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Las hojas secas

El presidente del PP, Pablo Casado

José Luis Sastre

En realidad, esta semana no ha pasado nada. Sólo palabras, en las que ha ido a enredarse el Gobierno y sobre las que luego ha retozado la oposición, con el verbo incendiado. Se han dicho muchas cosas, muy confusas o muy graves, pero apenas ha habido hechos, de los que se pueden tocar, ver o medir. Lo primero que pasará de verdad esta semana está por pasar aún, con la movilización que tres partidos que se dicen antinacionalistas compartirán a la sombra de la bandera más grande. “Moción de censura en la calle”, dicen en el PP, resueltos a cambiar el Parlamento por el adoquín, a la manera independentista.

Es el modelo andaluz, apto para gobiernos y manifestaciones: el PP reúne a Rivera y Abascal. Cuanto más niega Ciudadanos a Vox, más espacios comparten. Prósperos matrimonios empezaron así, sin querer saber uno de otro mientras no podían dejar de mirarse. Te empiezas odiando y te acabas dando las arras y la comisión andaluza que se ocupa de la memoria histórica. En Ciudadanos hay quien quisiera que fuera ya mayo para intentar que pactos puntuales con el PSOE alejen la sombra larga de Abascal, pero todavía es febrero. Es febrero y hay mani. 

Lo primero que pase esta semana será esa manifestación, aunque no será ese el principio. El principio fue el Gobierno, incapaz de explicar ni de explicarse qué pretende el relator, figura que limita a las conversaciones entre partidos pese a que sean los gobiernos quienes negocien y quienes atenderían las conclusiones de una mesa en la que los partidos que están –que no están todos– tienen los mismos asientos, al margen de la representación que obtuvieron en las urnas. 

Una mesa ayuda, claro, y todo lo que ayuda sirve, pero es Sánchez el que debe fijar su límite y su relato. El independentismo, que en eso tiene experiencia, ha impuesto su marco y, encima, agarra la sartén por el mango de las enmiendas a la totalidad. Todo parece roto tras las comparecencias de este viernes, pero la semana volverán a pasar cosas, desde el juicio a los presupuestos y ahí se medirá el nivel de la fractura. 

El único mensaje que la Moncloa ha sido capaz de enviar sin malentendidos es que el presidente tiene a punto su libro de memorias. Así como Augusto Monterroso llamó a su primer libro Obras Completas, Sánchez no espera a que se le acabe el mando para contar cómo lleva lo suyo. En el título va el proyecto de legislatura, Manual de resistencia. Fue la portavoz Isabel Celáa la que avisó hace unos cuantos consejos de ministros: “La obligación de un gobierno es mantenerse”. El Gobierno se sostiene en lo más remoto en que cabe la opción de que al resistente Sánchez le vuelva a salir la jugada, si el votante comprueba que la alternativa a su Ejecutivo es una alianza de la derecha entregada al radicalismo. 

Aznar ha empujado a Casado dentro del cuerpo de Abascal y ahí lleva desde que supo del relator, hablando por las vísceras, sin detenerse en que está dejando el monte lleno de hojas secas, a punto de prender. Salta de Venezuela a ETA, del aborto al Código Penal y a nadie podría sorprenderle que mañana, bajo la mirada de Colón, irrumpiera a caballo para hablarle a “los españoles de bien”. Casado ya no distingue entre verdad y mentira, porque si las mezcla venga mejor la moción de censura, que de eso se trata. Pero Casado distingue bien entre buenos y malos, patriotas y felones

Casado quiere el monte seco y a la gente tensa, porque si hiperventila moviliza al electorado. No importa que sea el suyo o el de Abascal: acabarán pactando igualmente. No importa que fuera con Rajoy cuando los independentistas organizaron dos referéndums ni importan los efectos de la agitación en las calles. Aquí no hemos venido a hablar de la sociedad y los ciudadanos, ni siquiera a rebatir en las Cortes las contrariedades del Gobierno. Aquí hemos venido sin complejos, como se reivindica el nuevo PP, para hablar de banderas y balcones, de votantes. De “españoles de bien”.

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