Sánchez recibe a Feijóo en el Senado con un martillo en la mano
Arrinconado en el Senado, Alberto Núñez Feijóo exigió un debate de política general en la Cámara Alta al que no tenía derecho. Moncloa lo aceptó de inmediato con una versión que pensaba que podía beneficiar a Pedro Sánchez para cortar de raíz el vuelo del líder del PP en las encuestas desde que aplicaron la jubilación anticipada a Pablo Casado por la vía de urgencia. De repente, les entró el canguelo en el cuerpo a los dirigentes del partido conservador, que se apresuraron a decir que era una trampa que les concedieran lo que ellos mismos habían pedido. Como dicen que dijo Santa Teresa, “se derraman más lágrimas por las oraciones contestadas que por las no contestadas”. El PP empezó a llorar al enterarse de que le habían hecho caso.
La última versión del PP consistió en rebajar expectativas. “Hay que salir a empatar”, dijeron el día anterior. Moral de victoria, no tenían. Sabían que Sánchez podría hablar el tiempo que quisiera –lo hizo en total durante unas dos horas y media en el duelo entre ambos– y Feijóo sumó algo más de veinte minutos.
Sánchez subió el martes a la tribuna con los papeles del discurso, una motosierra y un martillo, y con pinta de haberse tomado dos litros de Red Bull. Además de defender sus políticas de ahorro energético, dedicó a Feijóo un tratamiento más duro que el que había dispensado a Casado en los debates parlamentarios en la pandemia. Preocupado por la imagen de su rival como la de un político con experiencia en la gestión de un gobierno y menos adicto a los golpes bajos que Casado, el presidente del Gobierno quiso desnudar a Feijóo para proceder después a descuartizarlo. Sacó de él tantas chuletas como para llenar todo el escaparate de una carnicería.
Sánchez acompañó un largo listado de errores o manipulaciones cometidas por Feijóo en los últimos meses con las palabras: “¿Insolvencia o mala fe?”. Evidentemente, pensaba que eran las dos cosas y procedía a poner en marcha la motosierra.
Llegó al punto de presentarlo como una marioneta de las empresas energéticas por su rechazo al impuesto especial aprobado por el Gobierno para gravar sus beneficios extraordinarios: “Lo que sí me queda claro es que usted no olvida quién le puso ahí, las grandes empresas energéticas, las grandes corporaciones de este país”.
Con ese trueno, concluyó su primera réplica. Nunca antes alguien del PSOE se había atrevido a decir que fueron Iberdrola o Repsol quienes colocaron a Feijóo en Génova. No se sabe de dónde sacó ese titular.
No puede quejarse mucho el PP. Alemania es el último país europeo, y ya son ocho, que ha anunciado este impuesto especial a las eléctricas. Sólo si estuviera en estado de muerte cerebral, Sánchez habría desperdiciado esta baza, que terminaremos escuchando también en la próxima campaña electoral nacional. Otra cosa es la invención sobre el origen de la llegada de Feijóo a Génova. Si vas a sacar el martillo, conviene apuntar bien.
El PP ha decidido presentarse como gran defensor de esas empresas. A veces, hasta se traga el engaño, aunque sea muy obvio. “Este Gobierno no tiene animadversión por las grandes empresas eléctricas”, dijo Sánchez. “Noooooo”, corearon de broma en los escaños del PP. “Ustedes se sienten muy aludidos cuando se habla de las empresas eléctricas”, respondió rápido el presidente.
Al líder del PP le tocó hacerse el digno y quejarse de tanto ataque personal. Pero sus ofertas de colaboración sonaban tan inviables que parecían diseñadas con la idea de que fueran rechazadas, como la propia celebración del debate en el Senado. “Rompa con sus aliados”, le dijo, renuncie a su socio de coalición y venga a nosotros para suplicar nuestro apoyo. Es decir, póngase en manos del PP, que cree que todas las medidas económicas del Gobierno reflejan su autoritarismo. Seguro que Sánchez está pensando en eso.
No hay posibilidades de acuerdo cuando el PP ha decidido que la situación energética de Europa causada por la guerra de Ucrania no es lo bastante grave como para pedir sacrificios a la gente. Al igual que en las últimas semanas, Feijóo no está dispuesto a aceptar “imposiciones o restricciones”. La gente tiene derecho a gastar la energía que quiera, que ya saldrá de algún lado. De hecho, con su petición de que bajen los impuestos, que Sánchez ha aceptado en el caso del IVA, lo que está haciendo es fomentar su consumo, que es algo que ya no se oye en ningún país de Europa.
Feijóo no presentó propuestas muy concretas e insistió en que el Gobierno apueste por la energía nuclear, como si fuera un asunto urgente sobre el que hay que tomar medidas en estas fechas. Ninguna de las centrales nucleares en España tiene que cerrar este año, ni el próximo ni el siguiente. La primera instalación que tiene previsto su cierre es Almaraz I y lo hará en 2027. El resto en 2028, 2030, 2032 y 2035. Las fechas proceden de un calendario pactado con las eléctricas. No hay que prolongar su vida en los próximos meses, porque van a seguir existiendo durante varios años.
El líder del PP no renunció al tremendismo que caracteriza a su partido. “La mayoría de los españoles ha agotado ya la nómina de septiembre en la primera semana”. Lo dijo un 6 de septiembre. ¿Estaba diciendo que al menos un 51% de los españoles ya no tiene dinero para comer el resto del mes? Eso es lo que pareció y sonó tan falso como llamativo.
Lo que es obvio es que Sánchez se quedó a gusto, si acaso con el riesgo de desarrollar codo de tenista por el movimiento constante de los brazos para machacar al rival. Servirá para movilizar a su partido, despertarle y que le quede claro que no vale con esperar a la campaña electoral para ponerse en formación de batalla. ¿Tendrá un impacto real en la opinión pública? Es difícil saberlo, pero la agresividad extrema que Casado le dedicó a él a partir de 2018 no le fue muy rentable al líder del PP, como tampoco lo fue la de todo el PP contra Zapatero en 2008.
Eso sí, el movimiento de los martillazos le quedó muy vistoso. Parecía que lo había hecho toda su vida.
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