Un cerebro humano se conservó 4.000 años tras cocerse en su propio cráneo por el calor extremo

El ejemplar hallado en Seyitömer Höyük muestra intactas las regiones frontotemporales

Héctor Farrés

10 de julio de 2025 10:58 h

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El cuerpo humano comienza a transformarse casi de inmediato tras la muerte. Los tejidos blandos, en particular, se degradan con rapidez por la acción combinada de bacterias, enzimas y microorganismos que habitan el propio organismo. El calor, la humedad o la exposición al aire libre pueden acelerar el proceso, mientras que el frío extremo o la ausencia de oxígeno tienden a ralentizarlo de forma drástica. En condiciones normales, la descomposición del cerebro se inicia en pocas horas, sin dejar apenas rastro reconocible. Aun así, un hallazgo en Turquía ha roto todas las previsiones.

Un descubrimiento arqueológico rompe con todo lo que se sabía sobre la descomposición humana

Un equipo arqueológico localizó en el yacimiento de Seyitömer Höyük uno de los cerebros humanos mejor conservados de la Edad del Bronce. El hallazgo, registrado en la región occidental del país, reveló que el tejido cerebral pertenecía a un individuo fallecido hace unos 4.000 años. Aunque la conservación de órganos blandos en contextos tan antiguos es muy poco común, los investigadores pudieron analizar la estructura del cerebro con un nivel de detalle difícil de imaginar en restos de esa época.

El estado de preservación, según el análisis posterior dirigido por científicos de la Universidad de Zúrich, permitió identificar las partes frontotemporales del encéfalo. Esto abrió la puerta a investigar la salud de los habitantes prehistóricos, desde posibles hemorragias hasta indicios de enfermedades degenerativas. Frank Rühli, especialista en anatomía histórica, afirmó en el estudio publicado por HOMO – Journal of Comparative Human Biology en 2014 que “el nivel de preservación en combinación con la antigüedad es extraordinario”.

A diferencia de otros casos, como el de una niña incaica momificada de forma natural en los Andes, la conservación del cerebro turco no fue consecuencia del frío. Los indicios apuntan a una secuencia violenta de fenómenos naturales. El equipo de investigación, dirigido por Meriç Altınoz desde la Universidad Haliç, concluyó que la persona habría muerto durante un terremoto que destruyó su asentamiento. Las ruinas habrían quedado enterradas rápidamente, y poco después un incendio se habría propagado por los escombros.

Las condiciones del entorno fueron tan extremas como favorables para conservar el tejido

La combinación de calor extremo, falta de oxígeno y posterior descenso de la humedad habría sido decisiva. La materia cerebral se coció dentro del cráneo, sellado por los propios restos del colapso. Con el paso del tiempo, ese entorno sin ventilación impidió la descomposición habitual. A esto se sumó la composición del suelo, cargado de aluminio, potasio y magnesio. Esa mezcla mineral favoreció la aparición de adipocera, una sustancia cerosa que ayuda a mantener la forma de los tejidos blandos durante siglos.

Los análisis bioquímicos y sedimentológicos permitieron entender las condiciones únicas del entorno. Altınoz y su equipo identificaron restos de madera carbonizada junto a los esqueletos, lo que confirmaba la presencia del incendio. Esa capa de cenizas reforzó el aislamiento del entorno y contribuyó a preservar el cerebro en un estado sorprendente.

Hasta ahora, pocos arqueólogos se habían planteado la posibilidad de encontrar restos cerebrales en excavaciones tan antiguas. La mayoría asumía que la descomposición haría inviable su conservación. Sin embargo, este caso podría marcar un cambio de planteamiento. En el mismo artículo, el equipo suizo subrayó que “si se publican casos como este, cada vez más gente será consciente de que también se puede encontrar tejido cerebral original”.

Más allá del valor excepcional del hallazgo, los científicos señalaron que contar con un tejido cerebral bien preservado abre nuevas líneas de estudio sobre la salud neurológica del pasado. Aunque el contexto haya sido extremo, su análisis sigue ofreciendo una ventana directa a las condiciones de vida, muerte y enfermedades que afectaban a las poblaciones prehistóricas.

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