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Brexit Vs Plan B: alternativas opuestas a la Europa actual

Los participantes en el mitin de clausura de los actos del Plan B celebrado este febrero en Madrid.

Andrés Gil

¿Es el Brexit un sucedáneo del Plan B? ¿Hasta qué punto algunos defensores del Plan B optan por salidas individuales? ¿El Brexit que ver con el Grexit?

El Plan B no es unívoco ni homogéneo. Está claro. Y seguramente tampoco el Brexit. Pero el proyecto que abanderan los defensores del Brexit poco tiene que ver con el Plan B, aunque ambos movimientos surjan en un contexto de crisis económica y del proyecto europeo por la austeridad decretada por la troika y sus consecuencias.

Reino Unido no está en el euro ni en Shengen –acuerdo de supresión de controles fronterizos–, por ejemplo, y tradicionalmente ha sido uno de los socios comunitarios menos entusiastas, reacio a procesos de integración, más cómodo con la estrategia atlantista con Estados Unidos que con el continente europeo.

La campaña a favor del Brexit ha estado liderada por la derecha, cuyo principal partido, el Conservador de David Cameron, ha evidenciado la división que arrastra desde los años setenta sobre la construcción europea. El ultranacionalista UKIP de Nigel Farage sí ha estado en bloque a favor del Brexit, como los líderes conservadores Boris Johnson y Michael Gove, que han azuzado un nacionalismo alimentado por el rechazo a la inmigración.

“Hay en Reino Unido”, explicaba Íñigo Sáenz de Ugarte en su blog, “como en otros países europeos, una corriente antiestablishment que cuestiona los hechos asumidos por la clase dirigente, incluso más allá de cuestiones ideológicas. El FMI, la OCDE, la OTAN y otros organismos internacionales han recomendado que el Reino Unido continúe en la UE. Pero también lo han hecho casi todos los dirigentes laboristas y sindicales, incluido Jeremy Corbyn o figuras de la izquierda como Owen Jones. ¿Cuál es el factor relevante? La inmigración y el rechazo que se ha creado a la presencia en el país de trabajadores extranjeros. Sin ese rechazo a la inmigración, incluida la de los ciudadanos de otros países de la UE que ejercen el derecho a la libre circulación, el resultado de la consulta no habría estado nunca en duda. Y eso a pesar de que son muy pocos los británicos que creen haberse visto perjudicados personalmente por la inmigración”.

El Plan B

Hubo un tiempo en el que el Grexit –la salida del euro– estaba solo en la mente de las instituciones europeas, agitado hasta la saciedad durante la campaña del referéndum griego de julio pasado, hace exactamente un año. Hasta tal punto estaba fundamentalmente en boca de la troika que Alexis Tsipras aceptó un tercer memorándum que le llevó a convocar elecciones –que volvió a ganar holgadamente–. Y, para entonces, el Grexit ya no estaba sólo en boca de la troika.

La salida del euro la puso sobre la mesa la escisión de Syriza, Unidad Popular, que al final se quedó fuera del Parlamento griego (consiguió el 2,8% de los votos) en las elecciones del 20 de septiembre –además del KKE (Partido Comunista de Grecia) y los neonazis de Amanecer Dorado–. Una moción del GUE (Grupo de la Izquierda Unitaria, en el que están Podemos, IU, Bildu, Syriza y Unidad Popular, entre otros) firmada por el Partido Comunista de Portugal (PCP) y Akel (Comunistas de Chipre) reclamaba “la creación de un programa de apoyo a aquellos países que consideren que su permanencia en el euro se ha convertido insostenible e insoportable, previendo la compensación adecuada por las pérdidas causadas, en el marco de una salida negociada de la moneda única para aquellos países que lo deseen”: es decir, que exista un mecanismo para salir del euro, cosa que ahora no está regulada.

Paralelamente surgió la campaña Por un plan B en Europa, lanzada por el líder del Parti de Gauche francés, Jean-Luc Mélenchon, junto al exministro de Finanzas griego Yanis Varufakis y la expresidenta del parlamento heleno Zoe Konstantopoulou –candidata ahora de Unidad Popular–, el alemán Oskar Lafontaine –Die Linke–, y el italiano Stefano Fassina –Partido Democrático, exviceministro de Economía–.

La campaña fue presentada en octubre en el Parlamento Europeo por Mélenchon, los eurodiputados del GUE Marina Albiol (IU), Miloslav Ransdorf  (Partido Comunista de Bohemia y Moravia) Javier Couso (IU), Nikolaos Chountis (Unidad Popular), Sabine Lösing (Die Linke) y Rina Ronja Kari (Movimiento popular contra la UE, danés). Y evidenció los matices: la idea del plan B tiene que ver más con formar una alternativa a la construcción europea actual, dominada por la troika e instituciones con déficits democráticos que con una Europa sin euro o salidas unilaterales del sistema monetario europeo –aunque esta idea tenga defensores, como los griegos de KKE y Unidad Popular, el PCP portugués o los comunistas chipriotas–.

Este movimiento siguió evolucionando por varias vías, incluido el DiEM 25 (Movimiento 2025 por la Democracia en Europa) de Varufakis, y confluyó en febrero pasado en Madrid, en una cumbre social contra la austeridad. en la que participó el propio ex ministro de Finanzas griego: “Tenemos que hacer lo que la generación de los años 30 aquí en España y en el resto de Europa no consiguió hacer: crear una gran coalición de demócratas. Una Europa que funciona así es una Europa herida: la crisis no ha terminado, solo han cambiado sus síntomas”.

En aquella cumbre de febrero, organizados en foros, talleres y sesiones plenarias, algunas simultáneas, se debatió sobre la necesidad de “un plan B para Europa contra la austeridad y por una revolución democrática”, y las posibles alternativas en función de siete ejes, y se aprobó un calendario de movilizaciones europeo.

¿Y quiénes estuvieron en esa plaza? Activistas sociales y representantes de organizaciones políticas, algunos en las instituciones y otros no. El eurodiputado de Podemos Miguel Urbán, participante y uno de los organizadores, lo definió entonces como “unas de las conferencias más importantes contra la austeridad en los últimos años, que pretende sacar un proceso de movilización europea, en torno a la austeridad, el TTIP, los refugiados y la construcción de una Europa diferente”.

“Gran parte de los problemas que tenemos y vamos a tener se llama UE”, proseguía Urbán, “y gran parte de las soluciones, una Europa diferente, también ha de surgir de dentro de la UE. Grecia demuestra que hay que refundar un nuevo internacionalismo y que tenemos que tener un pueblo valiente, un Gobierno valiente: es una lección de Grecia que queremos empezar a construir. Hay un elemento central, que es el de los refugiados, la Europa fortaleza, el auge de la austeridad y un autoritarismo orwelliano en una mutación hacia la derecha europea, que recuerda a nuestra historia más negra. Ante eso, los socialistas y los populares europeos se están adaptando, y nosotros queremos combatir la xenofobia, el racismo, no simplemente con el discurso de que entren todos, sino para impedir la batalla de pobres contra pobres. Y para eso hacen falta ayudas sociales y derechos sociales para todos: que haya una Europa social es la mejor forma de acabar con la xenofobia”.

La eurodiputada de IU Marina Albiol escribía este viernes en eldiario.es: “En un contexto en el que desde la extrema derecha se comienza a pedir referendos en los diferentes estados de la Unión, la izquierda hemos de apostar por reforzar nuestros lazos y luchar codo con codo para construir una integración europea diferente que pueda, frente el TTIP, el CETA o el TiSA, acoger a las personas migrantes y refugiadas y garantizar unas condiciones de vida dignas para la población a través de la redistribución de los recursos. Sin embargo, queda claro que el Brexit es lo contrario a este modelo, pues no cuestiona las políticas austericidas y antisolidarias que se vienen practicando, sino que es una salida individual de unos de los estados más ricos de la UE”.

“No se trata de salir directamente del euro”, comentaba entonces el eurodiputado de IU Javier Couso, pero sí de dar alternativas al control hegemónico del BCE que defiende a la banca privada y la estabilidad financiera. No es una propuesta inmediata para ofrecer a nuestras sociedades, sino de reflexión para salir de esta arquitectura que es una cárcel para los países del sur: se pueden reformular los tratados, el BCE, hay muchas posibilidades“.

El responsable económico de Podemos, Nacho Álvarez, explicó así la posición de su partido con respecto al plan B: “El euro ha demostrado ser un experimento histórico fallido, además de un instrumento de dominación política. Puede que perviva aún años como unión monetaria, pero lo hará –si nada cambia– a costa de dosis crecientes de autoritarismo, pérdida de soberanía y falta de democracia. En todo caso, el momento no es fácil: democratizar las estructuras de gobierno del euro será muy complicado, al tiempo que amplias capas de la población rechazan una salida unilateral de la moneda única por las duras consecuencias que eso tendría. Esto obliga a considerar diversas opciones intermedias, como la posibilidad de un Parlamento de la zona euro en el que se recoja la soberanía de los diversos parlamentos nacionales, con funciones verdaderamente legislativas y representativo del peso demográfico de cada país. Simultáneamente, también deben valorarse posibles mecanismos de reajuste cambiario entre los distintos países, dando lugar incluso a diversos euros”.

El acto de Mélenchon, Albiol, Ransdorf, Couso, Chountis, Lösing y Ronja Kari:

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