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Los espíritus y el tiempo muerto

Casado, durante un acto de campaña electoral en Huelva, el jueves 1 de noviembre.

José Luis Sastre

En la noche de Halloween, muchos en el PP empezaron a dar por muerta a Dolores de Cospedal. Políticamente hablando, claro, que es como ella había matado a Soraya Sáenz de Santamaría y había dado la vida a Pablo Casado en el liderazgo del partido. La ausencia de Cospedal en el Congreso, que la hizo aún más presente, conectaba con aquella ausencia de Mariano Rajoy, a resguardo de la realidad en un restaurante mientras la Cámara discutía su censura.

Hay vacíos que llenan, como si fueran espectros. Eran vísperas de Todos los Santos y el fantasma de Villarejo y sus cientos de terabytes lastraban el discurso de Casado, resuelto a romper con el pasado aunque el pasado fuera anteayer. “Mi único compromiso es con los afiliados que me eligieron”, señaló el líder en señal de que andaba buscando un nicho el mismo 1 de noviembre. El calendario da golpes a menudo siniestros.

Empieza a consolidarse la idea de que la política es todo aquello que está fuera de ella, ya sean las cintas de Villarejo o las decisiones judiciales sobre el procés, que tendrán presiones e impactarán sobre la vida pública, pero que tomarán los jueces. Se extiende esa idea, aunque sea una verdad a medias: la política estará en cómo reaccione a la realidad. Está en manos de Casado exorcizar viejos espíritus, ya que se le presenta incluso el de Javier Arenas.

Está en manos de los partidos y del Gobierno la gestión política de la crisis catalana, mucho más trascendente que los presupuestos generales. Asistimos a la gran gesticulación, con el movimiento del Gobierno a través de la Abogacía del Estado, las acusaciones de PP y Ciudadanos y la insatisfacción de los independentistas porque no les gusta el “gesto” que reclamaban. Apenas nadie repara en que fue un preso del procés, Jordi Sánchez, quien pidió a los suyos desde la cárcel que no les usaran “como moneda de cambio”. 

La Generalitat pide la absolución. La Fiscalía, 25 años para Junqueras. La Abogacía, 12. La lógica invita a pensar que son impensables los presupuestos, aunque la ministra de Hacienda, María José Montero, se mueve sin pausa. Quizá ahora que todo está por romperse resulta que llega el acuerdo. Pase lo que pase, que haya o no presupuestos será una señal coyuntural sobre la pervivencia de Sánchez y la alianza contra el PP, pero el problema español de fondo seguirá en su mismo sitio. Vivimos en un aplazamiento constante sobre lo importante, una especie de tiempo muerto hasta la sentencia del Supremo que marcará, en verdad, el momento clave. Por lo pronto, se aparece el recuerdo de Rajoy, que enseñó cómo se le podía ganar tiempo al tiempo. 

Lo que sí da la negociación de los presupuestos son fotos más próximas que las que ofrece el CIS. Así, hemos visto a Pedro Sánchez al estilo del Cristo de Corcovado, lanzando guiños a PP y Ciudadanos. Maniobras. Las mismas que ejerce Rivera, al tratar de despegarse del PP en su estrategia de bloqueo parlamentario. Si eso fuese, como exagera Casado, un intento por situarse en el centroizquierda, la coincidencia de Ciudadanos con Vox este domingo en Alsasua anulará el efecto. Siguen siendo más las similitudes que las discrepancias. Casado y Rivera reaccionaron casi con las mismas palabras al anuncio de la Abogacía del Estado.

Entretanto, Pablo Iglesias no quiere perder el papel que tanto le ha costado: “No se equivoque de socios”, previno a Sánchez. Le dijo más: “Importa que se note el espíritu de la moción de censura”.

Como todo eran espíritus, en fin, se manifestó hasta el Vaticano sobre los restos de Franco y su negociación secreta con la Moncloa que todos conocen. En la misma reunión en que se trató sobre el dictador, la vicepresidenta hablo del IBI y de las inmatriculaciones de la Iglesia. El Gobierno sabe que tiene que hacerlo pero no sabe cómo. Carmen Calvo anda enredada entre sus propias frases mientras Casado, apegado a Halloween, construye las suyas: “Que se preocupen de los dictadores vivos y no de los muertos”. Parece que todo se mueva y se agite pero la realidad es que pocas cosas avanzan. Lo único que se percibe es esta gesticulación crispada y electoral y unas voces de ultratumba a las que se oye decir: “Trabajos puntuales de cosas”. Pero baratos, “que estamos tiesos”. 

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