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Cara a cara con Tío Nate, el indio americano que protagoniza el debate racial del año en EEUU

Nathan Phillips, miembro de la comunidad Omaha, es una figura respetada en el movimiento de los pueblos originarios.

Julian Brave NoiseCat

El día que entrevisté a Nathan Philips, de la comunidad Omaha, amaneció lluvioso. Quedamos a desayunar en Le Caprice, una pastelería de una familia mexicana de Washington DC. Cuando le vi aparecer por la esquina de la avenida 14, llevaba la capucha puesta para ocultar su rostro de los posibles hostigadores que últimamente se le acercan. Solo habían pasado seis días desde que Phillips, de 64 años, se plantó a un palmo de distancia de Nicholas Sandmann, un estudiante del colegio católico Covington, en una manifestación a los pies del Lincoln Memorial de Washington.

El cruce de miradas se convirtió en polémica nacional debido a las interpretaciones que se hicieron de los vídeos que mostraban la escena: Sandmann sonriendo y portando una característica gorra roja con el lema de Donald Trump “Make America Great Again”, rodeados de compañeros que blandían hachas invisibles imitando los gestos de los equipos americanos con mascotas indígenas, y el nativo americano cantando y golpeando un tambor.

Las discrepancias al analizar las imágenes son evidentes y han sacado a relucir las divisiones raciales y políticas que caracterizan a la sociedad americana. La viralización del suceso ha avivado un debate en el que la verdad ya no se basa meramente en hechos, sino en el poder y la perspectiva. Hay versiones que culpan a la era de discriminación racial erigida por Trump y otras que ven en la indignada respuesta social una campaña de presión contra un joven inocente y victimizado por la prensa y los protestantes.

La familia de Sandmann se ocupo casi inmediatamente de contratar a RunSwitch, una compañía de mediación con la prensa con fuertes lazos con el partido republicano, para manejar la crisis. También acudieron a L Lin wood, un fiscal de alto perfil especializado en difamaciones y conocido por emprender agresivas demandas contra los medios. Su premisa es que el vídeo que ha estado circulando mostraba “desinformación” del incidente.

En la víspera de mi entrevista con Phillips, el programa Today Show emitió una entrevista con Sandmann que le ganó la compasión general del público. Con un suave tono de voz y vestimenta de colores claros, el adolescente no tuvo que contestar prácticamente a ninguna pregunta acusatoria. Ahí comenzó la detracción a la empatía social con la que contaba Phillips. Y, sí, este tema se nos ha ido a todos de las manos, pero a nadie más que a el propio Phillips.

El nativo de la comunidad Omaha no cuenta con una empresa de relaciones públicas para defender su versión de los hechos ni con un abogado para enfrentarse a los periodistas. “Pensé que, quizás, lo que tendría que haber hecho después de que pasara todo esto es coger mi coche y haberme vuelto a Michigan”, se preguntó en alto. “Me estoy convirtiendo en el tema por excelencia de la prensa de derechas, ¿sabes?” Phillips no quiere verse envuelto en ese panorama y por eso cuenta su versión pero para entenderla, insiste, hay que entender sus orígenes.

Un pasado angustioso

Los niños nativos tienen el triple de posibilidades de ser adoptados que el resto, según la Asociación Nacional de Bienestar de Niños Indios. Como muchos otros niños nativos americanos, Phillips fue apartado de su madre biológica por los servicios sociales. Creció separado de sus orígenes y nunca llegó a aprender la lengua de los Omaha. “No me gusta demasiado hablar de ello, pero por la forma en la que me crié, siento que necesito hacerlo”. En la primera media hora de entrevista, entre sorbos de café y comentarios de índole política, Phillips me contó cosas desgarradoras. Me habló de la vez que a los 15 se escapó en busca de la reserva de los Omaha que hay en Nebraska para encontrar a su madre: “Llego allí, toco a una puerta y una cabeza diminuta se asoma y me mira fijamente. Solo pude escuchar su '¡oh!', pero era el 'oh' más dulce que he escuchado nunca”, recuerda con la voz temblorosa. “Sabía que volvería a por ella algún día”.

Un año después, huyó a la reserva con una concepción cómica, en cierto modo, pero muy errónea de que allí seguían cazando búfalos y viviendo en taparrabos y que por eso sus compañeros no le admitían. “Vete de aquí, blanco”, le decían. “Vete a casa”. “Me rompió el corazón, yo solo quería volver a ser un indio americano, ¿sabes? Pero no es así como me criaron, no podía remediarlo”. Tras este rechazo y harto del trato que le daban sus tutores en su supuesto hogar (abusos y palizas), se escapó a Kansas a los 17 años, donde se topó con un reclutador de la Marina.

Hay informaciones que identifican a Phillips como un veterano de Vietnam. En realidad, sirvió al cuerpo de la Marina durante este conflicto, pero no en terreno. “Era, o estar bajo la tutela del Estado hasta los 21, o alistarme. Eran mis únicas opciones”. A Phillips le frustran las alegaciones de algunos comentaristas de que faltó a sus funciones en el servicio, incluso le llamaron mentiroso. Cree que si la gente supiese la perturbadora verdad tras esos años de su vida, quizás pondrían freno a los ataques contra su persona tras el incidente con Sandmann.

Para la comunidad y el movimiento, su apodo es 'tío Nate'. Participó en la movilización en contra del oleoducto de Dakota, acampando en el territorio de paso del proyecto, y el año pasado dirigió la marcha de plegarias que conmemoraron el aniversario de su finalización. También realiza trabajos culturales con colectivos de jóvenes a través de la Native Youth Alliance (Alianza de Juventud Nativa): “Son mis profesores”, dice sobre ellos.

La versión de Phillips al completo

Para explicar exactamente lo que pasó aquel día en el Lincoln Memorial, donde se celebraba una marcha por los pueblos indígenas, Phillips se puso a trazar un boceto de las escaleras donde se produjo el incidente. Me enseñó a través de él el sitio donde se formó el coro de plegarias al término de la marcha, donde se situaron cuatro miembros del grupo Black Hebrew Israelites (israelitas negros hebreos), provocando a cualquiera que se parara a escuchar. Incluso las declaraciones de Sandmann avalan este hecho: decía que esos muchachos, que se identificaban como protestantes afroamericanos, también les dijeron “comentarios aborrecibles” a él y sus colegas.

Según Philipps, en este momento es cuando entran en juego el joven de Covington y el resto de estudiantes, después de participar en una marcha en contra del aborto. Se pregunta cómo es que los padres de estos jóvenes no decidieron intervenir en ninguno de los casos. Al final del día, a media tarde, los estudiantes se instalaron en las escaleras del monumento para esperar al autobús que les recogería. Es ahí cuando comenzó la intimidación de los jóvenes israelitas, a la que respondieron varios de los primeros quitándose las camisetas y bailando, en lo que Phillips define como un bizarro ejercicio de masculinidad y dominación. “Estaban todos a medio metro de nosotros, más o menos”, dijo.

“Tío Nate, tenemos que hacer algo”, le dijo uno de sus compañeros pawnee. “No quiero meterme en eso”, respondió Phillips. “Es como una guerra de razas”. “¡Pues canta una canción!”, fue su respuesta, dándole un tambor a Phillips. La escena trajo a su mente un momento de su vida muy significante en la aceptación de sus orígenes y, abandonándose a esa sensación, comenzó a cantar su plegaria. La canción que eligió es el himno del Movimiento Indio Americano. Significa para muchos nativos una melodía de orgullo, de empoderamiento. Pero para él, también rememora la pérdida: su hermano murió en una de las fiestas del Movimiento en la década de los 70.

Señalando un punto concreto de su boceto, me dijo: “Cuando llegué y comencé a cantar fue cuando me invadió el espíritu”. Su intención inicial era interponerse entre los jóvenes que se desafiaban, pero al acercarse, la situación fluctuó. “Solo ahí fui consiciente de que estábamos en una situación peligrosa”. Buscó un hueco entre el gentío y lo encontró al pie del monumento en las escaleras. Cuando se colocó y miró hacia arriba, se topó cara a cara con un joven: Nicholas Sanmann. El joven siempre dijo que Phillips le había señalado a propósito, que nunca se interpuso en su camino. Más tarde, en la entrevista a NBC Today Show, admitió que “respeta” a Phillips y que le gustaría hablar con él. “Visto lo visto, me gustaría habernos ido y haber evitado toda la escena”.

Phillips, mirándole a los ojos, comprendió que era la propia juventud la que necesitaba esa melodía. “Esta juventud necesita ese latido maternal que les recuerde quiénes son y de dónde proceden”, aseguró. Así que elevó su canto. Y la reacción fue instantánea: los estudiantes se encolerizaron, saltaban, bramaban, enarbolaban invisibles hachas de guerra.

“He tenido tiempo para pensar y digerir todas las emociones traumáticas que me evocaron ese momento y todas las razones por las que convocamos ese encuentro de pueblos indígenas. Qué miedo, ¿no? ¿Qué está pasando en nuestro país?”, reflexiona. “Están destrozando América en mi cara. Así es como me sentía, así es como rezaba. No trato de ser poético, es solo el ver lo que ocurre en mi país... No tengo palabras”.

Para cuando finaliza nuestra entrevista, los camareros de Le Caprice han reconocido a Phillps. Le preguntan si pueden abrazarle y le piden una foto. Él accede: ha sufrido mucho, pero también ha recibido un gran apoyo. Por ello, pese al trauma y el dolor que porta consigo, está preparado para perdonar a Sandmann y a aquellos que consideran haber obrado mal. Para la primavera, le gustaría trazar el río Missouri a pie y rezar por el agua que está destinada a pasar por el nuevo acuedcuto Keystone XL. “Todo esto está pasando en mi país: el odio, la división, las contiendas económicas, las catástrofes medioambientales, el petróleo, el agua... Pero no se pueden mezclar”.

“A los nuestros, a los pueblos originarios, a los que estamos intentando reclamar instrucciones de cómo comportarse, no es con odio con lo que queremos responder al odio, sino con amor”, me dijo Phillips. “Así que eso es lo que hemos puesto en práctica”.

Traducido por Naiara Bellio

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