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Cómo los barrios pueden combatir el cambio climático

La compra productos en comercios de proximidad ayuda a luchar contra el cambio climático. / EFE

María Muñoz

Más de la mitad de la población mundial ya vive en las ciudades. Cómo vivimos en ellas, cómo nos movemos o qué energía consumimos tiene un gran impacto en el medio ambiente. Pero no solo. También es importante saber que nuestra forma de alimentarnos o cómo consumimos también tiene graves consecuencias en la capa de ozono. Usar el transporte público o la bicicleta para nuestros desplazamientos urbanos o ahorrar energía en nuestras casas ayuda a combatir el cambio climático. También lo conseguimos tirando menos alimentos a la basura, comprando en comercios de proximidad, disfrutando en los barrios del ocio o dando un segundo uso a objetos que ya no queremos.

“Hay dos sectores en los que no siempre se incide a la hora de la lucha contra el cambio climático y son la alimentación y el consumo cotidiano de objetos, algo que hacemos todos a diario”, afirma la coordinadora de Consumo de Ecologistas en Acción, Charo Morán. En el caso de la alimentación, subraya, hábitos que se han dejado de lado -aunque alguno vuelve a recuperarse-, como el consumo de productos de temporada, son gestos que tienen consecuencias directas, y nefastas, en el medio ambiente. “Tenemos que pensar que comernos un tomate un invierno significa que antes ha habido un enorme gasto de energía para que pueda ser cultivado en esta época”, indica.

También influye dónde y cómo compramos esos alimentos. “Los grandes empaquetados están relacionados con las grandes superficies, que tienen grandes cadenas de frío lo que supone un enorme gasto de energía; y luego hay que tener en cuenta que a estas grandes superficies acudimos normalmente en coche”, detalla Morán. De ahí, que la experta recomiende el comercio de proximidad, fomentando así la economía local de los barrios. También formar parte de un grupo de consumo es una manera de luchar contra el cambio climático. “Lo que se compra son productos de temporada, se apoya a los productores locales y se reducen los desplazamientos”, afirma.

Alimentos que acaban en la basura

Un tercio de los alimentos que se producen para el consumo humano acaban en la basura, según datos de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Esos desperdicios generan el 8% de las emisiones anuales.

Cambiar nuestros hábitos de consumo también contribuirá a luchar contra el cambio climático. “Cada persona acumulamos en nuestras casas entre unos 3.000 y 4.000 objetos”, afirma la experta, quien señala que no solo la obsolescencia programada fomenta el consumo, sino que también la “inducida”: “Son constantes los mensajes que nos dicen que el teléfono que tenemos ya está obsoleto aunque no esté estropeado”.

Hay cada vez más circuitos y opciones que permiten la compra de objetos y ropa de segunda mano o la utilización por unos días de objetos que tenemos en casa, como puede ser una taladradora, que solo empleamos una vez cada varios años. “Igual que sacamos un libro de la biblioteca, podemos tener estos objetos solo cuando los necesitemos”, reflexiona Morán. La experta también apunta a la reutilización de lo que ya no necesitamos y cómo antes de tirar algo pensemos si se le puede dar un segundo uso. La Asociación de Recuperadores de Economía Social y Solidaria (AERESS) tiene en su página web una calculadora que permite saber cuántas emisiones de CO2 hemos evitado a la atmósfera con la reutilización de objetos.

“Las ciudades estamos en transición y aquí en España las asambleas del 15 M han sido muy importante para revitalizar la colectividad en los barrios”, afirma Morán, quien opina que esa vida de proximidad también suma en la lucha contra el cambio climático. “Cuando socializas en el barrio, haces vida en él, no coges el coche por ejemplo para ir al centro, o si hay un cine fórum en la zona, no te desplazas hasta el del centro comercial”, subraya. De ahí, que en su opinión sea muy importante el fomento y desarrollo de actividades de barrio, de sacarlas del centro de las ciudades y llevarlas también a las periferias. “El consumismo quiere individuos y no colectivos”, concluye.

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