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El fin del espejismo

Iñigo Sáenz de Ugarte

El Gobierno de Patxi López y la ausencia de la izquierda abertzale del Parlamento han tocado a su fin. Tras un paréntesis provocado por la llamada ley de partidos (en realidad, concebida y aprobada pensando en un solo partido), las elecciones han dado un resultado que devuelve a la política vasca a la situación habitual en los años 80 y 90: sólo un partido tiene diputados suficientes para ocupar Ajuria Enea, aunque la mayoría absoluta le queda algo lejos en un Parlamento dominado por fuerzas nacionalistas.

El buen resultado obtenido por EH Bildu también confirma un hecho que no es la primera vez que ocurre, pero que es ignorado una y otra vez por los medios de comunicación con sede en Madrid. Siempre que ETA ha dejado de matar, la izquierda abertzale se ha visto favorecida en las urnas. La continuación de la violencia terrorista era el factor que le impedía aumentar su protagonismo político en el País Vasco. Ya había originado un descenso progresivo pero imparable de sus votos antes de la aprobación de la ley de partidos.

Los sectores independentistas del PNV, incluido su antiguo líder, Xabier Arzalluz, tendrán que rendirse a la evidencia. Iñigo Urkullu ha mantenido su discurso a lo largo de la campaña para colocar al PNV dentro de eso que se suele denominar la “centralidad” de la política (horrible expresión, por cierto) sin prestar más atención que la imprescindible a los vientos que llegan de Cataluña.

Urkullu lo ha confirmado en su discurso de la noche electoral con el mensaje habitual en los dirigentes del PNV cuando ganan las elecciones. “Los desafíos de este país requieren acuerdos amplios, plurales, estables”, ha dicho el futuro lehendakari. Lo que decía el PNV en los 90 y que conducía como prácticamente única opción posible a pactos con los socialistas vascos.

Pluralidad y estabilidad son dos características que llevan a un solo destino, que no pasa por Bildu. La izquierda abertzale tiene razones para estar eufórica por sus resultados, pero tiene que ser consciente de que es el principal adversario del PNV para el futuro de Euskadi. Por tanto, el PNV lo tratará como tal. Y no se suele pactar con tu mayor enemigo, salvo que se produzcan circunstancias excepcionales.

Esta consideración no puede obviar las dimensiones del avance de Bildu. Ha sido la primera fuerza en Guipúzcoa y la segunda tanto en Vizcaya como en Álava. En el primer caso, la diferencia con el PNV ha sido menor de lo que muchos esperaban. Es posible que la gestión en la Diputación de Guipúzcoa y el Ayuntamiento de San Sebastián haya pasado factura. Por más que el debate sobre la identidad vasca monopolice los análisis sobre la política de Euskadi, al final allí ocurre como en todos los sitios. Los votantes esperan que sus votos sirvan para algo en la gestión de las instituciones.

Los resultados de Álava tendrían que provocar una profunda reflexión en el PSOE y el PP. La idea de que el territorio más pequeño del País Vasco es la reserva constitucionalista que les permitirá compensar los avances nacionalistas en Vizcaya y Guipúzcoa ha quedado enterrada en las urnas. Lo que no se sabe aún es si para siempre.

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