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La manipulación del lenguaje

Un palestino muerto en 2016 por disparos israelíes tras lanzar piedras a coches

Ghaleb Jaber Ibrahim

Presidente de la Fundación Araguaney – Puente de Culturas. —

Abatir: derribar, humillar, doblegar, debilitar. Eran formas convencionales utilizadas para definir esta palabra hasta que en 2014 se incorpora una nueva acepción: “hacer caer sin vida a una persona o animal”. A partir de aquí, la 23 edición del Diccionario de la Lengua Española establece una nueva definición que no siendo siempre sinónimo de matar o asesinar, le concede ese valor ocasional.

Aunque no en muchas ocasiones, sí es cierto que ya se ha hablado de la controversia que genera la utilización de esta última acepción de la palabra “abatir”. Y no se trata sólo de la equiparación emocional de personas y animales, que tiene tela, estamos hablando de una nueva manera acrítica de entender o incluso justificar la forma de morir de unos a manos de otros. Aquel “tirar a matar” que François Hollande manifestó después de los atentados en Francia, entendida esta expresión como la forma de actuar excepcional por estar inmersos en la llamada “Guerra de civilizaciones”, en la que los enemigos se les asimila a  animales que es necesario “abatir”.

Así pues, la nueva acepción reconocida de la palabra “abatir” ha generado un respaldo importante a la supuesta intencionalidad de algunos medios a la hora de utilizarla. Aceptamos ya como normal que un árabe y/o musulmán sea abatido –excepto si es rey o jeque–, puesto que sus potencialidades delictivas resultan ser enormes por su raza o religión, pero nos resultaría difícil de entender que se pueda “abatir” a alguien de Pozuelo de Alarcón o por ejemplo, a un vecino de la Calle Serrano en Madrid, con independencia de la atrocidad que cometiera.

El repetido empleo torticero de la palabra genera un primer efecto de deshumanización, de arrebatar la condición de persona al que es “abatido” frente a la necesaria compasión por el que es asesinado. Del mismo modo, el acto de “abatir” no necesita investigación en cuanto a las causas, mientras el asesinato requiere se inicie el proceso legal garantista que impera en los estados de derecho.

Se demuestra esa capacidad que tienen los medios de, en ocasiones, no sólo contar la realidad, sino también crearla. En este proceso, la jerarquización arbitraria de unos hechos sobre otros o la parcialidad del entorno retratado pueden condicionar el juicio de aquellos que se acercan a la información. Y en cualquier caso se hace patente que la supremacía de Occidente en derechos y libertades con respecto al resto del orbe, estableciendo como eje de actuación el choque de civilizaciones que tenemos que combatir, es un estereotipo creado artificialmente que se ha convertido en una falsa teoría, eso sí, interiorizada y aceptada mayoritariamente.

Esta nueva realidad mediática ha conseguido que los que nos dicen causantes de ataques terroristas sean “abatidos” de forma finalista y sin intervención alguna de ese ente subjetivo que denominamos justicia. Esto ya se ha admitido socialmente y los que piensen de otra forma, están destinados a ser acusados de complicidad con los causantes del terror.

Pero como suele ocurrir en las tendencias, esto no acaba ahí. Ahora también aquellos ciudadanos de Gaza que se manifiestan por sus derechos dentro de Palestina y son masacrados por el ejército israelí resulta que no tienen derecho a otro destino que a ser “abatidos” por el abuso y la fuerza desmedida del ocupante ilegal. Por supuesto obviando, una vez más, informes internacionales que demuestran la existencia de “Indicios racionales de violaciones de los derechos humanos y de la ley humanitaria internacional, y en algunos casos constitutivos de crímenes de guerra y contra la humanidad”.

Al final, la nueva acepción de la palabra “abatir” determina en su uso la creación humana de unas fronteras intelectuales que de forma excepcional ha definido Antonio Pampliega: “En el mundo existe un muro invisible y luego todos los que los gobiernos se empeñan en levantar. Ese muro nos separa de la pobreza, de las guerras, de la hambruna… Y nos ciega los ojos con los gruesos ladrillos de la indiferencia. Nos creemos mejores que ellos por haber nacido en el lado bueno del muro. Los miramos con superioridad porque ellos son pobres y vienen vestidos con harapos cuando, al final, los pobres somos nosotros. Pobres de valores. La única diferencia entre ellos y nosotros es el lugar de nacimiento. Pero la historia nos dará una hostia, y bien merecida”.

ALIPORI: “vergüenza ajena”, turbación del ánimo que uno siente por lo que hacen o dicen otros.

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