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Sobre la investidura y los retos de la izquierda ecosocialista

Iglesias y Sánchez en la reunión que tuvieron en marzo de 2016.

Paula Quinteiro / Raúl Camargo / Sònia Farré Fidalgo

Militantes de Anticapitalistas —

En el marco de los distintos procesos de investidura, el retorno a la política de bloques y del eje izquierda-derecha está siendo el elemento central de los rescoldos del ciclo electoral de los últimos meses. Unos bloques que, inevitables en su conformación en la política electoral y en la áspera aritmética parlamentaria, constituyen una auténtica bicoca para los partidos (de la izquierda y de la derecha) defensores del régimen del 78, bien en su forma más reaccionaria bien en su forma restauracionista y regeneradora. Y es que la forma en la que se desarrolla la dinámica política en el Estado español es totalmente ajena ya al ciclo impugnador y de horizonte constituyente que se abrió con el 15M. Retornó a los bloques clásicos del turnismo, a la primacía de los aparatos de partidos con lógicas e intereses propios, a la búsqueda de los consensos necesarios en el limitado y amputado horizonte que ofrece la actual Constitución. Del bipartidismo imperfecto al pluripartidismo para que nada cambie sustancialmente en el estrecho marco de la ortodoxia neoliberal dictada por la UE. La novedad, en todo caso, son las grietas,  dentro de esos bloques para dirimir la hegemonía dentro de los mismos. Política inter-bloques y política-intra.

Pero más allá de esto, a lo que asistimos estas semanas es al entierro definitivo de una perspectiva estratégico-constituyente por parte del “bloque del cambio”. De existir esa opción, el debate sobre la propia investidura se habría planteado en otros términos, y no como una lucha de poder en el seno de la izquierda del Estado. Se pondría encima de la mesa, por ejemplo, la necesidad de vincular el programa a las respuestas también fuera del ámbito estrictamente parlamentario, retomar las movilizaciones como método para garantizar que las reivindicaciones populares se traduzcan en mejoras sociales, mientras se traza y organiza un rumbo diferente al neoliberal-progresista de un PSOE que no va a cuestionar en ningún momento los consensos sistémicos fundamentales. Pero esa opción no está encima de la mesa. Parece que Unidas Podemos está dispuesto a renunciar (¡todavía más!) a esa posibilidad estratégico-programática con tal de entrar a formar parte del núcleo ejecutivo del Estado y convertir así en realidad el objetivo último de su núcleo dirigente: formar parte del mismo Estado. O, sencillamente, también se trataría de reafirmar pedagógicamente la voluntad de constituirse en partido autónomo, manteniendo el compromiso con el programa y no subalternizado al PSOE. Es decir, sostener una lógica tanto de impugnación general como de garantía de dique frente a las derechas y frente a las políticas neoliberales y recentralizadoras, vengan de donde vengan.

Pero esta opción no ha sido ni contemplada por una dirección que ya solo contempla las conquistas y las reformas sociales desde el Gobierno, obviando o minusvalorando las concesiones de programa y de proyecto que supone el compromiso de gobierno con una fuerza como el PSOE. En este sentido, incluso parece extraño que no se haya podido incorporar al debate real (ni siquiera en la propuesta de referéndum interno planteado por la dirección de Podemos) una opción como la de un “gobierno a la portuguesa” en la que al tiempo que se acuerda un programa mínimo de gobierno las opciones políticas a la izquierda del PS mantienen su independencia y autonomía parlamentaria. En la práctica, la política de “o gobierno de coalición o muerte” no solo ha reducido las posibilidades existentes sino que ha obviado el balance de las experiencias que esta fórmula ha deparado en diferentes contextos, incluyendo el resultado de Podemos en Castilla La Mancha, por poner solo un último ejemplo.

Pero asistimos también estas semanas a una batalla real en ese duelo por el relato y más allá entre PSOE y Podemos. Una batalla táctica que se ha vuelto compleja. Con la mirada puesta sólo en formar parte del gobierno, la disputa se ha configurado como una “negociación” de desgaste entre un PSOE que trata de mantener su monopolio como la izquierda del Estado y un Podemos que no renuncia a entrar en este juego. He aquí una paradoja: el PSOE utiliza los mismos argumentos que usó la dirección de Podemos para cargarse la pluralidad en el bloque del cambio: necesidad de cohesión, monolitismo, negativa a repartir el poder. En su momento ya consideramos gravísima esta actitud de la dirección de Podemos y, por lo tanto, deberíamos considerar con la misma gravedad la forma en la que está actuando el PSOE en este caso. Una actuación que muestra tanto su obsesión monopolizadora del poder como un desfase entre su situación parlamentaria real y sus deseos. De hecho, aunque consideremos que la posición de Podemos es reflejo de su bancarrota estratégica, no debemos dejar de denunciar el giro macronista-bonapartista que se esconde tras la actitud arrogante de Pedro Sánchez y el PSOE. Un giro previsible hacia el centro, tratando de gobernar con manos libres a izquierda y derecha y aderezado con ocurrencias tan peligrosas como tratar de reformar la constitución (el famoso articulo 99). Una medida esta que, por ejemplo, anularía la capacidad de las fuerzas independentistas de hacer valer su fuerza en las negociaciones de investidura. 

Por tanto (y de forma un poco provocadora): Aunque no estemos de acuerdo con la orientación de Podemos en esta investidura, debemos ser capaces de defender el derecho a Podemos a formar parte de un gobierno. Su exclusión solo responde a una voluntad de sometimiento por parte del PSOE y a su deseo de gobernar desde un centro que las derechas han dejado vacío. Las apelaciones a los perfiles técnicos e independientes no son sino un salvoconducto con cierto tufo tecnocrático y macronista, tan del gusto últimamente del superviviente Sánchez.

Creemos que es necesario seguir defendiendo posiciones y estrategias políticas alternativas. Abrir otros caminos, explorar otras fórmulas de construcción organizativa y de estrategia política. Lamentablemente, estas posiciones han sido minorizadas y excluidas facilitando la hegemonía de las propuestas gobernistas y restauradoras. Estas últimas opciones han servido también, en la práctica, para reducir de forma notable las expectativas y los anhelos transformadores de amplios sectores sociales del pueblo de izquierdas. En el mientras tanto de la plasmación real a escala estatal de estas ideas gobernistas, ¿qué perspectivas puede ofrecer una izquierda que no se conforma con la subalternidad de proyecto y programática respecto al PSOE? En nuestra opinión, habría que preparar una estrategia de recomposición de un polo transformador basándose en la realidad: La mayoría de la gente de izquierdas, quiere un gobierno progresista frente a la derecha liderado por el PSOE pero participado por otras fuerzas. Es parte constitutiva de este final de ciclo y epílogo de un proceso transformista (que todavía está por ver si es orgánico o coyuntural), tanto de los partidos como de la base social que sostuvo el ciclo-pos-15M. En realidad, este movimiento de desplazamiento de las posibilidades de cambio entraña una posición paradójica y, a la postre, suicida: A medida que se aleja el horizonte de transformación radical de la sociedad, también se aleja la posibilidad de mejoras concretas. Pero así está la situación y es mejor no contarse cuentos. Toca  prepararse para la acción política, la rearticulación con y desde los movimientos y no lamentarse por lo que pudo haber sido y no fue. En ese sentido, si el gobierno progresista se hace realidad, habrá que reconstruir el proyecto transformador en tensión con él, a partir de las luchas y de las demandas que este gobierno no va a ser capaz de hacer efectivas: la crisis territorial, las reforma laborales, la ley mordaza, el cambio climático, la inversión publica (que requiere de acabar con las leyes que imponen el techo de gasto), la necesidad de una reforma fiscal, vivienda, etc. Temas que han sido y siguen siendo clave, pero que ni el PSOE (por su naturaleza) ni Unidas Podemos (por su oportunismo de entrar en el gobierno a cualquier precio y el nivel de compromiso con el que anuncia que se mantendrá) están dispuestos a abordar en serio, tal y como está demostrando una negociación de investidura donde el programa es el elemento ausente de la misma.

La paradoja de la coyuntura es que Unidas Podemos está dando una batalla durísima en lo táctico contra el PSOE para conformar un gobierno de coalición, y que si la gana, va a ser a costa de renuncias estratégicas y programáticas. Lo fundamental no debería pasar desapercibido: El PSOE va a ser siempre un freno a las transformaciones profundas que nuestra sociedad necesita. Pase lo que pase, tendremos que prepararnos para construir una fuerza social y política capaz de llevar a cabo esas transformaciones. Estratégicamente, estamos convencidos de que es un error que la izquierda trate de cogobernar bajo las órdenes de un PSOE que se niega a pactar un programa transformador. Pero está quedando clara otra cuestión: que el PSOE de Pedro Sanchez tiene una concepción patrimonialista del poder muy poco democrática y que prefiere gobernar con la derecha que mirar hacia la izquierda.

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