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Peio H. Riaño

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En 1969 el modelo de coche más robado por los delincuentes juveniles en España fue el Seat 600 (4.354). Y después el Seat 1500 y 1400 (1.947), Citroën (1.700), Seat 850 (1.545), Renault (1.158), Simca 1000 (862), Morris (498) y Seat Coupe (289). El robo de vehículos por los delincuentes más jóvenes sumó 15.745 vehículos en 1966 y pasó a 30.667 cuatro años después. En los sesenta la población vivía amenazada por la falta de libertades al tiempo que se construían otras dos Españas más: la que tenía un 600 y la que los robaba. El resplandor de las promesas de la sociedad de consumo que emergía dejó a una parte de las ciudades en sombra y de ella nació la exclusión. 

Lo que ocurrió a continuación no sorprenderá a nadie, porque se mitificó al delincuente y se ignoró la lucha vecinal por una vida digna en esos barrios que la dictadura inauguró sin asistencias básicas. Así es como el quinqui se hizo leyenda pop y las asociaciones desaparecieron del dulce relato del Seat 600 robado, las persecuciones, los tirones y los macarras. El brillo de las navajas ocultó un conflicto mayor que la delincuencia: el de los barrios marginados que peleaban por dejar de serlo. 

En aquellos solares convertidos en zonas de aluvión, con edificios que suelen compararse con colmenas por el hacinamiento carcelario que proponía el urbanismo para los llegados del campo a la ciudad, se cocinó el caldo de una generación fracasada por la falta de oportunidades, el paro, la delincuencia y la droga. Y estigmatizada por la marginalidad a la que fue condenada por los planes de la dictadura, primero, y de la Transición, después.

“La transición no pretendía transformar las condiciones sociales y de vida de los ciudadanos y, mucho menos, de quienes vivían en la marginación”, explica Iñigo López Simón (Basauri, 1984), doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco y autor de Los olvidados. Marginalidad urbana y fenómeno quinqui en España (1959-1982), publicado por Marcial Pons. Este libro explica otro de los manchurrones que tiene el proceso democrático español y que estaba pendiente. “Un escupitajo”, como dice el autor, contra el relato oficial.

Romantizar al quinqui

De aquellos años apenas ha trascendido la romantización del delincuente juvenil. El quinqui. “La idealización del pasado y la nostalgia ha provocado un mito, que se refuerza a partir de 2010. En su día no tuvieron tanto gancho. Los chavales de barrio vivían en sitios muy problemáticos y en el cine se presentaron como antihéroes y casi antisistema”, dice López Simón. Cuenta el investigador que el relato quinqui es muy fácil de mitificar, mucho más fácil que el de la lucha de las asociaciones de vecinos. “Fue un movimiento muy importante. En Otxarkoaga secuestraron autobuses porque no llegaban hasta El Barrio y ocuparon el Ayuntamiento. Lograron asistencia y atención a la fuerza. Fueron barrios muy bien organizados e ideologizados. Esto era menos cómodo que un quinqui”, explica el historiador. 

En la investigación desvela de qué manera al sistema le ha sido más fácil ensalzar a un chaval desideologizado que a un vecino que pelea por sus derechos y los de su comunidad. “Un delincuente da menos problemas. El delincuente, de alguna manera, quiere ser parte del sistema y disfrutar de los bienes de consumo que no se podían permitir. La mayoría fueron chavales de 13 años que sufrieron, pero no militaron”, añade. 

Para López Simón el urbanismo ayudó mucho a fomentar esa exclusión. Una vez fueron marginados, utilizaron el terreno como elemento de distinción. Su barrio era su territorio y su identidad. Todo se produjo al albur de lo que el mercado fue dictando. La clase trabajadora no interesó al régimen y las viviendas que se entregaron presentaban graves deficiencias de construcción. “No fue una construcción fortuita. Necesitaban un país de propietarios y no de proletarios. Creían que encadenándoles a una vivienda y atándoles a una hipoteca ya tendrían a las familias preocupadas en seguir pagándolas. Pero en esos barrios los vecinos no tardaron en tomar conciencia de la situación en la que vivían y se asociaron”, asegura el autor. 

En 1968, el mismo año en el que surgió la AFO de Otxarkoaga, se crearon en San Blas la Asociación de Cabezas de Familia de los barrios de el Gran San Blas, Hermanos García Noblejas y Canillejas, por un lado, y la Asociación de Vecinos de la parcela H, por otro. Estos grupos lograron realizar cambios estructurales en los edificios. En la mayoría de los barrios de extrarradio los vecinos se unieron y organizaron para dar solución a las diferentes problemáticas que afectaban su día a día, tanto a nivel urbanístico, como social, cultural o laboral. La Coordinadora de Barrios en Remodelación tenía por objetivo denunciar y poner en vías de solución las grandes deficiencias de habitabilidad en la vivienda pública de los años cincuenta, que en el caso de los barrios de la periferia “deviene en marginalidad”, cuenta el historiador.

Billares y discotecas

El franquismo sabía que habría problemas de la delincuencia juvenil, que la falta de escolarización traería consecuencias de orden social y bandas. Los Vikingos, Los Balas, Los Brujos, los de El Recio o jóvenes que infundían miedo con solo nombrarlos, como el Patata o el Inchi. “Acudían a los billares y discotecas de la zona, como puede ser el afamado Argenta”, cuenta el historiador que ha hecho trabajo de campo con entrevistas en la calle. El Argenta se encontraba en medio de un descampado, a cien metros de la salida del metro y en la parte baja de unos antiguos cines. Tuvo su edad de oro de las peleas en los setenta. Cuando se aburrían cambiaban de plan. 

“¿Qué hacíamos? Pues íbamos donde los pijos, a Goya. ¿Problema? Que ahí estaban todos los fachas. Nos zurraban ellos, porque eran más. Ya había muerto Franco, pero ahí estaban los Guerrilleros de Cristo Rey, Fuerza Nueva… Era su zona. Zona azul, zona nacional. Te veían con los pelos largos y ya sabían que tú no eras de ahí. No había enfrentamientos serios porque siempre nos pillaban a pocos, a uno o dos. Se limitaban a hacernos cantar el Cara al sol y cosas así”, le cuenta uno de los testigos al historiador López Simón. 

Este es el relato de esa la población que no pudo acceder a los bienes que anunciaban el nacimiento de un nuevo país capitalista, que crecía en tiendas de lujo y en descampados de la periferia de ciudades como Bilbao, Barcelona y Madrid. Barrios de calles sin asfaltar, ocupados por la esperanza de la prosperidad que traían los nuevos ciudadanos. El asfalto terminó llegando; el trabajo, no. 

El plan de la marginación

En 1967, el diario sensacionalista El Caso pone en marcha una serie de reportajes titulados “Ruleta de barrios”, donde desveló las carencias de los barrios madrileños de nueva construcción. El primero de esta serie se dedicó a San Blas (Madrid): “El Gran San Blas, mayor que Valladolid. 200.000 habitantes sin casa de socorro ni comisaría. Faltan escuelas, parques infantiles y pavimentación”. Diez años después el mismo periódico volvió a publicar un reportaje similar. La situación no había cambiado. No había equipamientos ni para el ocio ni para la educación. Y la calle estaba llena de chavales.

En San Blas sólo existía una biblioteca pública y en pésimas instalaciones. 0,11 libros por habitante. Los vecinos crearon sus propias actividades de ocio, porque el barrio no ofrecía alternativas a la población menor. Existían 12 equipos de fútbol. Esto da cuenta del gran número de población joven que había y de la capacidad asociativa de los vecinos. Otro recreo era el cine, con numerosas salas en aquellos años. Y en 1973 se inauguran las primeras piscinas dentro del polideportivo. Como no era suficiente, la propia iniciativa vecinal dotó al barrio de estructuras deportivas, situadas entre las calles García Noblejas y la Avenida Guadalajara.

En Otxarkoaga (Bilbao), en 1966 se construyó el último centro escolar. Prefabricado y con tres millones de pesetas. En la planta baja iban tres aulas de 50 alumnos cada una y en la superior dos, que acogieron a 147 alumnos. Aulas superpobladas y carencia de plazas. El resultado fue el fracaso escolar, la no obtención del graduado. Para el curso 1974-1975 el porcentaje de alumnos que no obtuvo el graduado escolar se situaba en el 59%. La cifra descendió al 41,4% para el curso 1989-1990. Ese mismo año se construyó la primera biblioteca pública, con capacidad para 80 lectores y una inversión de 285.120 pesetas, cuenta el historiador López Simón.

San Blas y Otxarkoaga se convirtieron en barrios polémicos cuando las asociaciones de vecinos tomaron conciencia de las dificultades y deficiencias del barrio denunciándolas a las autoridades. Pero eso no molaba tanto como las persecuciones en un Seat 600.

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