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Los test de saliva contra el coronavirus quizá sean útiles, pero tendrán que enseñarnos a cooperar

Fotografía de una investigadora de COVID en un laboratorio. EFE/Federico Anfitti

Sergio Ferrer

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La fiebre por los test masivos es uno de los síntomas de la pandemia más extendidos. La detección de infectados a gran escala fue imposible durante las primeras oleadas debido a limitaciones técnicas. Meses después, el desarrollo de herramientas basadas en muestras de saliva ha reavivado la idea de analizar grandes porcentajes de población de forma rápida, barata y fiable. Algunos incluso sueñan con hacerlo desde casa. ¿Es esto posible? Y, sobre todo, ¿es recomendable?

“Con los test tienes que tener claro para qué los quieres hacer, y no tiene sentido analizar a todo el mundo porque existe el riesgo de generar falsos positivos y saturar los laboratorios y sistemas de rastreo”, explica a elDiario.es el epidemiólogo Pedro Gullón. “Cuando hablamos de test masivos hablamos de dirigirlos a donde haya más incidencia, si esperas una transmisión muy parecida a la comunitaria no tiene tanto sentido”.

“[Los test masivos] gustan mucho a nivel político, pero su utilidad debe estar circunscrita a situaciones en las que sepas que los beneficios pueden superar a los riesgos”, aclara. En otras palabras, podrían recomendarse en lugares con mayor transmisión en los que la “probabilidad” de obtener positivos sea más alta, o donde haya colectivos muy vulnerables.

Estos cribados poblacionales ya tienen lugar en hospitales y residencias, y podrían realizarse también en colegios con muchos casos. Gullón cita el ejemplo de Lleida: “Cuando se produjeron los contagios en empresas agroalimentarias, una de las razones por las que consiguieron bajar la incidencia fue porque se hicieron cribados en estos lugares sin esperar a los síntomas, para aislar a quien hiciera falta”.

Y llegaron los test de saliva

A finales de junio una prepublicación lanzó un mensaje claro: la sensibilidad de los test es secundaria, lo más importante es la frecuencia [con la que se hagan] y su accesibilidad. Días después, un artículo de opinión en el New York Times defendía estos test rápidos, baratos y sencillos que “cualquiera pudiera usar cada día en casa”. En agosto la FDA aprobó SalivaDirect, un protocolo que no evita la PCR pero que permite hacerla a partir de muestras de saliva, lo que ahorra tiempo y dinero.

Gullón se considera “escéptico” con los resultados de los test de saliva publicados hasta el momento, escasos, “pequeños”, en forma de prepublicación y con pocos datos de especifidad y sensibilidad disponibles. “Tengo todavía mis dudas, desconfío de todo lo que se venda como game-changer [revolución]”.

Sin embargo, los test de saliva han despertado un gran interés en EEUU y, por extensión, en el resto del planeta. Gullón pide precaución a la hora de comparar la utilidad de estas herramientas entre países. “En Estados Unidos tienen más auge porque existe una desigualdad en el acceso y hay quien no tiene la posibilidad de hacerse una PCR”. Allí, la posiblidad de tener un resultado por unos pocos dólares puede ser una “gran oportunidad”.

¿Y en España? Gullón considera que en un sistema sanitario centralizado como el nuestro, donde “no existe tanta desigualdad en el acceso a los test”, su utilidad podría ser “menor”. Además, traerían consigo “incertidumbres” respecto a su aplicación: “Habría que ver quién los valida, cómo se distribuyen, quién los compra, si serían de acceso libre o no, si habría que confirmar la prueba y cómo se gestionan las bajas y que la gente se quede en casa”.

Por ello, los test de saliva deberían introducirse con cuidado ante la “complicación” que supondría que una gran cantidad de personas los use. Y no solo por el riesgo “muy alto” de falsos positivos si se usan en lugares con una incidencia moderada que ya se ha observado con test normales en lugares como Madrid.

“Las PCR se hacen dentro del sistema sanitario, por lo que es mucho más fácil gestionar la baja y los contactos. Si la gente se hiciera un test en casa generaría mucho caos”, opina Gullón. “Los rastreadores ya están saturados, como se mezclen situaciones en las que es vital cortar la cadena de transmisión con una gran cantidad de posibles falsos positivos [por los test rápidos de saliva] será muy difícil de manejar”.

El epidemiólogo sí ve utilidad en usar test de saliva para casos concretos, y siempre siguiendo criterios de salud pública. “Pueden ser muy útiles para hacer el seguimiento de un caso positivo, levantar la cuarentena tras 10 días si da negativo, y también emplearse en Atención Primaria. Si son fiables como una PCR y ahorras la parte del laboratorio podrían facilitar muchas cosas, pero no hasta el punto de que todo el mundo se lo vaya haciendo, y menos en casa”. Aun así, incide en la necesidad de esperar a tener más información sobre la fiabilidad de estas herramientas.

Un problema de cooperación

Los test proactivos, a domicilio o no, presentan un problema menos obvio a simple vista. “A diferencia de las mascarillas van de proteger a otros, no a uno mismo”, explicaba hace unos días el biólogo Carl Bergstrom en Twitter. El investigador de la Universidad de Washington aseguraba que tiene “poco valor terapéutico” detectar que somos asintomáticos, mientras que el coste individual, económico y social, es grande debido al aislamiento. ¿Quién querría pagarlo?

El éxito de estas iniciativas de detección masiva podría requerir convencernos de asumir estos costes por el bien común. “Es un problema de cooperación porque tus costes individuales son más altos que los beneficios que obtienes de algo que, al mismo tiempo, beneficia a la sociedad”, explica el sociólogo del CSIC Luis Miller. “Y, como ocurre en estos casos, no es fácil de resolver”.

Miller explica que una de las soluciones pasa por reducir esos costes individuales. Por ejemplo, mediante permisos retribuidos que permitan a los positivos mantener la cuarentena. “Reducir los costes para el individuo es aumentar los del Estado, lo cual es también un problema”. Ahí entra en juego otra estrategia: fomentar la cooperación per se.

“Se tendrán que hacer campañas de información y educación, como con las mascarillas. Explicar que es molesto, pero que si lo hacemos todos nos beneficiamos”, dice Miller. “Otra posibilidad son los incentivos negativos, en los que se crea el estigma de que si haces eso eres ‘malo’ con la sociedad, lo cual tiene efectos sobre la aprobación y desaprobación social en tu grupo”.

“Este es, y siempre ha sido, una crisis sobre riesgo poblacional, no individual”. Es una frase repetida en círculos epidemiológicos que, por desgracia, no ha calado en la mentalidad colectiva. “Es algo que quizá no se esté transmitiendo bien”, comenta Miller. “No hay una conciencia en la sociedad de que lo mejor que podemos hacer [contra el virus] no es farmacológico sino desde el comportamiento social”. Para que los test masivos triunfen deberemos entender que nadie está a salvo si no estamos todos a salvo.

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