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El abismo mira a Albert Rivera

Rivera en una cita con medios de comunicación en la campaña.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Albert Rivera atravesó el río en junio al frente de sus tropas y dejó atrás a niños, porteadores y liberales. No había vuelta atrás en su cruzada para convertirse en el líder de la derecha española. Arengó a sus seguidores y mostró su desdén por los que osaban dudar de él y de la estrategia. “Este es un partido de valientes”, dijo en un acto celebrado a mayor gloria de su liderazgo. Ergo, los que acababan de abandonar el barco o se mostraban reticentes eran los cobardes.

En mayo, ya había dejado claro qué es lo que estaba en juego: “No es una cuestión de izquierdas o derechas, es España sí o España no”. La providencia había llamado a su puerta. La patria le llamaba. Los que dudaban sólo podían ser unos antipatriotas.

España no ha querido ser salvada por Rivera. Unos meses después, Ciudadanos se encamina este domingo a un hundimiento con pocos precedentes en la política española. Las huestes de Rivera están cerca de tener el aspecto de los soldados franceses del Ejército napoleónico en el frente ruso. Estaban convencidos de que su destino era derrotar a un imperio y ahora podrían acabar congelados comiéndose unos a otros.

En este punto, conviene hacer un 'flashback'. Una semana antes de las elecciones de abril, los expertos contratados por Ciudadanos contaron a los dirigentes que estaban prácticamente empatados con el PP y que su tendencia era al alza frente a la línea descendente del PP. No acertaron del todo, pero estuvieron cerca. Cs se quedó a 220.000 votos del PP y nueve escaños. Peleada con frecuencia con las matemáticas, Inés Arrimadas anunció a los periodistas que les tocaba a ellos dirigir la oposición al futuro Gobierno de Pedro Sánchez.

Al igual que le pasó a Mariano Rajoy, Rivera no contaba con el adversario más tenaz de los políticos: la realidad. Necesitaba tiempo para convencer a los que le habían votado por primera vez de que habían tomado la decisión correcta. La mayoría eran antiguos votantes del PP. La realidad tenía sus planes al respecto a causa de la decisión de Sánchez de no pactar un Gobierno de coalición con Podemos. Rivera podía haber evitado la repetición electoral apoyando la investidura del líder socialista a cambio de algo, lo que sea. Llegó a la conclusión de que sus nuevos votantes no entenderían que permitiera la reelección de alguien a quien tanto él como Arrimadas habían calificado de “peligro público”.

La campaña y las semanas anteriores han sido un camino desolador para el partido. Cada encuesta era peor que la anterior. Primero, preveían que Cs sacaría en torno a veinte escaños (en abril obtuvo 57). Los pronósticos posteriores realizados durante esta semana reducen la cifra a quince y le dejan como quinta fuerza política. Curiosamente, el único consuelo les llegó de las discutidas manos de José Félix Tezanos. El CIS no les hundía totalmente en la miseria.

El factor diferencial de Ciudadanos es la escasa fidelidad de sus votantes. Sólo conserva en principio al 48,5% de sus electores de abril, según la última encuesta de Celeste-tel. Todas las campañas electorales están ya muy centradas en los líderes, y eso es doblemente cierto en el caso de Cs. Las previsiones electorales hacen que ya sea legítimo preguntarse si Rivera es un activo para el partido o una carga. Buena parte de los apoyos mediáticos los ha perdido. Los columnistas y tertulianos que le consideraban la pieza clave para impedir que Podemos se acercara al poder lo definen ahora un diletante por decepcionar todas sus esperanzas. Los medios conservadores que lo veían como el aliado indispensable del PP se han hartado de su estilo acelerado y saltos en el vacío. Ya no es fiable para ellos.

En una decisión que se antoja algo temeraria, el partido ha decidido doblar la apuesta por su líder hasta unos extremos de personalismo no muy habituales. “En Ciudadanos todo funciona a base de marketing electoral”, dijo en julio un exdirigente del partido a eldiario.es. El marketing entró en esta campaña en una loca carrera por evitar lo inevitable.

Primero, fue el vídeo con el perro que ni siquiera es suyo, sino de un trabajador del gabinete de comunicación de Ciudadanos. Rivera se fotografió con Lucas e inmortalizó la frase con la que se hicieron innumerables chistes: “Huele a leche”. Presentó al perrillo como el “arma secreta” para el único debate de los líderes en la campaña. Era una broma, el tipo de chiste que se vuelve fácilmente en tu contra. El impacto no fue menor. Agobiados por buscar historias curiosas en una campaña mortecina, los medios se lanzaron sobre la noticia. No era suficiente para los responsables de la campaña. Pasearon al perro por las televisiones y hasta le abrieron una cuenta de Twitter.

En el debate, Rivera se presentó con su teletienda de costumbre –lo que ya es esperado por la audiencia– en la que enarboló un trozo de pavimento supuestamente arrancado de Barcelona. El partido reconoció que el enfrentamiento televisado no le funcionó tan bien como en abril.

El vestuario iba cambiando. Salió con una camiseta que decía Liberales ibéricos. Luego, vestido de motero para un acto en Valladolid. Más tarde, con ropa de deporte para una pachanga futbolera con los compañeros de partido. Y todos los días en la fachada de la sede central del partido en Madrid, una gran pantalla mostraba imágenes del líder máximo. Ahí salió el perro Lucas, la chupa de motero y finalmente una foto del pequeño Albert de niño en lo que empezaba a ser una pendiente cuesta abajo hacia el culto a la personalidad.

Rivera se ha convertido en una Barbie –quizá sería más correcto llamarlo Ken– al que el partido va cambiando de vestuario y gadgets para cada ocasión.

Esta sobreexposición no siempre acaba bien en tiempos electorales, sobre todo en épocas en que los votantes están ya cansados de los políticos. Incluso para eso cree tener respuesta Rivera. En una entrevista del viernes en El Mundo, pronunció una frase tan discutible que parece el epitafio adecuado para una estrategia plagada de errores: “Ningún español está pendiente de los diputados que consigue cada partido”.

En unas horas, Rivera descubrirá lo equivocado que está.

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