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Sobre este blog

No está claro si dan risa o miedo: perfiles semanales con mala leche de los que nos mandan (tan mal) y de algunos que pretenden llegar al Gobierno, en España y en el resto del mundo.

Desesperanza Aguirre, la lideresa impoluta

Esperanza Aguirre y la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, en un acto con la cúpula del PP de Valdemoro

Ramón Lobo

Todo lo que hemos sufrido, sufrimos y no sé por cuánto tiempo más sufriremos a Esperanza Aguirre se lo debemos a Pablo Carbonell, el graciosillo de Caiga quien Caiga. Logró lo imposible: que debajo de la máscara de mujer gélida, más cercana al Joker de Batman que a Cenicienta, pareciera humana. Tiene mérito. Aquellos encuentros nada casuales empezaban con la frase “hola, majete”, elevada al altar de las grandes citas, rival de cualquiera de los decires que se atribuyen a Churchill, un aprendiz. Aquella frase no era un rapto de campechanía como se cree sino las palabras de un hechizo para amansar la fiera televisiva y, con él, al electorado.

Mientras que algunos políticos se daban a la fuga ante la presencia de Carbonell y otros entraban en un juego para el que no tenían tablas ni viveza, ella lidiaba como una maestra del circo, virtud que la ha permitido sobrevivir a números de mayor riesgo: el tamayazo, la red Gürtel, Fundescam, el paso del AVE por terrenos afines en Guadalajara, el espionaje a compañeros y rivales de partido, los cursos de formación (que no solo es Andalucía), los escándalos de algunos de sus aliados y amigos (Miguel Blesa, Díaz Ferrán, Arturo Fernández), la fuga ante los agentes de movilidad al pensamiento de usted no sabe con quién está hablando, como si no lo supiéramos todos, y ahora la operación Púnica.

Solo los inmortales salen vivos de tanta basura. Manel Fontdevila la retrató en una viñeta memorable: ella de blanco inmaculado en medio de un mierdadal que mancha a todos menos a ella. Uno de los afectados pregunta: “¿Y tú cómo lo haces?”. Ella responde: “¿Lo qué?”.

Esperanza Aguirre y Gil de Biedma nació en Madrid en 1952. Gasta unos aires de nobleza que le vienen de familia. Es nieta, por parte de madre, de los condes de Sepúlveda, y condesa consorte (con-suerte) de Bornos y de Murillo, títulos que conllevan el trato de Grande de España, dos conceptos a la baja. También es sobrina de Jaime Gil de Biedma, gran poeta de la Generación de los años 50, a quien la familia rechazó por homosexual, y que ahora ella exhibe como un adorno más de su laureadísimo currículo intelectual.

Resulta sorprendente que con tanta grandeza y un palacete en el centro de Madrid, Esperanza se pusiera a trabajar. Pero tampoco debemos ser rígidos, que el empleo de político no es de destajo, permite salir en la tele, su vicio nada inconfeso y, por lo que se ve, da oportunidades de mejorar la cuenta de resultados.

Se hizo liberal de joven. Debió de caer del caballo tontorrón de la adolescencia como una Paula de Tarso, porque su liberalismo, que no liberalidad, se transformó en un estandarte, una lucha moral, una religión. Se afilió, si es que se puede decir así, al Club Liberal de Madrid que presidía Pedro Schwartz, catedrático de Historia de las Doctrinas Económicas, representante de la fe de la Escuela de Chicago de Milton Friedman, que tanto daño hizo en América Latina, y adalid de lo que está pasando en estos años: recortes en el Estado del bienestar y en derechos sociales, despido barato y bastante libre, aunque él lo quisiera aún más barato y libre. En aquellos pechos políticos se educó nuestra tipa inquietante de la semana.

Aunque Aguirre no es vocacional en el estudio de las leyes, que también los hay, se licenció en Derecho porque algo había que estudiar. Es una mujer de formación británica y suponemos que de buenas lecturas, aunque solo lea a los del flanco derecho como Mario Vargas Llosa, un grandísimo escritor. Se expresa en un perfecto inglés, virtud que la convierte en una rara avis en un mundo de políticos que no han pasado del primer curso de CCC o similar. Estas virtudes y una enorme capacidad para comunicar, incluso por encima de lo que debiera callar, la lanzaron a una carrera extraña, con altibajos, pero no tan abismada y corta como hubiesen querido sus enemigos, que son legión, sobre todo en el PP. Su currículo escrito es grande, como sus títulos nobiliarios, pero no tanto como ella hubiese deseado. Al estar ocupado el soñado, el puesto de Reina, tuvo que conformarse con verse de presidenta, que no está nada mal, aunque sea de España.

Y de presidenta sigue, pero solo del PP de la comunidad de Madrid, una minucia, algo indecoroso para tanto mérito y tanta ambición. Aguirre, que no da puntada sin hilo, que para eso está el servicio en la casa de los condes, se aprovecha de un puesto menor para asaltar otros mayores. Descartada doña Sofía, se centró en un enemigo más terrenal: Mariano Rajoy, a quien trató de desplazar en el Congreso del PP de Valencia tras su segunda derrota con Zapatero en 2008. La Operación Púnica, que afecta a personas que ella nombró o consintió, pero que ya no conoce, acabaría con cualquiera; pero no cantemos victoria, hablamos de Aguirre, la mujer de las mil y una vidas.

La lideresa, como le gusta que la llamen, ha hecho carrera en un mundo de machos alfa con el viejo truco de parecer uno de ellos. Recuerda a Margaret Thatcher y a la revista New Statesman, que la nombró Hombre del Año. Aguirre es nuestro hombre de la década. Pero empecemos por el principio, cuando fue concejala del Ayuntamiento de Madrid entre 1983 y 1996 (largo aprendizaje), donde se ocupó sucesivamente de medio ambiente, cultura, limpieza (un duro golpe para una grande de España), Educación y Deportes. Incluso en 1995 llegó a ser consejera de Caja Madrid por el tercio del PP, pero por poco tiempo. Como toda bendecida por la suerte, es una mujer que sabe retirarse antes de que llueva a cántaros.

José María Aznar (el hombrecillo insufrible) consideró que esta formación local era bagaje adecuado para altas cotas, como el Ministerio de Cultura, donde ejerció de ministra entre 1996 y 1999, cargo en el que fue reemplazada por Rajoy. Quizá de ahí vengan los desamores. Como ministra dejó, según murmurea la sabiduría del pueblo y la mala leche del rojerío, la joya de confundir a Saramago con la pintora Sara Mago. Ella lo niega. O decir que no sabía quién era Santiago Segura en pleno apogeo de Torrente o creer que la película Airbag de Bajo Ulloa era extranjera. Hay otro sucedido con Alberti, cuando le dijeron que se inauguraba una exposición con sus pinturas (que pintaba) y ella dijo: “Que no me vais a pillar, que sé que es poeta”. No sé si es cierto, pero le pega al personaje.

Del ministerio pasó a la presidencia del Senado, un ascenso teatral en un puesto inútil dentro de una institución inútil, con poco foco mediático, que ella se encargó de remediar. Allí penó hasta 2002, un año antes de que se le encargara la heroica misión de tomar Madrid, por las urnas, se entiende. En las elecciones de 2003 logró el 46,67% de los votos y 55 escaños. El PP era la fuerza más votada. Enfrente, el PSOE de Rafael Simancas, un tipo gafado, (39,99% y 47 escaños) e Izquierda Unida (7,68 y 9 escaños). Aunque la aritmética no engaña: 47+9 es 1 más que 56, la lideresa que era de letras obró el milagro de los peces, que un 47+9-2 le diera la mayoría absoluta. ¿Cómo logró tal hazaña? No lo sabemos, aunque lo suponemos, porque el llamado Fiscal General del Estado (aunque solo lo es del Gobierno), Jesús Cardenal, se encargó de bloquear cualquier investigación judicial sobre el caso.

Los hechos: el día de la votación no acudieron los diputados socialistas Eduardo Tamayo (de ahí el tamayazo) y María Teresa Sáez, que más tarde se pasaron al Grupo Mixto. Trataron de encubrir la traición a Simancas con disputas internas en la FSM. Después se descubrió que detrás del cambio de voto se encontraban dos constructores próximos al PP y el responsable de las finanzas de dicho partido en Madrid, pero la nueva mayoría absoluta del PP en la Comunidad cerró la comisión de investigación y enterró el caso. Los empresarios obtuvieron, por casualidad, no piensen sucio, una recalificación de terrenos en Villaviciosa de Odón.

Con estos antecedentes, y aún queda lo mejor, en la Europa civilizada estarías en la cárcel, en el paro o haciendo calceta en el palacete del centro de Madrid. Aquí, no, aquí sigues en la política y además te contrata una empresa de cazatalentos que dadas las virtudes de la susodicha debería ser de cazarrecompensas.

Ante el lío del tamayazo se disolvió la cámara y se convocaron nuevas elecciones en las que los madrileños premiaron los trapicheos de la condesa con una mayoría absoluta. Dado este ejemplar comportamiento, tan consecuente con su formación británica, la reina Isabel II de Inglaterra y de un montón de sitos más le concedió el título de Dama Comandante del Imperio Británico, lo cual confirma el hundimiento de dicho imperio.

Como presidenta de la Comunidad de Madrid puso en práctica las enseñanzas de su maestro del Club Liberal. Ha tratado de cargarse con gran dedicación la enseñanza pública en favor de centros privados, y si son religiosos mejor, y la sanidad de todos, que debía ser excelente porque ha sobrevivido lo suficiente como para dar ejemplo de profesionalidad y pundonor en el caso del ébola. Inauguró hospitales no terminados, suprimió servicios gratuitos, instauró el repago (ella llama copago a pagar dos veces por lo mismo) y privatizó en operaciones poco transparentes. Es dada a la pataleta, quiso enmendar la ley antitabaco de Zapatero para no dañar la salud de los bares, y al exceso, cuando lideró la campaña contra la subida del IVA que terminó subiendo, y de qué manera, el Gobierno del PP. También lideró el vaciamiento democrático y periodístico de Telemadrid y el espionaje al exnúmero dos de Gallardón, Manuel Cobo.

Un mujer tan maligna en apariencia está bendecida por los dioses. Sobrevivió a un accidente de helicóptero ocurrido en Móstoles el 1 de diciembre de 2005. Ahora que lo pienso, no se han investigado las variantes narrativas del suceso porque a su lado iba Rajoy. También se declaró superviviente del atentado terrorista ocurrido en Bombay (India) el 26 de noviembre de 2008. Se hospedaba en el hotel Oberoi, lugar del ataque, y, pese la matanza, consiguió ser protagonista en España.

También ha sobrevivido al atentado económico de la red corrupta Gürtel. Pese a estar arraigada en su Comunidad de Madrid, donde la trama dio pelotazos en los municipios gobernados por el PP y pagó algún que otro mitin de la lideresa, ella no se dio por aludida. “¿Lo qué?” Algunos de los imputados, como su consejero López Viejo, eran fieles colaboradores desde los tiempos del ayuntamiento. Pese a las evidencias, ella se limitó a destituir a los implicados, proclamarse descubridora de la red Gürtel y campeonísima de la lucha contra la corrupción.

Pese a que el diario Público, cuando aún salía en papel, reveló que el PP había financiado de manera irregular las campañas electorales del tamayazo, las de 2003, a través de donaciones de empresarios, nada pasó. Quizá suene al difunto Granados, pero aquellos donantes recibieron después la adjudicación de más de 200 contratos, la mayoría de forma directa, sin mediar concurso. Las donaciones se llevaron a cabo a través de una fundación fantasma, Fundescam, de la que Aguirre, qué casualidad, era presidenta. De esta también salió limpia, no investigada.

El 17 de septiembre de 2012 fue un día emotivo, casi a la altura de los tiempos en los que Pablo Carbonell le permitía ser simpáticamente humana. Ese día Esperanza Aguirre anunció por sorpresa su dimisión. Dejaba todo, cargo y acta. ¿Se acababa su carrera política? Aguirre fue astutamente confusa al vincular su marcha con una enfermedad grave y asuntos personales sin precisar. Así es como colocó a Ignacio González, su candidato en Caja Madrid. ¡De la que se libró! De la enfermedad que logró elogios que parecían fúnebres y un aplauso casi mortuorio en un país que no habla mal de los difuntos no se ha vuelto a tener noticias, afortunadamente.

Desde entonces es solo presidenta del PP y cazatalentos, ocupaciones sencillas que le han permitido arrollar la moto de un agente de movilidad en la Gran Vía, declararse perseguida por el machismo de la policía madrileña, acusar a Pablo Iglesias y a Podemos de ser ETA, y de molestar todo lo que puede y más a Rajoy, sobre todo cuando huele sangre.

Se ha postulado para presentarse a la alcaldía de Madrid en sus giras por las radios y televisiones para vender la mismas motos (no confundir con la del agente) con el rollo de que ella gana elecciones en un momento en el que el PP tiene fundadas razones para temer un batacazo en mayo de 2015. En medio de tanto autoincienso y cuando parecía que Mariano dudaba, se le aparece Granados con un superescándalo de alcaldes y corrupción. Un día declaró que no los conocía, otro, al verse en las fotos con los detenidos cuando aún eran ejemplares, que se le había interpretado mal. En un tercero pidió perdón desde el convencimiento electoral. Y ahí anda, tan pizpireta como siempre, persuadida de su blanca inmortalidad. “¿Lo qué?”

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