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“No, no me he equivocado de baño”: cuando entrar al aseo es un problema

Obra 'Gender poo' de Coco Riot en 'Inesperadxs: no, no me he equivocado de baño'.

Belén Remacha / Marta Borraz

  • Varios proyectos artísticos, como Inesperadxs en Zaragoza o Free Wee Project en Madrid, llaman la atención sobre esta realidad: “He sentido una violencia simbólica que me ha creado mucho malestar”, dice Kiwi

Diego decidió girar la cabeza, volver a la conversación con el grupo y darle un trago a la cerveza que reposaba en la mesa. De fondo, la mujer seguía gritándole mientras se sentaba en la terraza. No le había gustado que Diego entrara al baño de mujeres y comenzó a reprochárselo con gritos e insultos que empezaron en el aseo y acabaron fuera. Por aquel entonces, Diego no se hacía llamar así ni se identificaba como hombre. Sin embargo, la mujer así lo interpretó por su estética andrógina. Esta anécdota real ocurrió el verano de 2015 en un bar de la plaza madrileña de Lavapiés, pero podría haber pasado en cualquier otra.

“El baño dividido en hombre-mujer es uno de los lugares en el que personas trans y no binarias se enfrentan a discriminación de manera constante. Es un espacio en el que lo que suele ocurrir es que la gente no se cree que sus vidas sean posibles y cuestionan lo que son”, resume el sociólogo trans Lucas Platero, que reconoce haber vivido situaciones así. 'Te has equivocado de baño', '¿qué haces aquí?, 'no sé cómo no te da vergüenza...' son comentarios frecuentes que se suman a miradas de extrañeza o rechazo, a agarrones de brazos o a la imposibilidad de pasar porque la persona se pone delante.

Le suele ocurrir a personas que no encajan en el binarismo hombre-mujer, que están transitando y sus rasgos son visibles o cuya estética no responde a lo tradicionalmente considerado femenino o masculino. A partir de esta realidad han surgido diferentes proyectos, como Inesperadxs: no, no me he equivocado de baño, que se desarrolla este noviembre en Zaragoza. “Los aseos son el lugar perfecto para reflexionar sobre el lado oculto de los espacios aparentemente neutros, lugares sobre los que no nos cuestionamos nada pero que funcionan como sistemas de opresión y jerarquías”, cuenta María Bastarós, una de las organizadoras.

La intención de Inesperadxs es intervenir algunos lavabos (de centros públicos como Harinera, Casa de la Mujer, Etopia o Historias) en paralelo a diversas charlas, talleres o proyecciones: “El aseo es un espacio que, al ser considerado fruto de la realidad, tiene la capacidad de invisibilizar a toda aquella persona que no entre dentro de su esquema binario. Es decir, de causar conflictos en todo sujeto cuya identidad de género no sea percibida por el resto como la 'correcta'”.

Es lo que suele llamarse “la policía del género”, que se usa para referirse al cuestionamiento social a algunas personas por su supuesta “indefinición” en cuanto a si son hombres o mujeres. “Hemos crecido en una sociedad en la que todos los conceptos que hemos aprendido son binarios y a la mente le cuesta mucho operar fuera de ese binarismo”, explica Platero.

Kiwi, que se define como una persona trans no binaria y opta por usar la X para nombrarse, vive esta violencia habitualmente. “Cuando pregunto al personal, me dirigen directamente al de hombres y me siento obligadx a entrar ahí y ser vistx por hombres cisexuales” –personas cuyo sexo coincide con el género asignado al nacer–. “Lo cierto es que en general evito los baños públicos, pese a que nunca haya recibido violencia directa sí he sentido una violencia simbólica que me ha creado mucho malestar”, prosigue.

Hombre o mujer a ojos del resto

Alex de la Croix, performer y participante en Inesperadxs, opta por no etiquetar su identidad y asegura que su expresión “va mucho más lejos” que lo que se llamaría género neutro o no-binario. Por ello confiesa que no se siente cómodo en el baño de hombres porque es observado, pero tampoco en el de mujeres, donde le han llamado la atención en más de una ocasión. “En ninguno me siento aceptado”, dice.

Aunque los relatos de discriminación son frecuentes, no es una experiencia inamovible. Algunas personas trans reconocen no haber vivido anécdotas de este tipo “más allá de miradas de extrañeza al principio”. Carolina Laferré recuerda una hace un tiempo en el aeropuerto de Barcelona. “Estaba a punto de comenzar la transición y en el baño de hombres uno me dijo que me había equivocado. Mira, yo en el fondo no me lo tomé como algo malo porque era como que ya dejaba de usar ese baño”, argumenta.

“De todas maneras, creo que no me pasa más por mi visibilidad femenina”, dice. Laferré se refiere a que aquellas personas que encajan más fácilmente en el modelo de feminidad o masculinidad imperante, al menos a ojos del resto. Con ella coincide Darío, que reconoce encontrarse actualmente con pocas situaciones de este tipo como chico trans “más allá de los años iniciales, cuando mi aspecto resultaba más difícil de leer de forma binaria. Al principio era común que me acompañara algún amigo”, sostiene.

Por su parte, Aitzole Araneta, activista transfeminista y sexóloga, afirma que al ser identificada como mujer no suele vivir experiencias conflictivas, “pero sí personas cercanas a las que niegan su identidad sexual con miradas, comentarios y cuchicheos, o directamente amenazas y violencia”.

Los baños mixtos ¿son la solución?

Araneta propone varias soluciones, desde la instalación de baños mixtos hasta aseos sin símbolos o con criterios totalmente diferentes y más creativos. En este sentido cuenta una anécdota: “En muchos sitios, ya que los baños con el muñequito con pantalón van más rápido, accedo a ellos y los hombres protestan, a lo cual respondo que 'este es el baño de quienes llevan pantalones...¿y yo qué llevo? pantalones'. Se quedan sin palabras”.

¿Serían una solución los baños no diferenciados por género? Algunos proyectos, como Free Wee Project, una iniciativa que funciona desde principios de verano en Madrid, apuesta por ello y se define como “proyecto artístico para hacer los aseos #GenderFree –libre de género–”. Sin embargo, el debate no pasa por alto algunas cuestiones como la posibilidad de que los baños mixtos se conviertan en lugares más inseguros para las mujeres.

Bastarós apunta a la necesidad de no obviar que al hablar de problemas de seguridad de las mujeres, nos referimos a mujeres cis y trans. “Y estas últimas están expuestas a una situación muy vulnerable porque, por si su exclusión del baño 'femenino' fuera poco, sufren la posibilidad de ser agredidas si se ven obligadas a usar el aseo 'masculino'”.

Para Lucas Platero, la preocupación sobre la mayor vulnerabilidad de las mujeres en servicios mixtos tiene sentido y, por ello, apuesta por “no imponer los baños no diferenciados y ya está”. El sociólogo cree que la solución es “abrir procesos de participación y que sea algo dialogado para que el grupo se pregunte '¿qué tipo de baños queremos?' Yo trabajo en un centro en el que compartimos baño profesorado y alumnado y sin diferenciar por géneros. Lo hacemos partiendo de la idea de que todos compartimos el espacio y nos cuidamos”, explica.

Kiwi señala a la necesidad de hacer baños individuales en los que dentro ya haya lavabo y espejo que accedan directamente al local para evitar las situaciones de “socialización forzosa”. Por su parte, Bastarós pone como ejemplo los servicios de un museo de San Francisco, el Yerbabuena: “Han mantenido los dos baños separados, cosa que podría reafirmar el binarismo, pero entre ambos hay un gran cartel en el que se lee: 'Este centro apoya y respeta la diversidad de género. Emplea el baño con el que más te identifiques'”.

Más allá de ideas concretas, Araneta hace hincapié en que las miras habría que ponerlas en acabar con los estereotipos de género: “Si se incluye la educación sexual en todas las etapas del currículo (la de verdad, la del conocimiento de la diversidad, la que habilita para gestionar los deseos propios y ajenos… no la del plátano con condón, la de los genitales y la del miedo que tenemos), quizá esta pregunta [la de si los baños mixtos son más inseguros para las mujeres] perdería su sentido”.

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