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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Propuestas para sentir y no militarizar nuestras emociones

Sánchez y 8 gobernantes piden "alinear" las medidas de contención en la UE y coronabonos para financiarse

Helena Rodemann Rios

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Llega el fin de la semana y tenemos deberes que cumplir.

El sábado pasado, Pedro Sánchez en su comparecencia en La Moncloa nos avisó de que el final de esta semana iba a ser durísima y nos dió una orden: tenemos que llegar fuertes. Con una cara y aspecto cansadísimo, nos insistió que hay que llegar no solo fuertes, sino que “muy fuertes”. Énfasis en “muy”. Como si hubiera una forma de medir la insuficiencia. Como si existiera un barómetro en el que se nos condenará si no damos la talla. Según Sánchez, el motivo de este llamado a la fuerza es porque estamos en una batalla. En este caso, contra un ente microscópico: el coronavirus. Declaró que para ganar, derrotar y vencer a este enemigo tenemos que adoptar disciplina, unión como arma, y “moral de victoria”.

Sumándose a toda esta parafernalia bélica, José Luis Martínez-Almeida aportó a la conversación dualista: “Tenemos dos opciones: o derrumbarnos, o demostrar al mundo que si nos unimos somos imbatibles.”Fracasar o triunfar. Perder o ganar. No hay más.

No han sido los únicos en exigirnos lucha y fuerza. El popurrí político también ha difundido mensajes que declaran la guerra contra el virus, y le ponen hasta nombre de “escudo” a su plan de intervención para el combate. La retórica en general insiste, insiste e insiste en que lo que hay que hacer es ser fuerte, apechugar, aguantar y sacrificar para vencer la batalla.

Yo, como Sánchez el sábado pasado, estoy cansadísima. Cansadísima de que ante la amenaza externa, la visión masculina estereotipada y paternalista me ordene a sentir lo que cree que debo sentir, hacer lo que cree que tengo que hacer. Estoy harta de que me digan que si soy “fuerte”, si aguanto, si sacrifico, si tengo disciplina, ganaremos. Si soy “débil”, si me dejo llevar por el miedo, si flaqueo, perderemos.

Una semana después, estamos en el momento que se nos avisó que iba a ser el peor. Para afrontarlo, se me exigió ser “muy fuerte”. Y me pregunto, ¿habré cumplido con sus órdenes? ¿Lo habré hecho bien? ¿Habré llegado muy fuerte?

La militarización de las emociones

Pues va a ser que no.

Históricamente, han sido y son hombres los que luchan en las batallas, y la propuesta de los representantes para afrontar esta crisis “muy fuertes” refleja una mirada androcéntrica que hiper masculiniza la fuerza que ellos mismos definen. Están construyendo una narrativa de guerra que consiste en militarizar nuestras emociones, jerarquizarlas, y convertir nuestra idea de fuerza en sinónimo de agresión y dominación.

La militarización emocional implica crear un conflicto interno donde unas emociones ganan y otras pierden, o unas mandan mientras otras obedecen, o simplemente no existen. Al negarnos la libertad de sentir miedo, tristeza, o cualquier emoción “no fuerte”, militarizar nuestras emociones es anular nuestra complejidad emocional por completo. Y no lo compro.

La fuerza entendida desde la negación, arrogancia, egocentrismo, frialdad e indiferencia son características del privilegio y la opresión. Y la consecuencia de esta fuerza impregnada del proceso de militarización emocional es nefasta (prueba de ello el sistema profundamente desigual en el que vivimos) y nos convierte incapaces de afrontar cualquier crisis, porque al exigir fuerza y negar debilidad, cancela cualquier oportunidad de aprendizaje o recuperación. Y entender la fuerza desde aquí, desde la rigidez, intransigencia y desconexión, contamina el potencial auténtico de la fuerza para reducirnos a seres extremadamente ineptos. Esta fuerza de la que hablan, esta de lucha y de disciplina, es precisamente la fuerza que nos hace débil.

Los imperativos e inmunidad emocional como norma, no sirven

El patriarcado genera estratos donde los “verdaderos” hombres son los que son fuertes, sobre todo físicamente, pero también emocionalmente. La “fuerza” emocional se caracteriza por la represión y ausencia de sentimientos tradicionalmente asociados a las mujeres, y las mujeres, para ser iguales, debemos aspirar a ser como ellos.

El patriarcado valora a los hombres en base a su fuerza y agresión y jerarquiza unas emociones por encima de otras, reproduciendo patrones machistas que elevan el estereotipo masculino sobre el femenino. Acaba por establecer la inmunidad emocional como norma. O peor, establecer la agresión y violencia como aspiración. Por lo tanto, si quiero ser fuerte, tengo que no sentir miedo, tristeza, preocupación.

Ya si a todo este trasfondo podrido añadimos órdenes paternalistas que dictan lo que debemos hacer, sentir o pensar, ya aquí me agobio.

Porque a mí los imperativos emocionales, en general, no me sirven.

Como mujer, vivo rodeada de imperativos. A diario respiro un legado de control, violencia, y dominación masculina que impone su autoridad moral y emocional sobre mi vida. Me dice lo que tengo que decir, hacer, sentir. Qué está bien, qué está mal. Me plantea siempre dos opciones: o ganas, o pierdes. Obedeces al mandato social, o sufres las consecuencias.

El rechinamiento tiene doble filo. Por un lado, rechazo los imperativos en positivo cargados de superioridad moral: hay que ser fuerte, hay que hacer esto, hay que hacer lo otro, porque yo sé más y tengo la verdad. Por otro lado, rechazo los que se formulan en negativo: no llores, no te preocupes. Sobre todo, no tengas miedo, porque el miedo es una herramienta de control social. Y si caes en la trampa de sentirlo, es que eres ignorante.

Es como si no tuviéramos permiso para estar mal. Como si estar triste fuera signo de debilidad, como si sentir miedo fuera lo mismo que ser imbécil.

Lo que más me rechina es que este juicio nace del mismo mandato machista que dicta que los hombres “de verdad” no sienten estas emociones. Juzgar las emociones como “buenas” o como “malas” es entrar en un dualismo patriarcal militarizado que niega nuestra totalidad y jerarquiza y dicta lo que sentimos o debemos sentir. Las emociones no son debatibles, son la realidad de cada persona que las siente. Sentir emociones no te hace imbécil ni menos hombre, te hace humana.

Ante cualquier crisis, necesitamos alternativas a esta visión de macho

En su libro Rising Strong (2015), Brené Brown habla que para solucionar problemas aparentemente intratables como la opresión, la pobreza y la desigualdad (añado a este listado el coronavirus) lo que necesitamos es alejarnos del estoicismo emocional.

La fuerza entendida como agresión, pelea y enfrentamiento nos desconecta de nosotras mismas y de la humanidad que nos rodea. Cuando creo que la fuerza es hacerme grande yo para que seas pequeño tú, esto ya me impide ver al otro y me hace reproducir lo que odio. Con palabras de Audre Lorde, las herramientas del amo nunca desmantelarán su casa. Y reproducir los mismos patrones que equiparan la fuerza con la anulación emocional y la pelea solo va a conseguir que sigamos reproduciendo la desigualdad que muchas queremos derrotar. Necesitamos alternativas a esta visión bélica de la fuerza. Necesitamos sentir la fuerza desde la introspección, desde la calma, desde la paz. Si queremos levantarnos de nuevo y superar esta crisis, necesitamos conectarnos más que nunca.

Acercarnos a lo que sentimos también puede ser fuerza.

Ser fuertes con herramientas emocionales

En respuesta a todo esto, me he propuesto reflexionar sobre qué es la fuerza para mí. Y me he dado cuenta de varias cosas: que me siento fuerte cuando me siento segura, y me siento segura cuando vivo en relación a las personas que quiero. Con el distanciamiento social, me siento bastante desconectada de las relaciones que me nutren y, por lo tanto, menos segura. Menos fuerte.

También me siento fuerte cuando me siento escuchada, y no mandada ni atacada. En vez de recibir órdenes o juicios emocionales sobre lo que tengo que sentir o no, prefiero tener espacio a averiguar qué siento y que me pregunten, ¿qué sientes? Y después, ¿qué necesitas? Últimamente no recibo otra cosa que mensajes sobre lo que debo pensar o sentir. Me siento poco escuchada. Poco fuerte.

Pero sí que conecto con la fuerza cuando sé reconocer lo que estoy sintiendo. Sentarme en silencio y ponerle nombre a lo que me está pasando y a todas las reacciones que surgen. Mi fuerza es cuando me examino y hablo en primera persona de lo que me pasa, porque hacerlo me ayuda a colocarme en mi propio centro. Me permite conectar conmigo misma, a conocerme más, a estar más presente en mi propia vida. La conversación interna es algo como:

“Siento miedo, vale.

Siento que no tengo el control sobre el futuro, vale. Siento. Pienso.

Y aún sintiendo esta tristeza, este miedo, aquí estoy. Aquí me quedo, respirando. Conmigo.“

Esto, para mí, es fuerza. Es el compromiso a estar conmigo misma y a aprender de lo que me pasa, sin huir. Sin negarlo. Sin anularlo. Identificar y reconocer lo que siento, aunque me duela o sea difícil, me abre a la posibilidad a aprender de ello. Y esto me ayuda a sentirme fuerte.

Me sirve también hacerme responsable de lo que estoy sintiendo. Sin echar balones fuera. Sin buscar enemigos. Sin anclarme en la culpa. Cuando puedo ser testigo de mi misma y de mi vulnerabilidad, sin entrar en atacar o ser violenta hacia mi misma, otras ideas o personas, soy fuerte.

Soy fuerte también cuando consigo aceptar que lo estoy sintiendo, sin juzgarlo ni intentar cambiarlo. Por que cuanto más intento cambiar lo que siento, más me atrapo en ello y más conflicto genero en mi interior. Pero si soy capaz de observar lo que siento, sea lo que sea, más fácil me es integrarlo de una manera que me sirva.

No es un fracaso sentir tristeza o miedo. Derrumbarse, venirse abajo, dejarse caer, no es lo contrario a ganar. Es conectar con la complejidad emocional interna que nos define como seres vivas. Es conectar con la humanidad. Es ver la fuerza no como violencia contra un enemigo, sino como resiliencia a favor de una misma.

Así que, llegada al fin de la semana, me pregunto si habré cumplido las órdenes de Pedro Sánchez y otros representantes en el que se me ha pedido ser “muy fuerte” para luchar en el combate. No lo sé. Casi segura que no. Pero me da igual. Sigo sintiendo

Ojalá nuestra salvación y la respuesta a esta crisis llegue no porque hayamos sido “fuertes” en el combate, sino porque hayamos sido capaces de tener conversaciones honestas con personas dispuestas a exponerse y a no camuflar su vulnerabilidad con escudos y armaduras.

Ojalá podamos empezar a ver y escuchar a líderes y referentes expresando curiosidad por sus propias emociones, relaciones, y percepciones de la realidad.

Ojalá en la siguiente comparecencia el presidente pueda responder abiertamente y sinceramente a la pregunta ¿cómo te sientes? o ¿qué necesitas?, y hablar de la fuerza no desde el combate, sino desde la vulnerabilidad.

Ojala podamos entender que la persona “fuerte” no es quien más armas tiene para luchar, sino quien más herramientas tiene para sentir.

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