Del diagnóstico en casa al repliegue social: la autogestión de la COVID-19 se impone en la sexta ola

Cuando las dos rayas del test de antígenos “se encendieron”, Daniel se encerró en su casa. Al día siguiente, llamó al teléfono de información de coronavirus de la Comunidad de Madrid y le explicaron que, al ser sábado, su centro de salud no contactaría con él hasta el lunes. El lunes no llamó nadie y tampoco el martes, así que volvió a llamar. Obtuvo la misma respuesta: que esperase a que su médico de cabecera le dijera algo. Ante la falta de respuestas, este arquitecto de 33 años inició su propio protocolo: aislamiento de diez días, avisos a sus contactos estrechos recientes y esperar a que los síntomas desaparezcan.

La llegada de la variante ómicron y la explosión de la sexta ola han cambiado los planes de muchos en la antesala de esta Navidad, que se preveía tranquila. La vacunación nos sitúa en un contexto diferente al del año pasado, pero el escenario vuelve a estar marcado por el repunte de los contagios. Esta vez sin restricciones a la vista y con una Atención Primaria sobresaturada que hace que buena parte de lo que tiene que ver con la COVID-19 esté en manos de los ciudadanos: desde hacerse una prueba de antígenos en el salón de un piso compartido ante el colapso sanitario, hasta optar por un aislamiento preventivo para llegar a la Nochebuena sin contagiarse o reclamar a la empresa que permita el teletrabajo.

Daniel se hizo la prueba de farmacia porque llevaba varios días con “moquita y estornudos” y porque empezó a encontrarse muy cansado. En su caso, nadie le avisó de que fuese un contacto estrecho. “Yo, dentro de lo malo, he hablado con mis jefes y me han dicho que haga lo que pueda, que no me preocupe. Pero ahora mismo estoy en mi casa y mi trabajo es en obra. No tengo una baja que justifique haberme quedado aquí, ni está a la vista que pueda conseguir una”, protesta. 

Según explica, hará cuarentena diez días siguiendo el protocolo de su comunidad. “Miré también para pedir cita, porque el teléfono de información del COVID-19 no está sirviendo para mucho, pero la primera fecha disponible es el 30 de diciembre con la enfermera, y con médicos se van a enero”, lamenta. Ante la falta de atención sanitaria pública, son muchas las personas que recurren a laboratorios privados, pero no todo el mundo se lo puede permitir: “No me planteo irme a hacerme una PCR a gastarme la pasta. Yo cuento con que lo tengo, es un rollo quedarme en casa, pero ante la duda prefiero no poner a nadie en riesgo”.

Positivos fuera del sistema

El de Daniel es uno de los positivos que están quedando fuera del radar, sin figurar en las estadísticas oficiales que cada día reporta el Ministerio de Sanidad y que aún así superan ya los 700 casos por cada 100.000 habitantes. La explosión de la sexta ola ha pillado a la Atención Primaria, sobre la que recae buena parte de la gestión de la pandemia, muy debilitada y con los sanitarios saturados. “La sexta ola está llenando las salas de espera de los centros de salud y las unidades de gestión de COVID-19 están infradotadas, desbordadas y sobrecargadas”, aseguraba hace unos días Mar Noguerol, directora de un centro de salud en Madrid.

En algunas comunidades, que quienes se han contagiado consigan hacerse una prueba oficial es una auténtica odisea, así que para muchos solo queda el diagnóstico casero, que se complica con la falta de test de antígenos en las farmacias. La Comunidad de Madrid ha ido más lejos aún y prácticamente ha oficializado el autodiagnóstico anunciando que dejará de hacer PCR a aquellas personas que den positivo en el test de farmacia.

También está siendo complicado el rastreo de los contactos, una tarea clave para frenar la expansión del virus, ha caído del lado de la autogestión ante la falta de refuerzo de las plantillas y a pesar de que los expertos llevan desde el principio de la pandemia alertando sobre la importancia de contar con un sistema de rastreo robusto. Son muchas veces las propias personas infectadas las que están avisando a aquellas con las que estuvieron más de 15 minutos sin mascarilla, que deben iniciar por su cuenta el periplo de intentar conseguir cita en un centro de salud. 

Sin directrices únicas para el teletrabajo

Más allá del ámbito sanitario, muchas empresas han vuelto a la modalidad virtual ante el ascenso de contagios, al menos hasta la vuelta de las fiestas navideñas pero, desde que comenzó la escalada acelerada de casos, no ha habido tampoco una directriz clara y uniforme, así que ha dependido de la voluntad de las compañías. Quino, que trabaja en el sector bancario, explica que desde el año pasado ya teletrabajaba la mitad del tiempo, pero con el repunte de la incidencia, este lunes día 20 la empresa les comunicó que quien quisiera, podía quedarse en casa. 

“Cada mes nos envían cómo está la situación con respecto a la COVID-19 en la empresa y si se van a cambiar medidas”, comenta. “El día 20 nos mandaron un mail sobre las cinco de la tarde diciéndonos que ya a partir del 21 se podía trabajar 100% en remoto, que las oficinas estaban ahí para quien quisiera ir, pero es voluntario”. Este ingeniero, a tres días de Nochebuena y con un niño pequeño a cargo, ha decidido quedarse en casa. “Esto va a ser hasta nueva orden. Imagino que hasta que pase la nueva ola. Llevábamos una semana en la que ya el 50% del equipo estaba confinado por contacto con positivos. Era lógico que pasase esto”, añade Quino. 

Sin embargo, no parece que sea una medida que todas las empresas adopten con facilidad. En el caso de Ana (prefiere no dar su nombre real), y aunque su empresa se ha abierto a la opción de teletrabajar las próximas tres semanas, han tenido que ser los trabajadores los que lo reclamen. “Yo noto que a la empresa le cuesta tomar estas medidas, es un tema un poco tabú. No en todos los departamentos ha sido igual, pero les cuesta ver el teletrabajo. Solo tenemos un día a la semana y a lo mejor el año que viene dos”, relata. Esta analista financiera también ha optado por quedarse en casa los próximos días hasta pasada la Navidad.

Encuentros cancelados

En el ámbito social, se replica lo mismo. Ya desde hace algunas semanas que comenzaron a sucederse las cancelaciones de cenas y comidas de empresa habituales en estas fechas, pero hay quienes han hecho un repliegue también de vida social en una especie de autoconfinamiento. En el departamento de la gran empresa en la que trabaja Henar, habían planeado hacer una cena en un restaurante el pasado jueves, pero ante el aumento de casos a su alrededor ella decidió que no iba a acudir. “Íbamos a ser 13 en un interior, pero en unos días me iba a León con mi familia y no me quería arriesgar”, cuenta. Tras su mensaje en el grupo de WhatsApp que comparte con sus compañeros, las reacciones de los demás “fueron como una cascada”, así que finalmente el encuentro se anuló.

Olivia (nombre ficticio) sí consiguió que la sanidad le hiciera seguimiento tras ser contacto estrecho de un positivo el pasado día 12, justo a las puertas del estallido de los contagios, pero pese a que el protocolo indica que no debería guardar cuarentena al estar vacunada (salvo en Catalunya), decidió autoaislarse. “Me dijeron que podía hacer vida normal, salvo ver a personas vulnerables, pero decidí mantener la prudencia extrema”, asegura.

Por un lado, “por miedo a desarrollar síntomas más adelante” y, por otro, para asegurarse de poder viajar de Madrid a Sevilla, donde va a pasar las fiestas navideñas, y llegar con tranquilidad a la cena de Nochebuena. Así que en estos días ha decidido autoconfinarse y cortar su vida social. “Quería resguardarme para estar con mi familia y no tener sustos”, señala.