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El yihadismo vacía Bangladesh y las calles de Dacca de extranjeros

El yihadismo vacía Bangladesh y las calles de Dacca de extranjeros

EFE

Dacca —

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Bloques de hormigón y alambre de espino, tanquetas, controles y agentes de paisano son la estampa del corazón diplomático de Dacca, cuyas calles y espacios públicos se han vaciado de extranjeros que salen en desbandada del país un mes después de la masacre yihadista en un restaurante de lujo.

Desde 2013 Bangladesh había sido escenario de atentados contra colectivos minoritarios que se intensificaron en 2015, pero el asalto protagonizado entre el 1 y 2 de julio por un comando leal al grupo Estado Islámico (EI) que mató a 22 personas, la mayoría rehenes extranjeros que fueron torturados, ha abierto una brecha.

El ataque marca un antes y un después en el plano de la seguridad y está conduciendo a una metamorfosis de la ciudad similar al blindaje que sucedió en la capital paquistaní, Islamabad, cuando en 2008 un camión bomba detonado por un suicida destruyó el lujoso hotel Marriott.

El lugar atacado en Dacca, Holey Artisan Bakery-O'Kitchen, era uno de los restaurantes más emblemáticos entre los expatriados y la clase alta bangladesí, una vía de escape para una sección de los extranjeros que en Bangladesh viven en una suerte de burbuja.

Ahora en la terminal de llegadas del aeropuerto capitalino cuesta ver rostros de ciudadanos occidentales mientras cada día muchos se despiden de un país de 160 millones de habitantes, una décima parte en la capital, que tenía sus principales huéspedes en trabajadores humanitarios y empresarios de la boyante industria textil.

“Decidí que no podía estar en casa como en una cárcel, con las cortinas cerradas a partir de cierta hora y paranoica con cualquier ruido en la escalera o en la calle”, explicó a Efe Estela Botello, una diseñadora madrileña que trabajaba para una empresa textil y que esta semana regresó a España.

Otros han sido repatriados por sus compañías, agilizan la conclusión de proyectos o son trasladados temporalmente a puntos estables de la región mientras observan la evolución de la situación de un país donde el auge islamista ha llevado a embajadas como las de EEUU, R. Unido, Australia o Canadá a considerarlo “destino no familiar”.

Quienes se quedan afrontan un rosario de restricciones, mayores en ciudadanos de países occidentales que en otros grupos como indios o chinos con presencia más numerosa en Bangladesh.

“Se nos aconseja no caminar ni ir en bicicleta por la calle o tomar rickshaws (triciclos de pasajeros) y que variemos nuestras rutas en coche. Podemos ir a los principales hoteles y supermercados pero preferiblemente antes de las tres de la tarde”, comentó a Efe un ciudadano británico que trabaja para un centro educativo cerrado temporalmente y que prefirió no ser identificado.

“No podemos ir a restaurantes ni cafeterías ni otras tiendas”, añadió, al lamentar que pese a que algunos clubes diplomáticos de ocio abren no suelen admitir a no socios.

El trabajo de operarios para levantar muros o dispositivos de seguridad adicionales es visible en amplios lugares del barrio acomodado de Gulshan, donde se concentran las embajadas y el grueso de oficinas de multinacionales, que ahora parece un laberinto con calles cortadas al tráfico y policías rodeando cada rincón.

“La vida consiste en ir de la oficina a casa y de casa a la oficina. Te dicen: 'quédate unos meses fuera, que esto se estabilizará'. Pero se han ido muchos y otros piensan en marchar, buscan trabajo'”, resumió otro trabajador español del textil.

En realidad muchos compradores de textil ya habían reducido al mínimo sus viajes a Bangladesh y concertaban encuentros en terceros países desde el asesinato en otoño de 2015 de dos ciudadanos extranjeros.

Omnipresente en las conversaciones, la tensión está sirviendo al menos para estrechar vínculos en la comunidad extranjera.

En una ciudad que en sus tiempos tranquilos llegó a tener casi cada noche concurridas fiestas en azoteas, quienes permanecen abren ahora sus casas para desarrollar allí toda la actividad social suprimida de los espacios públicos.

El cambio de paradigma está golpeando a lugares antes con mucho trajín, como supermercados con artículos de importación de todo tipo, selectos locales de comida y hoteles punteros.

“Antes del ataque teníamos cada día unas 40 personas. Ahora viene un extranjero al día, a veces uno en toda la semana”, lamentó Prodip, camarero de un conocido restaurante japonés.

Y el impacto económico puede ser mayor, pues en medio de la crisis el Gobierno ha anunciado la intención de cerrar todos aquellos comercios, hospitales y centros educativos que carezcan de licencia en las zonas residenciales de la capital, una medida que podría afectar a 13.000 establecimientos.

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