente, hacer hoy una defensa de la democracia en las calles de Catalunya implica aceptar que te definan, de un lado y del otro, de independentista, por eso ya no me manifiesto. Acaparar el legítimo derecho a la sedición; es por lo que yo hubiera juzgado a los presos, ironías del destino.

Los asalariados de Cataluña tenemos más en común con el pueblo madrileño, andaluz o levantino (entre otros) que con la burguesía independentista de Barcelona, Vic o Girona. Y el autoritarismo judicial, policial y político al que todos estamos sometidos, no se va a rebatir si no es con un debate social profundo y alejado de los intereses partidarios y cortoplacistas que marcan los períodos electorales.

Claro que soy republicana. Pienso que si todo el independentismo catalán hubiera luchado por la República del conjunto del Estado, se hubieran ganado el respeto como la sociedad culta y singular que son y estaríamos más cerca de derrocar a la monarquía. Al menos ese intento hubiera sido más beneficioso para el conjunto de la democracia. Los acontecimientos políticos nos afectan a todas/os, la censura, el cuestionamiento al derecho a manifestarnos, la represión, la demonización de la disidencia, ¿hasta dónde? En nosotras/os está el quedarnos al margen y renunciar al poder que nos corresponde o tomar parte y defender el debate necesario, con responsabilidad y capacidad crítica.

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