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CRÓNICA

El líder del PP europeo fue al combate con Sánchez en Estrasburgo y lo que vino después ya no le gustó

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el 13 de diciembre de 2023 en el pleno de Estrasburgo del Parlamento Europeo.
13 de diciembre de 2023 22:23 h

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Manfred Weber es el presidente de la principal bancada del Parlamento Europeo, el PPE. En las dos décadas que cumple como eurodiputado se ha acostumbrado a que su grupo domine los debates: tiene más diputados que el resto, y la sucesión de monólogos que suelen ser las sesiones en la Eurocámara hace que los populares siempre hablen más veces y más tiempo que los demás, y martilleen así con sus relatos. Es lo que pasó hace unas semanas, durante un debate sobre la amnistía en Estrasburgo que demostró el nulo interés del resto de países europeos por la supuesta emergencia democrática que se vive en España a cuenta de los acuerdos con las izquierdas, los soberanistas y los independentistas. Pero, eso sí, fue una sucesión de ataques de las derechas contra el Gobierno español.

Weber, bávaro, miembro de la CSU, el partido hermano de la CDU, es también presidente del Partido Popular Europeo, la familia política más numerosa de Europa. Sucedió hace año y medio a Donald Tusk, flamante primer ministro polaco, y se está distinguiendo de su predecesor por la laxitud con la extrema derecha: Manfred Weber ha santificado los acuerdos del PP con Vox, calificados de “capitulaciones” por Tusk, así como los de Forza Italia con Fratelli D'Italia. En su imaginación está la posibilidad de ganar formaciones a su bancada, toda vez que fueran expulsados los eurodiputados de Fidesz, el partido de Viktor Orbán... Pero difícilmente su propio partido, la CDU-CSU, se va a dejar arrebatar la hegemonía interna en favor de Giorgia Meloni.

El jefe de los populares europeos se ha puesto al servicio del PP español siempre que Génova lo ha necesitado: ya fuera para defender la gestión del 1-O por parte de Mariano Rajoy como para, posteriormente, hacer oposición al Gobierno y poner en cuestión la gestión de la pandemia; sembrar dudas en el uso de los fondos europeos; dar alas al negacionismo climático con el Mar Menor o Doñana y, ahora, contribuir al desprestigio del sistema democrático español y el Estado de derecho.

Weber lleva años percutiendo contra Sánchez y su Gobierno, contra la alianza con Unidas Podemos y ahora con Sumar; contra los acuerdos con soberanistas e independentistas, contra las políticas de Igualdad... La bancada del PP europeo, presidida por Weber, ha sido todo este tiempo un 'brazo armado' de Génova para intentar ganar en Europa debates que perdía en España por sus derrotas en las urnas.

Y eso Pedro Sánchez lo sabía cuando llegaba este miércoles a las 10.00 de la mañana al Parlamento Europeo. La última vez que había estado Sánchez en Estrasburgo fue en enero de 2019, en un contexto distinto: había llegado hacía seis meses a la Moncloa después de ganar una moción de censura sin ser diputado y con 85 escaños socialistas, gracias a los apoyos de Unidas Podemos y formaciones soberanistas. Aún faltaba que no pudiera sacar los presupuestos pactados con Pablo Iglesias por el no de los independentistas catalanes; unas elecciones generales en abril y una repetición electoral en noviembre para el primer Gobierno de coalición en ocho décadas. El contexto en aquel enero de 2019 era otro, faltaban 12 meses para que Carles Puigdemont fuera reconocido como eurodiputado, y el debate catalán apareció en Estrasburgo, pero, sobre todo, por la bancada de los Verdes, en solidaridad con los líderes independentistas encarcelados –y ex eurodiputados, como Oriol Junqueras y Raül Romeva– y los que habían salido de España.

En efecto, diciembre de 2023 no es enero de 2019. Y si las derechas de siempre y las extremas derechas estaban esperando a Sánchez para ir al cuerpo a cuerpo por sus acuerdos con Puigdemont, Sánchez estaba preparado para devolver cada golpe, hasta el punto de dejar KO a un Weber que no era capaz de asimilar la cascada que le caía encima.

“¿Qué sabe usted de las políticas que están desplegando Vox con el Partido Popular en los cinco gobiernos autonómicos y en los 130 municipios que gobiernan?”, le ha interpelado Sánchez a Weber: “¿Sabe usted que están bajando los impuestos a las grandes fortunas mientras están recortando derechos públicos? ¿Sabe que están eliminando las políticas y recortando los fondos públicos destinados a combatir la violencia de género? ¿Sabe que están frenando el despliegue de las energías renovables? ¿Sabe que están censurando conciertos, películas y obras de teatro, a la vez que están recuperando los nombres en las calles de nuestras ciudades de insignes personas vinculadas con la dictadura franquista? ¿Ese sería también su plan para Alemania, señor Weber? ¿Devolverle a las calles y plazas de Berlín el nombre de los líderes del Tercer Reich?”

Y le lanzó un último aviso a Weber en Estrasburgo, ciudad conquistada en el pasado por Alemania y devuelta a Francia tras la Segunda Guerra Mundial: “Les invito a no confundirse de adversario. Ese error ya lo cometió la derecha europea en el pasado y Europa lo pagó muy caro”. 

Sánchez, así, recordaba a Weber en una tierra curtida de guerras francoalemanas el papel de las derechas en allanar el paso a la extrema derecha en la Europa de Entreguerras. Como hizo Paul von Hindenburg, el presidente alemán que hizo canciller a Adolf Hitler en 1933 sin haber ganado las elecciones; o el rey Víctor Manuel III, el monarca que dejó Italia en manos de Benito Mussolini.

Y, mientras el presidente español salía del hemiciclo, Weber pedía la palabra por alusiones para alcanzar a decir: “El presidente de España me ha atacado durante cinco minutos. Se ha referido a qué haría en Alemania yo. En mi país, los demócratas se reúnen y encuentran un consenso entre izquierda y derecha. Él hace lo contrario”.

Weber fue al combate contra Sanchez, le acusó de mentir –“un principio básico de la democracia es decirle la verdad a las personas antes de las elecciones”–; recurrió a los viejos tótems –“Felipe González dijo que [la amnistía] era un riesgo para la Constitución española”– y afirmó que atentaba contra la separación de poderes –“ha prometido una comisión especial a Puigdemont sobre las sentencias y el lawfare en España”–, para después lanzar una amenaza: “Si esto se aprueba tenga por seguro que hará falta una comisión de investigación en el Parlamento Europeo para estudiar muy de cerca lo que está ocurriendo en España”.

El ambiente era tan duro desde el primer minuto que, según una queja elevada por la presidenta de los socialistas en la Eurocámara, Iratxe García, a la presidenta de la institución, Roberta Metsola, el eurodiputado Antonio López Istúriz llamó “hijos de puta” a la bancada de la izquierda en el momento en que entraba Sánchez en el hemiciclo.

El presidente del PP europeo fue al cuerpo a cuerpo, y lo que vino después no le gustó. Porque no era ese Sánchez habitual en las cumbres europeas y que muestra tan buena sintonía con Ursula von der Leyen, rival política de Weber. Se encontró con un Sánchez que no esperaba, el Sánchez de la pelea española, que percutió donde más duele a un alemán de derechas: “¿Ese sería también su plan para Alemania, señor Weber? ¿Devolverle a las calles y plazas de Berlín el nombre de los líderes del Tercer Reich?”

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