Los exámenes de septiembre se adelantan a junio
Pasar un verano entero estudiando (o intentándolo) ya ha pasado a la historia en algunas comunidades autónomas y cada vez son más las que participan del debate en torno al calendario de exámenes extraordinarios. ¿Septiembre o junio? ¿Más o menos tiempo para prepararlos? ¿Adelantarlos favorece la igualdad de todos los estudiantes con asignaturas pendientes? ¿Se sostiene pedagógicamente?
Los alumnos y alumnas valencianos de Secundaria se presentan desde 2013 a las recuperaciones en junio. En Extremadura, se adelantaron en 2011 pero el gobierno de José Antonio Monago los devolvió a septiembre y así se han quedado. La Comunidad de Madrid propuso hace unos meses un calendario alternativo que prevé el cierre del curso en junio, con recuperaciones incluidas, y sobre el que hubo un conato de debate que al final ha quedado emplazado para el curso próximo. Y en Aragón, las familias han solicitado a Educación considerar los beneficios de convocar las extraordinarias en junio para garantizar el “descanso” necesario de los estudiantes en el periodo estival.
Son algunas de las regiones donde el melón está ya abierto; en otras, el champán se descorchará previsiblemente en los próximos años, y no solo en lo referido a los exámenes, sino a un replanteamiento mucho más profundo del tradicional calendario escolar como ha pasado en Cantabria.
El cambio, desde 2010
El pulso del cambio lo marcaron las universidades con el plan Bolonia en 2010, que adelantó las temidas recuperaciones al mes de junio. Hubo una experiencia previa de replanteamiento de la organización escolar con la LOGSE en los años noventa marcada por el agrupamiento de los ciclos de Secundaria en pares (1º- 2º; y 3º- 4º), lo que suponía en la práctica que los estudiantes disponían de dos cursos académicos para adquirir las competencias de cada ciclo.
“Era un sistema mucho más flexible que proporcionaba una atención más individualizada a los alumnos y alumnas. Lo importante era que, en un plazo de dos años, el aprendizaje de las competencias se fuera desarrollando a un ritmo más rápido o más lento”, explica José Luis San Fabián, profesor de Organización y Evaluación de Centros y Programas Educativos de la Universidad de Oviedo.
El experto detecta una preocupación excesiva por los tiempos del calendario, de “lo cuantitativo sobre lo cualitativo” y considera que, en general, el calendario escolar está encorsetado por la “tradición”, lo que dificulta cualquier pequeña intención de renovación. “Cuando mueves algo, todo son críticas. Que haya debate sobre esto es una buena noticia, siempre que las modificaciones se hagan consultando a todos los sectores implicados y afectados”.
Los pros y los contras
¿Cuáles son los pros y los contras de la decisión de anticipar los exámenes? Los tres expertos consultados coinciden en señalar que el verano “es absolutamente necesario” en el desarrollo como personas y dudan de que este sea el espacio de tiempo adecuado “para adquirir las competencias que no han adquirido durante el curso”.
Además, “el apoyo a los estudiantes en verano depende de los recursos de cada familia, de su nivel socioeconómico, del capital cultural... y aquí hay riesgo de desigualdad”, subraya San Fabián. Este riesgo se minimiza si los centros escolares organizan entre el periodo ordinario y extraordinario clases de refuerzo para todos los estudiantes que no han superado alguna materia, y eso solo es posible dentro del curso académico. Es decir, en junio.
Isabel Cantón, catedrática de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad de León, ve además una clara ventaja administrativa: “cerrar el curso académico complementamente antes de vacaciones”.
Hacer los exámenes en junio, sin embargo, “deja poco tiempo para la preparación”. “Posponerlo a septiembre permite reposar, aprender y decidir nuevas estrategias para aprobar la segunda convocatoria”, sostiene Cantón.
La tercera vía del debate
¿Pero estos exámenes extraordinarios de contenidos realmente miden el aprendizaje de las competencias? Es la derivada de este primer debate “más superficial”, según los expertos, sobre las fechas. “Con estas evaluaciones no medimos las competencias, es decir, la capacidad para dar respuesta en contexto determinados a problemas reales”, considera José Luis San Fabián.
Para Enric Roca, doctor en Pedagogía de la Universidad Autónoma de Barcelona, en estos casos el aprendizaje se entiende como “la repetición e interiorización a partir de un esfuerzo memorístico clásico, es decir, el estudio intensivo para estudiar un examen”.
En este sentido, San Fabián considera que “predomina la evaluación para calificar y hay poca evaluación para aprender, que sirve tanto para los docentes para reorientar su enseñanza como para los estudiantes para mejorar y conocer qué han hecho bien y en qué tienen que mejorar”.
Y una vez más el cordón umbilical que une a la tradición. “La mayoría de las familias aprendieron en un sistema con calificaciones con número. Entienden mejor eso que otras formas de evaluación si no se explican bien y no se acreditan suficientemente con determinadas evidencias”, concluye Roca.