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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Una gala de los Goya en tres actos

Benedicta Sánchez, Goya a la mejor actriz revelación con 84 años

Emilia Arias

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Acto 1: Los premios

A los Goya, como a la vida, hay que ir cenada y llorada de casa. Allí me presenté como acompañanta de una mujer que se dedica a esto del cine y que me advirtió: “La gala se hace larga”. Feminista que es una, me subí a unos tacones (cómodos, eso sí) y me puse un vestido bien bonito y bien prestado. Fuimos en un autobús desde el hotel al Martín Carpena de Málaga y ni un vaso de agua hasta que acabó la gala, a pesar de los intentos que hicimos. Un consejo que os doy si os invitan: llevad cargador y petaca.

Los Goya fueron a parar a manos mayoritariamente de hombres, pero hubo grandes alegrías que demuestran que ciertas cosas en la Academia y en el mundo del cine están cambiando: el Goya al mejor corto documental se lo llevó Silvia Venegas por Nuestra vida como niños refugiados en Europa y el mejor documental fue para Nata Moreno por contar la historia de Ara Malikian. Y es que no se trata solo de que se lleven el premio mujeres, se trata de qué mujeres se los llevan, qué historias están contando y cómo las están contando.

La gala tuvo algunos momentos brillantes por el contenido y por la forma: Benedicta Sánchez, con 84 años, recibió el Goya a la actriz revelación. Una mujer alejada de cualquier estereotipo que dio una lección de feminismo en unas declaraciones previas a la gala: “No me gusta competir, siempre me ha gustado más colaborar con mis compañeras”.Belen Funes recibió el premio a la mejor dirección novel por La hija de un ladrón y luego mandó un saludo a las hermanas de Pikara.

La directora Irene Moray se llevó el galardón al mejor corto de ficción por Suc de síndria. Ella, criticada en redes por pasearse guapísima por la alfombra roja con las axilas sin depilar (no dejará de sorprenderme este ataque a la disidencia heteronormativa), hizo uno de los discursos más reivindicativos de la noche: “Quería dedicárselo a todas las supervivientes. Y hacer un recordatorio de que estas mujeres tienen derecho a hacer ruido, a triunfar, a coger espacio en el mundo, disfrutar de la vida, de su cuerpo… tienen derecho a correrse y a ser quien ellas quieran ser”. Ella y las críticas de Silvia Abril al techo de cristal y a la falta de papeles para mujeres mayores de 40 años fueron los toques más reivindicativos de la noche. También hay que mencionar a la compositora Zeltia Montes que se presentó vestida de Super Woman porque “hacer música para cine siendo mujer es de superheroínas”.

Acto 2: La alfombrita

Ser feminista y ponerse guapa, o lo que una considera que es verse bonita, no está reñido. La riada de comentarios machistas despreciables que han ido ligadas a las moditas que lucieron actrices, directoras y presentadoras en los Goya son material suficiente para una serie documental. Se titularía algo así como Misogínia, la serie. Un capítulo se puede dedicar a la obsesión con la depilación: que no pueden ver un pelo en un sobaco de mujer. Cortocircuitan. La segunda parte se titularía Gordofobia. Si se te ocurre tener un cuerpo que no se aproxime a lo que decide el mercado en firme colaboración con el patriarcado, olvídate de sentirte deseable aunque lo seas, van a decir que no lo eres, que no lo intentes. Las críticas no parecerían tan sexistas si no lo fueran. Muy sencillo: ellos no reciben ni este escrutinio ni esta vigilancia física. El tercer capítulo se titularía Nosotras; esos accesorios

Acto 3: La gala vertical

En los Goya me pareció apreciar dos mundos. Por una parte estaba el proletariado del cine: iluminación, sonido, composición de música, reparto, foto fija, producción, atrezzo, vestuario… Gente que trabaja en el cine y ocupa las gradas. Y por otro lado los y las diosas del Olimpo de las alfombras rojas, los rostros que reflejan una industria, las salas VIPS, las copas de oro, los mundos aparte… Eché de menos más horizontalidad, más convivencia, más arte, más pensamiento y menos industria.

Hacen falta contenidos e historias que nos hagan mejores personas, más conscientes de que no somos nada; solo una mota de polvo en un enorme universo, en un planeta azul que se deshiela, que se quema, que vive la devastación de temporales mientras el capitalismo camina con sus garras afiladas haciéndonos peores personas.

El cine, esa “fábrica de sueños”, es algo más que ocio, es algo más que un mero objeto de consumo, es más que un rato con unas palomitas. Vaya por delante que me encanta comer palomitas en el cine. Es un sueño, es reírse de todo y llorar por la vida y la muerte, es vanguardia pero no debe ser élite, el cine no es solo industria o no puede ser solo industria porque el cine construye, crea historias, las cuenta, denuncia, visibiliza, muestra, avanza.

Soy consciente de los esfuerzos de la gala por descentralizar el cine para que Madrid no sea el centro del universo del cine en España, pero descentralizar no es solo mover la gala de sitio. Es, y aquí a Arturo Pérez Reverte le va a dar un mal, apoyar desde las instituciones provinciales y autonómicas la creación de historias que nos hagan una sociedad mejor. Y es que aunque algunos despotricaran el sábado sobre las subvenciones: ¿Qué habría sido de la historia del arte sin el mecenazgo de los Medici en Florencia, por ejemplo? ¿Qué son los premios literarios a los que nos presentamos muchas si no una forma de fomentar la escritura, la literatura?

Ni hablando de cine, de alfombras y de premios nos libramos de ellos. Si a Vox no le gusta el cine español, si Vox aborrece eso que se ha dado en llamar “el cine español”, como si el arte tuviera patrias también…, es porque algo se debe estar haciendo bien o no mal del todo. Con lo patriotas que son ellos, el cine debe ser lo único de su España que no les gusta. 

Será porque siempre, en muchos rincones del mundo, ha sido una herramienta de lucha y de cambio y si no que se lo digan a Ken Loach, a Ágnes Varda, a Iciar Bollaín, al neorrealismo italiano, a Nadine Labaki.

En el cine muchos de esos hijos e hijas encerrados en cubículos de rancias ideologías y sectarias supersticiones encontrarán personajes en los que mirarse, reflejos que duelan y liberen, verán lo que arde el dolor del encierro y la incomprensión y podrán romper costuras, se asomarán a realidades que no son las suyas pero que abrasan como ácido.

Se podrán emocionar con las llamas de una Galicia rural olvidada, digna e indestructible. Encontrarán el sabor del zumo de sandía; lo que cuesta correrse después del asalto sexual. Sabrán que la historia no fue lo que les contaron; que hubo hombres y mujeres escondidos en rincones para que los golpistas, los de verdad, no les pasearan.

Sabrán que alguien gritará por ellos y dedicará el Goya a todas las antifascistas del mundo (gracias, de corazón, al actor Enric Auquer) y lo hará mientras dure esta guerra, una guerra abierta contra la cultura, la libertad, la expresión de las ideas de libertad, fraternidad, progreso, igualdad y lucha.

En el cine y en la vida todas nosotras conocemos el dolor y la gloria. Porque lo que queda cuando se quita la alfombra, el espectáculo, los vestidos prestados, los premios se ponen en las baldas y se apagan los foco… son personas peleando por contar historias y sociedades que necesitan ser contadas.

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