La UE prepara nuevas normas porque aceptar o rechazar cookies en cada visita ya es un suplicio para millones de usuarios
La queja de millones de internautas se repite sin descanso. Abrir una página en Europa significa toparse con un banner que exige decidir si aceptamos cookies, y hacerlo de manera constante se convierte en un suplicio. La función inicial de estos avisos pretendía garantizar transparencia, pero hoy representan una traba que consume tiempo y paciencia. El hábito se ha normalizado hasta el punto de que los usuarios apenas reparan en lo que autorizan. Ese desgaste colectivo ha hecho que se abra el debate en las instituciones comunitarias.
Bruselas sopesa que el navegador sustituya a los banners en la gestión de preferencias
La Comisión Europea estudia modificar la normativa para que ese consentimiento no dependa de ventanillas emergentes en cada visita. El organismo valora que el navegador pueda encargarse de aplicar las preferencias definidas por cada usuario o que se incluyan excepciones que reduzcan de forma drástica los banners. El objetivo declarado consiste en aliviar una carga que afecta a cientos de millones de ciudadanos.
El impacto de estos avisos ya se mide en cifras. La consultora Legiscope calculó que los europeos pierden 575 millones de horas al año interactuando con banners, lo que equivale a más de una hora anual por persona. Esa acumulación de minutos explica por qué muchos expertos describen el proceso como un obstáculo masivo en la experiencia digital.
El problema se intensificó con la llegada del Reglamento General de Protección de Datos en mayo de 2018. Esta normativa consolidó la exigencia de un consentimiento explícito, heredera de disposiciones previas, y provocó la expansión de mensajes obligatorios en todos los rincones de la red. Aunque la intención se centraba en proteger derechos, la ejecución convirtió la navegación en un ejercicio farragoso.
Las críticas no han cesado. El abogado Peter Craddock, de Keller y Heckman, afirmó en Politico que “demasiado consentir básicamente mata el consentimiento”. Con esta expresión resumía cómo la reiteración de clics reduce la atención y vacía de sentido la decisión del usuario.
Los antecedentes muestran un camino plagado de intentos fallidos. En 2002 la Unión Europea impulsó una directiva que exigía consentimiento. En 2009 la llamada e-Privacy Directive endureció la obligación para los sitios web. En 2017 se presentó un proyecto de Reglamento de Privacidad Electrónica que pretendía simplificar la situación, pero se retiró este mismo año por su excesiva complejidad.
El debate enfrenta a la industria publicitaria con defensores de la privacidad en Europa
En el presente, el debate enfrenta a sectores con intereses opuestos. Franck Thomas, director de políticas de la asociación publicitaria IAB Europe, considera que la directiva vigente mantiene una visión demasiado rígida y defiende que la regulación se traslade al RGPD, que ofrece un enfoque flexible basado en riesgos.
Por su parte, Itxaso Domínguez de Olazábal, asesora de European Digital Rights, advirtió que ampliar la categoría de cookies necesarias resulta engañoso porque podría introducir rastreos para fines publicitarios bajo esa etiqueta.
Los planes inmediatos de la Comisión Europea incluyen la preparación de un texto omnibus en diciembre con el que se busca simplificar varias normativas tecnológicas. Entre las opciones figura la integración de las reglas de cookies en el propio RGPD. Para el próximo año se espera además la presentación del Digital Fairness Act, una ley orientada a la publicidad que pretende limitar prácticas de personalización abusivas.
El reconocimiento de que los avisos son molestos ya lo expresó el comisario de Justicia Didier Reynders a principios de este año. También algunos países, como Dinamarca, han planteado excepciones que permitan eliminar banners en casos de funciones técnicas o estadísticas sencillas. Estos gestos muestran un consenso creciente sobre la necesidad de aliviar la carga regulatoria.
Ese camino aún no ha culminado, pero el diagnóstico es compartido. La idea de que cada clic interrumpe la navegación se repite y el cansancio de los usuarios recuerda la queja inicial de que aceptar cada dos por tres termina siendo un suplicio que nadie quiere prolongar.
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