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Ciberactivismo

Manifestación a favor de Wikileaks en Zaragoza en diciembre de 2010. Foto: Flickr de sombrerero_loco

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  • Mario Tascón y Yolanda Quintana explican en el libro Ciberactivismo. Las nuevas revoluciones de las multitudes conectadas, publicado en Los Libros de la Catarata, cómo los poderes clásicos han descubierto estupefactos que están perdiendo el control sobre los clientes, lectores, espectadores y trabajadores. El activismo online es un protagonista de las relaciones internacionales que ya no puede desdeñarse.

Se extiende por el mundo una nueva forma de activismo social. En los últimos años hemos presenciado las revolucio­nes árabes, las filtraciones de secretos de las embajadas de Estados Unidos y los Gobiernos de todo el mundo a través de Wikileaks, las acciones del colectivo de ciberatacantes Anonymous contra compañías como Visa o Amazon, los mo­vimientos del 15­M en España, Occupy en Estados Unidos o Yo soy 132 en México, las protestas en Rusia, o campañas elec­torales muy basadas en redes sociales como la que en 2008 llevó a Obama a la presidencia de Estados Unidos.

Junto a estos fenómenos de movilización colectiva, o impulsándolos muchas veces, surgen casos de activistas in­dividuales que usan las plataformas y redes digitales para dar a conocer su protesta, buscar aliados y enfrentarse a antago­nistas no hace mucho inalcanzables.

Algunas de estas batallas se han librado en esferas tan cotidianas como la vulneración de nuestros derechos como consumidores y que, por su impacto online, saltaron a los grandes medios: fue el caso del enfrentamiento del gurú del periodismo Jeff Jarvis con la tecnológica Dell en 2007, el ví­deo­denuncia de John Tyner, un informático californiano de 31 años, sobre el acoso al que le sometieron en 2010 los vigi­lantes de seguridad del aeropuerto de San Diego, o el usuario alicantino que, en agosto de 2011, hackeó la web de Movistar para dejar constancia en ella, mediante una acción XSS (Cross­Site Scripting o Secuencias de comandos en sitios cruzados), de las deficiencias de su servicio de banda ancha.

Pero hay otras con un alcance capaz de redefinir el mapa político mundial. Los egipcios Alaa Abd El Fattah o Wael Gho­nim, los sirios ocultos bajo los seudónimos Rami Nakhe o Alexander Page, o la española Carolina, una de las iniciado­ras de la convocatoria mundial de protesta del 15 de octubre de 2011, son nombres que ya forman parte de la historia del activismo online.

Estos episodios y protagonistas ilustran la tesis central de nuestro libro: si algo es distintivo de estas nuevas for­mas de movilización y protesta social es el hecho de que, ahora, “todos somos potencialmente activistas”.

Un enfoque que contrasta con la aproximación más ex­tendida: la que se centra en contemplar el papel “instrumen­tal” de la Red. Algo que no es un asunto nuevo. Las protestas contra la Organización Mundial del Comercio, durante su reunión en Seattle en 1999, fueron la primera gran ocasión en la que se hizo visible cómo un movimiento se puede ali­mentar, propagar y llegar a ser global a través de las –nuevas entonces– tecnologías de la comunicación.

Se trataba en aquella ocasión de movimientos sociales preestablecidos (organizaciones no gubernamentales, gru­pos ecologistas, sindicales, de agricultores...) que usaron co­mo herramientas de comunicación y protesta las nuevas armas digitales a su alcance.

Aunque, incluso antes, el activismo en la web ya había es­crito sus primeros capítulos con la reivindicación y defensa de la ideología de Internet, a través de grupos autodenominados ciberhackers, ciberpunks..., integrados en plataformas como la Electronic Frontier Foundation, que terminarían en ocasio­nes por autodisolverse según llegaba la universalización progresiva del uso de la Red.

Precisamente, aquí plantearemos, como segunda tesis central, que es desde esos orígenes desde donde debemos enfocar el activismo social que hoy se nos presenta. Ya no se trata solo de facilitar la amplificación del mensaje de un colectivo social o reducir el coste de sus acciones de protesta. Lo determinante es la transformación del escenario (el es­pacio público) en el que esas batallas se deciden. Una trans­formación cuyo fundamento no es otro que la cultura hacker y los valores de la Red.

Junto a todo ello, la situación de crisis económica global y el progresivo deterioro de la legitimidad de los intermedia­rios establecidos (políticos y periodistas) favorece acciones de ciberactivismo, cuyos objetivos apuntan a las bases mis­mas de un sistema decadente: bancos, partidos y medios de comunicación.

En este ámbito se sitúan acciones como la Operación #OpCashBack, que instaba, en Estados Unidos, a retirar los ahorros de los grandes bancos para depositarlos en peque­ñas entidades (Credit Unions), o, en España, la iniciativa #nolesvotes, que buscaba castigar a los partidos cuyos grupos parlamentarios votaron a favor de una ley “antidescargas” que, según sus promotores, “somete Internet a una legisla­ción excepcional, con grave merma de los derechos a la li­bertad de expresión e información y a la tutela judicial efectiva, posibilitando un mayor control político de la red” y también romper el bipartidismo que favorece el sistema electoral español.

También hitos del activismo online. Como la campaña 15MpaRato, que en solo dos días, en la primavera de 2012, reunió, gracias a una financiación colectiva por el método del “micromecenazgo”, 18.000 euros necesarios para presentar una querella judicial contra el expresidente del FMI y de la entidad financiera Bankia, Rodrigo Rato.

En este libro pretendemos ofrecer respuestas a las pre­guntas que consideramos que son las esenciales ante esta rea­lidad: ¿qué tienen de nuevo estas formas de ciberactivismo?, ¿cuáles son las circunstancias en las que surgen y que las expli­can?, ¿qué dinámicas siguen?, ¿cuál es el papel de las tecnolo­gías en todo ello?, ¿y el de los medios de comunicación?, ¿en qué posición dejan estos fenómenos a las elites tradicionales? Y, finalmente, ¿es real el poder de la “sociedad conectada”?

Son cuestiones que aceptan múltiples enfoques para ser abordadas. Hemos optado por la crónica periodística con la idea de reconstruir, a partir de los acontecimientos conside­rados clave y de sus protagonistas, el relato de este nuevo activismo y de las nuevas formas de participación política que están adoptando las sociedades.

1. Nuevas revoluciones. La sociedad en red y la influencia de la cultura 'hacker'

Febrero de 1996. En la ciudad suiza de Davos se celebra la asamblea anual del World Economic Forum para analizar la “globalización de la economía mundial”. Se recuerda por­que en ella, quien fuera presidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer, acusó duramente a la Comisión Europea de haber sido incapaz de presentar una propuesta que garantizase la estabilidad de la futura unión monetaria, para terminar advir­tiendo: “Los políticos deben comprender que están en lo su­cesivo bajo el control de los mercados financieros y no solo de sus electores”. No sería el único pronóstico acertado.

El año 1995 había sido el de Internet, con el desarrollo de la WWW como principal servicio de la Red. El número de ser­vidores conectados a Internet superaba entonces los cinco millones y se produjeron hechos como el lanzamiento del navegador Netscape o el buscador Altavista. Davos, igual que hiciera un año antes el G­7, pone sus focos sobre estas, llama­das entonces “superautopistas de la información”. Se invita a Bill Gates y al hacker J. P. Barlow, letrista del grupo Grateful Dead y cofundador de la Electronic Frontier Foundation, asociación pionera en la defensa de las “ciberlibertades” y en esos momentos muy activa contra la Communications Decency Act (CDA) [Ley de Decencia en las Telecomunica­ciones], una norma que se tramitaba en el Congreso norte­americano y contemplaba severas restricciones a la libre circulación de contenidos en Internet.

Barlow, en una intervención que escribe enfadado y algo borracho, se dirige a los líderes mundiales presentes en la cumbre para prevenirles: “No sois bienvenidos entre noso­tros. No ejercéis ninguna soberanía sobre el lugar en el que nos reunimos”.

Se trata de la “Declaración de independencia del ci­berespacio”. Un texto que, por encima de su lirismo y sus tintes utópicos, contiene claves tan actuales que el discurso puede calificarse de premonitorio en muchos de sus puntos: “No tenéis ninguno derecho moral a gobernarnos [...]”; “No nos conocéis ni conocéis nuestro mundo”; “os atemorizan vuestros propios hijos, ya que ellos son nativos en un mundo donde vosotros siempre seréis inmigrantes. Como les teméis, encomendáis a vuestra burocracia las responsabilidades paternas a las que cobardemente no podéis enfrentaros”, son algunas de sus frases emblemáticas.

¡Quieto! No des ni un paso en falso y suelta esa Blackberry muy des­pacito. ¡DES-PA-CI-TO!

(Pablo Soto MP2P)

En realidad, la historia que ayuda a entender los movi­mientos actuales de protesta había comenzado dos décadas antes de esta fecha, con la invención del ordenador personal (1973) y la red Arpanet (1969), el embrión del actual Internet y de un nuevo paradigma: “El informacionalismo fue en parte inventado y decisivamente modelado por una nueva cultura que resultó esencial en el desarrollo de las redes informáticas, en la distribución de la capacidad de procesamiento y en el au­mento del potencial de innovación por medio de la cooperación y la participación. La comprensión teórica de esta cultura y de su papel como fuente de innovación y creatividad... es la piedra angular de la génesis de la sociedad en red” (M. Castells: 123).

Un aspecto relevante de estos orígenes, que fueron en el ámbito universitario y no militar, como erróneamente tien­de a afirmarse, fue su vinculación con las dinámicas del tra­bajo científico.

Internet, creado por un grupo de expertos, denominados entre ellos hackers, defensores de los valores de la distribu­ción del conocimiento científico –abierto, compartido, revi­sable y jerarquizado por meritocracia– y de la contracultura, se funda sobre esos principios. La Red se creó para compartir, cooperar y crear conocimiento de manera colaborativa a partir del libre acceso a la información. Unos valores que proce­den del entorno universitario en el que se desenvuelven: “Es­te parentesco con el modelo académico de investigación no es accidental: la transparencia puede considerarse un legado que los hackers han recibido de la universidad” (La ética del hacker y el espíritu de la era de la información, Pekka Himanen).

Fue Steven Levy (que en el libro Hackers. Heroes of the computer revolution presentaba el mundo de estos geniales pioneros) quien advirtió que existía “una filosofía común que parecía ligada a la lógica de los ordenadores. Era la filo­sofía de compartir, de la apertura, la descentralización [...]”. Y todo ello para un fin: “Mejorar las máquinas y mejorar el mundo”. Era la Ética Hacker.

No había manifiesto ni texto donde se plasmase este “sueño” no escrito, que Levy resumió en estos preceptos:

  • El acceso a los ordenadores y cualquier cosa que pue­ da enseñarte algo sobre la manera que funciona el mundo debería ser ilimitado y total.
  • Toda la información debe ser libre.
  • Desconfía de la autoridad. Promueve la descentrali­zación.
  • El hacker debe ser juzgado por su hacking, no por cri­terios falsos como la titulación, la edad, la raza o la
  • posición.
  • Puedes crear arte y belleza con un ordenador.
  • Los ordenadores pueden cambiar tu vida para mejor.
  • Como con la lámpara de Aladino, puedes conseguir que hagan tu voluntad. Seguramente todos podrían beneficiarse de experimentar este poder. Segura­mente todos podrían beneficiarse de un mundo basa­do en la Ética Hacker.

Estos principios son los mismos que subyacen en las movilizaciones sociales que se producen en la actualidad.

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