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Supremacismo cultural
En Wikipedia encontramos la siguiente definición: “El supremacismo es la creencia de que un determinado grupo de personas es superior a todos los demás. Las personas supuestamente superiores pueden definirse por edad, género, raza, etnia, religión, orientación sexual, idioma, clase social, ideología, nacionalidad, cultura o pertenecer a un grupo de población en particular”. Esta definición me gusta porque utiliza el verbo “creer”, que a su vez significa “dar por cierto aquello para lo que no se tiene prueba o evidencia alguna”, a diferencia de la definición que encontramos en el DRAE, que utiliza el sustantivo “ideología” dándole al supremacista una categoría que no tiene.
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en un acto de campaña en Santa Cruz de Tenerife, para las elecciones europeas que se celebran el 9 de junio de 2024, hizo la siguiente propuesta en temas de inmigración: “...que las personas que quieran formar parte del proyecto de la UE deben firmar un compromiso de adhesión y respeto a los valores fundacionales de Europa, como la igualdad entre hombres y mujeres.” y remata diciendo, “Es un compromiso que les pedimos a toda la gente que venga a trabajar a Europa …” (los entrecomillados están tomados de una crónica de Aitor Riveiro publicada en eldiario.es el 03/06/24). Recientemente, en el marco de las críticas del PP a las propuestas relacionadas el control de la inmigración que Sánchez hace públicas en el viaje a Mauritania y otros países del entorno este verano, el líder del PP se reafirma, y el 28 de agosto de 2024 tuitea, “… Quien venga, contrato en origen y carta de cumplimiento de nuestras leyes.”
A la hora de elaborar o valorar una propuesta en un tema tan importante como la política de inmigración se debe recurrir a principios o conceptos básicos. En este caso, la idea básica de partida es de las más simples: igualdad.
No hay igualdad en la firma de adhesiones, como la propuesta por el PP. Se trata de una situación claramente asimétrica, en la que el anfitrión adopta una actitud, como mínimo, paternalista. Implícitamente, se obliga a una renuncia, al que llega no se le propone acomodarse, se le exige acatar lo ajeno y, en consecuencia, orillar u olvidar lo propio. El motivo que subyace detrás de este tipo de propuestas no puede ser otro que la convicción que posee el anfitrión sobre sus valores culturales, que los considera superiores a los del que viene de fuera y eso, sabemos el nombre que tiene, es Supremacismo Cultural.
Es muy fácil para el supremacista plantear en este punto una discusión maniquea y moralista sobre las costumbres y actitudes de los que llegan. El propósito es intentar afear su cultura apelando a toda serie de comentarios sobre vestimenta, relaciones familiares, estructura social, hábitos personales, alimentación, prácticas religiosas, vicisitudes históricas, etc. Pero este tipo de argumentos son siempre irrespetuosos, falaces y malintencionados. Por cierto, no seamos ingenuos, si alguien en España no respeta la igualdad entre hombres y mujeres acabará con problemas con la ley. Ahora va a resultar que habría bastado que los maltratadores autóctonos firmaran un papel de adhesión a los principios fundacionales de Europa, para solucionar nuestro más que gravísimo problema de violencia de genero.
Pertenecemos a un país del primer mundo y gozamos de una estructura social y política ordenada, que aspira a ser justa e igualitaria y ocupar un puesto de vanguardia. Solamente el respeto mutuo a las diferencias y el esfuerzo común por adaptarse puede ser el marco en el que un país avanzado y moderno puede establecer la normativa de inmigración. El camino es la convivencia en respeto e igualdad y la honesta oferta de adaptación reciproca. No es un camino fácil para los que estamos aquí, pues implica reflexión, esfuerzo y renuncia. Nos puede dar vértigo abandonar nuestra región de confort, pero dar la espalda, hoy por hoy, es una ignominia.
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