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Los primeros focos del contagio miran al futuro con las heridas aún abiertas

Una calle de la ciudad riojana de Haro (La Rioja).

EFE

Madrid —

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A comienzos de marzo, Haro, Labastida, Igualada, Tomelloso o Valdemoro se convirtieron en símbolo del miedo y de la tragedia en un país conmocionado. Hoy, dos meses y medio después tratan de recuperar la normalidad, con las heridas aún abiertas, el dolor en el recuerdo y el miedo a un rebrote.

El fin de semana del 8 de marzo, las noticias de guardias civiles protegidos con EPIs en el municipio riojano de Haro irrumpieron en los hogares españoles, preludio de una serie de imágenes que nadie esperaba ver. Dos días antes, había cerrado el centro de mayores de Valdemoro, en Madrid, con dieciséis casos detectados. El lunes 9 lo hicieron las escuelas de Labastida, en Álava.

Entonces, Celia Menchén, enfermera, trabajaba en consultas del Hospital de Tomelloso, en Ciudad Real, que poco después tuvo que triplicar su número de camas. El foco de esa ciudad manchega -el más letal del sur de España- está vinculado al de Haro: según el Ejecutivo regional, una familia tomellosera viajó a la localidad riojana, foco clave en los inicios de la pandemia.

TOMELLOSO TRATA DE REMONTAR TRAS LA LOCURA

En el corazón de La Mancha, con unos 36.000 habitantes, el primer caso de coronavirus se detectó el 4 de marzo y el primero deceso por COVID-19 ocho días después. Desde entonces, el cementerio de Tomelloso ha contabilizado 184 enterramientos por coronavirus confirmados o sospechosos. Una situación “terrible, muy dura” que de un modo u otro ha afectado a todos los vecinos de la localidad, explica la alcaldesa, Inmaculada Jiménez.

“Ha sido una locura”, resume Celia Menchén, quien a mediados de marzo pasó a atender pacientes de COVID. Como otros muchos sanitarios, no puede evitar la metáfora bélica: “Eso es para vivirlo, parecía que estábamos en una guerra, sin poder ayudar a nadie, no daba tiempo, no había recursos, nada”. “Nos han mandado a una guerra sin armas”, lamenta.

“Ha sido muy duro ver a gente que fallecía sin poder despedirse de sus familiares”, afirma Menchén, sometida a un miedo y a un estrés sin precedentes durante al menos un mes y medio. En su hospital, los peores días se vivieron a finales de marzo, si bien hasta primeros de mayo no se comenzó a notar cierto alivio.

Hoy, en fase 1 desde el pasado lunes, quedan alrededor de una decena de pacientes con COVID-19 y “poco a poco” va superando la situación, pero “hay gente que sigue con miedo, que no ha salido a pasear aunque ya se puede”, mientras que otras personas “están empezando a retomar en la medida de lo posible la vida ordinaria”.

Coincide en el diagnóstico con la alcaldesa, quien detecta que “la situación es más tranquila” y los tomelloseros van asimilando “la crueldad” de lo vivido, porque se van “dando cuenta” de que ya no está “el vecino con el que coincidían al comprar el pan o el dueño de la tienda” a la que solían acudir.

Van recuperando sus vidas “con temor y con fortaleza”, y también “con prudencia y tranquilidad”, para avanzar con paso firme.“Tomelloso es una ciudad de emprendedores y luchadora. Juntos, unidos y fuertes vamos a salir”, subraya Jiménez.

Próximamente, el Ayuntamiento hará un homenaje al personal sanitario, a todos los vecinos que han mostrado su solidaridad aportando lo que tenían para combatir la pandemia y a los fallecidos, para que “se recuerde la historia, terrible y trágica, que ha tocado vivir”.

Uno de los supervivientes es el periodista Francisco Navarro, que estuvo ingresado un mes en el Hospital General de Tomelloso, al que llegó “con un pie prácticamente en la tumba”. “Hay mucho dolor por tantos fallecimientos y por cómo se han producido”, los vecinos “necesitan mensajes positivos para remontar esta situación”, cuenta.

Y es que “el miedo bloquea” y hay que “controlar las emociones”, asegura Monserrat Jiménez, una paciente inmunodeprimida afectada de cáncer que superó el coronavirus y que no dudó, pese a ser de alto riesgo, en entrar como voluntaria en la residencia de mayores privada de la Fundación Elder, una de las más afectadas del país, donde se encuentra su madre, para “sacarla adelante” y atender a otros que “solo te pedían que les dieras la mano”.

HARO Y LA IMAGEN DE LA GUARDIA CIVIL

El pasado 8 de marzo, el coronavirus saltó a la actualidad nacional por la imagen de guardias civiles vestidos con trajes de protección vigilando la cuarentena en una zona de Haro, algo que marcó “una situación muy dura” para la ciudad riojana, que este lunes entra “con ilusión” en la fase 2 de la desescalada.

Así lo asegura a Efe la alcaldesa de Haro, Laura Rivado, que recuerda que, “al principio, la situación fue muy complicada”, dado que fue uno de los primeros focos de la COVID-19 en España, ya que días antes algunos vecinos habían acudido a un funeral en Vitoria donde había personas infectadas.

En poco tiempo, Haro centró la atención por la extensión de una enfermedad que desde entonces ha afectado a 407 de sus casi 12.000 vecinos.

“Cuando la epidemia empezaba a aterrizar, aquí golpeó muy fuerte”, reconoce la alcaldesa, pero la concienciación de los vecinos de lo que había que hacer en el confinamiento ha sido muy alta.

Ahora, las terrazas de los bares empiezan a recuperar cierta normalidad de forma paulatina, pero lo tiene más difícil una de sus zonas más típicas, “La Herradura”, formada por calles estrechas repletas de bares pequeños.

Esta percepción coincide en parte con la de algunos vecinos de Haro, como Roberto y Nuria, que relatan que poco a poco hay más normalidad, las terrazas se llenan cuando hace un buen día y cada vez hay menos miedo a salir a la calle, pero con respeto.

El otro “foco” del turismo en Haro, su barrio de bodegas centenarias, también trabaja para reabrir a primeros de junio a los visitantes con grupos reducidos.

Además, la capital de La Rioja Alta ve con “ilusión” los próximos meses porque espera a los miles de personas que tienen allí una segunda residencia, sobre todo procedentes del País Vasco.

“Puede ser un buen momento para que el turismo español ponga su vista en lo que nosotros podemos ofrecer: tranquilidad, buen ambiente y pocas masificaciones”, según la alcaldesa.

IGUALADA Y EL DOBLE CONFINAMIENTO

La crisis sanitaria ha golpeado duramente también a Igualada (Barcelona) y sus alrededores, el “pueblo grande” que es la Conca d’Òdena y sus cerca de 70.000 habitantes, que en mayor o menor grado han vivido de cerca algún caso de coronavirus: a finales de marzo, en el pico de la pandemia, se registró allí la tasa de mortalidad más alta de España, incluso superior a la de Lombardía, con 63,1 muertos por cada cien mil habitantes.

Ahora, con el brote bajo control y habiendo pasado a la fase 1, los vecinos viven entre el ansia de recuperar la libertad y de “descomprimirse”, tras 24 días de cierre perimetral y dos meses de confinamiento, y el miedo a un rebrote, una disyuntiva que les mantiene con la guardia alta y que el alcalde de Igualada, Marc Castells, ha reflejado con la consigna: “Hemos pasado de fase, pero nunca olvidaremos que estuvimos en la -1”.

El periodista freelance Xavier Ribera, vecino de Igualada y que ha seguido la pandemia desde la Conca d’Òdena, destaca la velocidad con la que ha sucedido todo, desde la vorágine de mensajes en las redes sociales durante las horas previas al anuncio del confinamiento por la alta presencia policial en la zona, pasando por el 'shock' repentino de la población al verse encerrada en casa de un día para otro, hasta el bullicio que se vivió en el centro de la ciudad en el primer día en la fase 1 de la desescalada.

“Es gracioso porque fuimos los primeros en ser confinados, luego nos confinaron doblemente y ahora hemos pasado de fase y este viernes ya se ha celebrado una obra de teatro presencial en el teatro municipal. Hemos pasado casi de un extremo a otro”, relata a Efe.

Ribera ha trabajado estos meses contando una dura realidad que además afectaba a familiares y amigos. Lo ha hecho “con el freno de mano puesto” y con mucha sensibilidad: “en el fondo estás hablando de personas que son tu gente, tratando cosas muy delicadas”.

LABASTIDA Y LAS PRIMERAS ESCUELAS CERRADAS

La pequeña localidad alavesa de Labastida se convirtió en la primera de España en la que se cerraron las escuelas, una pública y una ikastola concertada. Diez semanas después los directores de ambas han explicado a Efe los retos que han tenido que superar y lo que esperan del curso que comienza en septiembre.

Ambos tienen claro que la crisis ha dejado al descubierto las carencias digitales del sistema educativo y que la educación debe avanzar hacia un modelo mixto (presencial y telemático), en el que la formación sea personalizada y se cuide lo emocional.

El responsable del colegio público, Iñigo Beristain, advierte no obstante de que lo realmente importante es hacer un análisis global del sistema y permitir a los centros con propuestas “transformadoras” llevarlas adelante porque “sería un gran error implantar tecnología sin haber reflexionado antes sobre todo esto”.

“Este bombazo debería servir para revisar las costuras del sistema educativo”, reflexiona.

Por su parte, el director de la ikastola, Ketzu Bedialauneta, señala que esta crisis ha dejado claro que “las escuelas y las familias no están preparadas para trabajar digitalmente”.

Advierte de que “no todo tiene que ser digital” porque la escuela “es estar con los críos, hablar con ellos, abrazarles y animarles” y más si cabe en un municipio pequeño en el que los alumnos “no son tus hijos, pero como si lo fueran”.

En su ikastola ya están pensando en septiembre, a la espera de que lo que determinen las autoridades. “Pensamos ya en el plan B, en grupos reducidos y en el modelo mixto”. De cara al final de curso prefiere “relajar un poquito” el ritmo de los escolares sin que pierdan los hábitos porque “han trabajado mucho, los padres y los críos están cansados. Ahora hay que cuidar más que nada como están emocionalmente”.

VALDEMORO Y EL CENTRO DE MAYORES

Un brote de coronavirus puso el foco de la atención sobre Valdemoro, donde el pasado 5 de marzo se registraron 16 casos de contagio entre los usuarios y los trabajadores de Centro Municipal de Mayores, que quedó clausurado ese mismo fin de semana.

Entonces, el Hospital Infanta Elena, que se enfrentaba a una situación desconocida, ya contaba con una zona de aislados y empezaba a aplazar algunas pruebas diagnósticas, tal y como explicaban algunos pacientes que, sin guantes ni mascarillas, salían del centro.

La Comunidad de Madrid registraba entonces un total de 436 casos de COVID-19; hoy, solo en Valdemoro, se duplican los casos acumulados, que saltan de los 800.

En Valdemoro hoy “queda mucho miedo”, explica a Efe Mónica Pérez, que regenta en el municipio un salón de belleza: “Mis clientas más mayores están hoy muy tristes, nosotras no sabíamos que entonces había tantos infectados, el Ayuntamiento no nos daba información y la gente se enfadaba porque habían cerrado el centro de mayores”, dice.

Raquel, una de sus clientas, perdió a su abuela de 69 años por la COVID-19 el 27 de marzo. Desde entonces, explica, “habrán muerto unas 20 personas” usuarias del Centro de Mayores, al que su abuela “iba todos los días”. “Hay pánico de ir a comprar, por ejemplo, pero la gente tiene que empezar a salir”.

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