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La cruenta batalla dialéctica de Unamuno contra la censura de Primo de Rivera: “Dio una lección de civismo y valentía”

Miguel de Unamuno con un grupo de personas (2 de 2)   Fondo Marín Kutxa Fototeka

José María Sadia

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Al dictador Primo de Rivera nunca llegó a llamarlo Miguel, sino “Miguelito”, además de “ganso real”, “fantoche” o “chulesco gobernador militar”. Para referirse al monarca Alfonso XIII, citaba a “Fernando VII y pico”, un personaje “falso desde la corona hasta las botas de montar”. Y no fue más indulgente con el militar que completaba el “trío dictatorial” de aquella España de 1923 a 1930: a Severiano Martínez Anido le colgó el sambenito de “verdugo mayor” del país, cuando no lo tildó directamente de “cerdo epiléptico” o lo asociaba a lindezas similares.

Así, a base de insultos, de una lucha dialéctica “despiadada”, fue como Miguel de Unamuno —filósofo, escritor y una de las referencias intelectuales más importantes del siglo XX en nuestro país— se convirtió en “representante de la oposición a la tiranía” durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, un régimen a cuya caída contribuyó con la colaboración necesaria de otros resistentes, tal es el caso del escritor y político republicano Vicente Blasco Ibáñez.

Esta novedosa cara política, combativa, comprometida y solidaria es la que revela el matrimonio de Jean Claude y Colette Rabaté, dos profesores franceses expertos en la figura del exrector de la Universidad de Salamanca, que acaban de publicar Unamuno contra Miguel Primo de Rivera. Un incesante desafío a la tiranía (Galaxia Gutemberg), con la ayuda de los investigadores Valentín del Arco y Genoveva Queipo de Llano. 

El insulto es algo que puede llamar la atención, y él reclamó el derecho a insultar

“Unamuno actuaba ferozmente en contra de la dictadura porque no permitía la libertad de conciencia, de reunión o de escribir, y él fue víctima de esta forma de represión”, relata Colette Rabaté, profesora honoraria de la Universidad François Rabelais de Tours (Francia). Cuando Colette dice “ferozmente” se refiere al violento lenguaje empleado por el catedrático, quien recurre con frecuencia al menosprecio y a la vulgaridad para “despertar la conciencia” de una España socialmente anestesiada.

“El insulto es algo que puede llamar la atención, y él reclamó el derecho a insultar”, sostiene Colette, quien matiza que, pese a todo, la incesante batalla de las palabras malsonantes dejaría un poso amargo, de remordimiento, en el autor de Niebla.

Ya antes de la dictadura —implantada en septiembre de 1923 con el golpe de Estado de Primo de Rivera—, Unamuno había comenzado a coleccionar un castigo tras otro por su locuacidad, que chocaba frontalmente contra la figura de los tribunales militares, encargados de juzgar los delitos de opinión.

Críticas subidas de tono hacia la Iglesia, por su “catolicismo totalmente anticuado”; al papel del ejército, lastrado por el desastre colonial del 98 y la terrible derrota de Annual en el marroquí valle del Rif, y la connivencia del rey Alfonso XIII con el régimen dictatorial de Primo de Rivera. “Unamuno defiende una España más tolerante; sus valores son los de la Revolución francesa: la libertad, la igualdad y la fraternidad”, expone Jean Claude Rabaté, catedrático emérito de la Universidad Sorbonne-Nouvelle de París, en referencia a unos principios que “no eran representados ni por la monarquía ni por el ejército, cuyo papel radicaba únicamente en mantener el orden en España”.

Contra la España excluyente

El matrimonio Rabaté desvela la versión más política de Miguel de Unamuno, pero reconoce que el filósofo “no tenía un programa político”. “Defiende la libertad de expresión y el liberalismo abierto, y está en contra de una España excluyente”, le atribuye Jean-Claude. En este sentido, los autores del trabajo hacen hincapié en la ofensiva del filósofo contra un ejército obcecado con el desquite tras la guerra hispano-estadounidense del 98. Dos décadas más tarde, “cuando se produce el desastre de Annual, en 1921, Unamuno emprende una campaña para que se asuman responsabilidades por la tragedia (murieron entre 8.000 y 13.000 militares españoles) y evitar así el borrón y cuenta nueva, y eso es lo que le hace chocar con Primo de Rivera”, añade el especialista.

Los dos pilares del régimen de Primo de Rivera eran la censura feroz y el soborno a la prensa extranjera para proyectar una buena imagen de sí mismo

Iniciada la dictadura, el ex rector de la Universidad de Salamanca estrecha el cerco de sus críticas sobre tres personajes. “Lo interesante de los insultos de Unamuno es ver cómo, en sus escritos (más de 4.000 artículos publicados), establecía una jerarquía”, precisa Colette Rabaté. Dentro de ese “trío dictatorial” que estaba al mando del país, “hemos apreciado que el personaje contra el que dirige el látigo no es Primo de Rivera, sino el rey Alfonso XIII, quien actúa entre bastidores junto a Severiano Martínez Anido”, especifica la investigadora. Para los autores del libro, Unamuno estaba convencido de que el monarca era quien había obtenido un mayor provecho de la situación del golpe de Estado.

Lo más llamativo es que no siempre fue así. Cuentan Jean-Claude y Colette que, en una primera época, se tejieron buenas relaciones entre el pensador y el rey. Pero el desastre de Annual lo cambió todo. “Unamuno pensaba que Alfonso XIII fue el máximo responsable de los sucesos de Marruecos y nunca le perdonaría que no tomara ninguna decisión, mientras que el rey, que no sabía muy bien cómo plantarle cara, trató incluso de volver a atraerlo hacía sí halagando su obra; Unamuno siempre se negó”, sostienen los investigadores. 

La resistencia desde la clandestinidad

Colette y Jean-Claude han accedido a las notas oficiosas de Miguel Primo de Rivera, que describen cómo el dictador nunca perdió de vista a Unamuno, sus numerosos artículos en publicaciones como El Mercantil Valenciano, así como sus relaciones con otros españoles que, desde la vecina Francia, comenzaron a tejer las redes de una resistencia que preludiaba la llegada de la II República. Por su parte, el escritor se enfrentó a un duro rival que no le pondría fácil el objetivo de desacreditarlo. “Los dos pilares del régimen de Primo de Rivera eran la censura feroz y el soborno a la prensa extranjera para proyectar una buena imagen de sí mismo”, destaca Colette. Y ante esa potente campaña de propaganda, Miguel de Unamuno se verá obligado a hacer una más modesta, artículo a artículo, para demoler la imagen pública del dictador. ¿Logró ese anhelado objetivo de despertar conciencias en la España de la dictadura? “Lo consiguió en cierta medida, poco a poco, en parte gracias a la rebeldía de los estudiantes contra el régimen en 1929, dado que era un hombre muy escuchado por los intelectuales”, añade Colette Rabaté. 

Hay quien afirma que Unamuno no es un político, pero sí que lo fue, particularmente, en el periodo de la dictadura. Para él la política era ética y la falta de ética de Primo y del rey era evidente

De la publicación Unamuno contra Miguel Primo de Rivera se extrae, además, un segundo hallazgo, más allá del perfil político del pensador español. Se trata de su vertiente más solidaria y comprometida, que se opone a la imagen de personaje encerrado en sí mismo con la que la figura de Unamuno ha tenido que cargar históricamente. “Se le tacha de individualista, pero, en realidad, es una época en la que trabaja y se compromete con otros españoles”, aclaran los historiadores. De ahí su colaboración en Francia con la Liga de los Derechos del Hombre —llegó a presidir la asociación en España— y la estrecha cooperación con personajes que trabajaron desde la clandestinidad, atentamente vigilados por Primo de Rivera, como el citado Vicente Blasco Ibáñez o Eduardo Ortega y Gasset, este último, “un gran olvidado”, según el matrimonio Colette, que merece “una investigación que está pendiente”. 

Unamuno fue el mejor comentador de la vida política española durante 30 años

“Hay quien afirma que Unamuno no es un político, pero sí que lo fue, particularmente, en el periodo de la dictadura. Para él la política era ética y la falta de ética de Primo y del rey era evidente”, aseveran los autores. Un compromiso que no le salió gratis al filósofo, objetivo de constantes multas y castigos por sus ataques públicos a los poderes políticos, desterrado finalmente a la isla de Fuerteventura por su oposición a la dictadura. “Resulta admirable cómo un hombre tantos años fuera de su país luchó junto a otras pocas personas contra la dictadura, su sistema de censura y de propaganda”, alaban Jean-Claude y Colette Rabaté, quienes resumen la labor de Unamuno en “una lección de civismo y de valentía”.

El matrimonio Rabaté, que no esconde su fascinación por la ciudad de Salamanca y la figura de Unamuno —a quien han dedicado varios trabajos, incluida una biografía—, subraya igualmente la proyección del intelectual como historiador. “Unamuno fue el mejor comentador de la vida política española durante 30 años”, opina Jean-Claude Rabaté. Y más allá de los insultos que el filósofo utilizaba en sus artículos, emerge la autenticidad del discurso: “Todo lo que dijo se puede comprobar”. Un ejercicio de arrojo, en suma, por el que tuvo que pagar un precio elevado. Un desconocido Unamuno que ahora ya no lo es tanto: un batallador político, fuertemente comprometido con otros intelectuales.

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