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Lección optimista para atajar la crisis climática: cuando se quiere se puede, como ocurrió con el ozono

Concentración de ozono en la Antártida el 14 de septiembre de 2020 que muestra el agujero en la capa.

Raúl Rejón / Ana Ordaz / Victòria Oliveres

18 de noviembre de 2022 22:13 h

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Cuando entró en vigor el protocolo de Montreal para reducir los productos que destruyen la capa de ozono, se produjo un desplome en el consumo de sustancias como los gases CFC. Una caída en picado de la curva como la que tendría que darse en las emisiones de CO2 para atajar la crisis climática. La aplicación del convenio es una historia exitosa, ya que el agujero del ozono se ha ido reparando.



El protocolo ha conseguido recortar mucho la producción y uso de estos productos que, una vez en la atmósfera, destruían la capa de ozono que protege la Tierra de las radiaciones solares y permite, en definitiva, la vida. Al entrar en vigor en 1989 (había sido negociado dos años antes), el consumo de CFC era un 127% el de 1986. En 2021 se había quedado en un 1,2% respecto a ese año de referencia.

Este protocolo y el Convenio de Viena del que emana han sido los primeros tratados –en 2009– que obtuvieron una ratificación universal en la Organización de las Naciones Unidas.

Todos estos gases que fueron liberados durante décadas tienen un vida larga en la atmósfera. Incluso superan los cien años. Por eso, una vez se ha ido rebajando su liberación, el agujero en la capa de ozono de los polos, sobre todo en el sur, sigue formándose cada temporada invernal para luego cerrarse en verano. Pero el tamaño máximo y el promedio se ha ido estabilizando tras los años de crecimiento previos al protocolo. El cálculo es que el agujero pudiera clausurarse en 2050.



El ritmo de cura en esa herida atmosférica hizo que los científicos pensaran en 2018 que para 2030 podría estar resuelto en el norte, a mitad de siglo en el sur y en 2060 en cualquier latitud. Algunos cursos ha dado sustos como en 2020, cuando creció mucho más y recuperó niveles sin precedente“ ya que los compuestos que destruyen el ozono aún persisten.

Aquel año el agujero austral se extendió 23,5 millones de kilómetros cuadrados. “Habría sido 1,6 millones de kilómetros mayor si hubiera una concentración de cloro en la estratosfera como en el año 2000”, matizaron los investigadores de la NASA para poner en valor el beneficio del protocolo de Montreal, el acuerdo entre todos los países para no emitir esos gases.

Como ha demostrado este tratado y poniéndolo en relación con el cambio climático: si se quiere, se puede.

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