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Una emergencia mundial a cámara lenta

El presidente de Austria, Alexander Van der Bellen, muestra un muñeco de un oso polar durante su discurso en la COP25.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Al acercarse al recinto ferial de Ifema donde se celebra la cumbre COP25 era imposible no fijarse en un inmenso anuncio de Coca-Cola proyectado en la pantalla situada en la fachada de la entrada sur. Entre otras, porque la publicidad pedía no comprar Coca-Cola (la letra pequeña decía también: “Si no vamos a reciclar juntos”). Las grandes corporaciones que patrocinan la cumbre aparecían en la fachada con su cara más verde. No sólo abonan una parte de la factura, sino que aparentan presumir de que por fin lo han entendido.

Mientras tanto, los periódicos de Madrid, Barcelona, Valencia o Canarias aparecían envueltos en publicidad de Endesa, la empresa española con más emisiones contaminantes, que ahora presenta “sus soluciones para una sociedad libre de emisiones”. Grupos ecologistas o la alcaldesa de Barcelona lo denunciaron como un ejemplo de 'greenwashing' (aparentar ser ecologista con la intención de ocultar sus verdaderas intenciones).

¿Hipocresía o derrota del negacionismo y de su reputación en la sociedad? Veamos lo que dicen los políticos.

La COP25 de Chile –ahora en Madrid– no era un cita de trámite, pero tampoco estaba previsto que se cerrara con un acuerdo de gran impacto. Se trataba de continuar la presión para aumentar los objetivos en la reducción de la emisión de los gases propiciados por la actividad económica del ser humano con la esperanza de que se cumpla lo acordado en París en 2015. Si es verdad que el planeta se juega su futuro en la década que va a comenzar en 2020 –y es verdad–, las perspectivas son aún sombrías.

“En los cruciales próximos doce meses, es esencial que aseguremos compromisos más ambiciosos (por los estados), en especial los que más emisiones producen, para comenzar de inmediato a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a un ritmo consistente con el objetivo de alcanzar la neutralidad climática en 2050”, dijo el domingo António Guterres, secretario general de la ONU. El lunes, Guterres insistió en la lentitud con que se mueve la comunidad internacional: hay que reducir “nuestra adicción al carbón”, porque “estamos destruyendo los mismos soportes que nos mantienen vivos”.

El primer ministro francés, Édouard Philippe, no fue nada complaciente: “Vamos con retraso, porque no hacemos nada o lo que hacemos no lo hacemos a mayor velocidad”. Y los países que más tienen que perder, para los que cualquier tipo de cambio climático será una catástrofe, sienten más la urgencia. “Esta emergencia climática es real. Ya vamos tarde”, dijo el presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández.

Subsidiar a las familias o a la industria

En su rueda de prensa con Pedro Sánchez, Guterres elogió a España por la organización de la cumbre en sólo cuatro semanas “de forma absolutamente impecable” y por estar dispuesta a pisar el acelerador –metafóricamente– en la lucha contra el cambio climático. En estas cumbres hay que ser positivo y animar a los líderes de los países resaltando lo bueno, aunque podrían haberlo hecho antes. España aún no tiene una ley contra el cambio climático, y esa es una reivindicación que lleva una década escuchándose.

El secretario general de la ONU también bajó a lo concreto, a lo que los gobiernos pueden hacer. Citó el caso de los subsidios públicos a la industria de los combustibles fósiles. “¿Quién paga eso? Nosotros con nuestros impuestos”, explicó. “Por mi experiencia de gobierno (en Portugal), creo que es mejor subsidiar a las familias con necesidad que a los combustibles fósiles”. Y si un impuesto sobre el CO2, se usa para reducir el impuesto de la renta, “estaríamos ganando en dos direcciones”, en la lucha contra el cambio climático y a favor de la igualdad.

Lo de reducir los subvenciones públicas a esas industrias contaminantes no parece que sea un mensaje que vaya a recibir mucho apoyo entre las empresas que han patrocinado la cumbre de Madrid.

En la inauguración, Sánchez quiso ofrecer un mensaje optimista sobre las características del debate sobre el cambio climático, ahora ya con carácter de emergencia global. “Sólo un puñado de fanáticos niega la evidencia” sobre esta amenaza, dijo. En ese “puñado”, se encuentran los presidentes de EEUU y Brasil. Entre los que no niegan las pruebas científicas, pero sí son reticentes a acelerar el paso, están tres países de Europa del Este y otros más lejanos, como India y Australia. Mientras tanto, China cuenta con planes para aumentar su producción de carbón, según informó hace una semana Financial Times. Y sólo ese incremento sería superior a toda la producción actual de carbón en Europa.

La presencia de las grandes corporaciones entre los apoyos económicos de la cumbre, incluidas las que más contaminan o que más plástico generan, puede interpretarse de forma optimista, aunque es posible que algunos lectores vean elevada su tensión al leer esto hasta niveles poco recomendables para su salud. Quizá no sean solo unos cuántos fanáticos los que niegan las pruebas aportadas por la ciencia, pero el tono del debate ha cambiado en la última década en Europa. Ahora la gran discusión está en el ritmo e intensidad de la respuesta, no en negar que tenga que haber una. Será esta cumbre la que permita apreciar hasta qué punto la mayoría de los gobiernos está preparada para responder a la emergencia o si todos siguen mirándose entre ellos para ver quién se atreve a dar el primer paso.

“La historia nos va a juzgar”, dijo en el plenario Henry Puna, primer ministro de Islas Cook, un pequeño Estado en el Pacífico Sur para quien la respuesta a la crisis será la diferencia entre sobrevivir o dejar de existir como sociedad viable. La cumbre nos dirá si “la historia” es un reclamo lo bastante convincente como para que los políticos se decidan a actuar. Algunos están más preocupados por lo que digan las encuestas o las urnas si se atreven a tomar medidas que supongan algún tipo de sacrificio económico.

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