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Escapando del turismo salvaje: cinco pueblos muy tranquilos a resguardo del ruido y el calor

Burgui (Navarra).

Jara B. Gavín

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Si estás pensando en una escapada de última hora para este mes de agosto y tu objetivo principal es huir de las aglomeraciones, los atascos, el ruido y los agobiantes chiringuitos estivales, pasar un par de días en un pueblo tranquilo, estos pueden convertirse en tu Shangri-La de este verano.

Te proponemos cinco pueblos en los que despojarte del estrés, terminar de leer ese libro que arrastras desde hace meses, ponerte una sudadera por la noche y convencerte de que la vida sí que puede pasar a un ritmo más pausado.

Noviercas, en Soria

El que fuera durante largas temporadas residencia de Gustavo Adolfo Bécquer y Casta Esteban, es hoy un remanso de paz situado en medio de los infinitos campos de labranza que inspiraron al poeta romántico.

La propia casa de la pareja, reconvertida en casa rural, resulta un buen lugar para establecer un campo base y puede alquilarse de manera integral desde 121€/noche para cuatro personas.

El sitio perfecto desde el que emprender largos paseos por los alrededores, visitar el Museo de Bécquer o las iglesias de Noviercas o, simplemente, dejarse caer por el Teleclub, centro social y neurálgico del pueblo cuya rehabilitación recibió, en 2021, el primer premio Obras CEMEX en la categoría de espacio colectivo.

Saravillo, en Huesca

El único pueblo situado en la margen izquierda del Cinqueta, el río que vertebra el salvaje Valle de Chistau, en el Pirineo oscense, es durante el verano un fresco refugio en el que huir del sofocante calor y las aglomeraciones que se dan en otros lugares del Pirineo.

Pese a no llegar al centenar de habitantes, Saravillo ofrece un buen puñado de opciones para llenar los días de actividades en el entorno natural; desde paseos a caballo hasta incontables rutas de senderismo, pasando por un par de buenos lugares en los que disfrutar de una cerveza de la zona y un picoteo al aire libre.

El pueblo es también la puerta de acceso a la pista forestal que conduce al —en ocasiones, demasiado concurrido— Ibón de Plan o Basa de la Mora, un lago de origen glaciar que, gracias a este acceso rodado, es uno de los más accesibles del Pirineo, por lo que recomendamos evitar su visita en pleno fin de semana.

Para alojarse, el pueblo tiene varias opciones de casas rurales, como los Apartamentos Casa Fogarón, en los que es complicado decidir si lo mejor son sus instalaciones o la amabilidad de sus dueñas y, a unos 3 kilómetros, el Camping los Vives también ofrece apartamentos y un albergue.

Burgui, en Navarra

Aunque Burgui es el primer pueblo que encontraremos al entrar al mágico Valle del Roncal y es, sin duda, una de las mejores elecciones si se va en busca de un equilibrio perfecto entre tranquilidad, tradición y belleza; cualquier otra población roncalesa resultará también una opción ideal para una escapada de un par de días.

Salvando el río Esca, el puente romano que da acceso al pueblo sumerge al visitante en una postal que ya no se abandonará durante el resto de la estancia. También es el punto de inicio de la llamada Ruta de los Oficios, toda una vuelta al pasado que a lo largo de cuatro kilómetros nos deleitará con las tradiciones de los ancestros que poblaron la zona.

Sus calles empedradas, las casonas de piedra y madera que las custodian y los habitantes del pueblo entregados a sus quehaceres diarios aquí y allá harán que nunca quieras decir adiós a Burgui, salvo que sea para recorrer los mágicos senderos del Roncal.

Un buen lugar para alojarse es el Hostal Almadiero, una típica casona del S.XVIII que ha sabido conservar la auténtica esencia del Roncal en la decoración de cada una de sus habitaciones.

Pola de Somiedo, en Asturias

Con 179 habitantes, Pola de Somiedo es la población más grande de este Parque Natural, injustamente eclipsado por el vecino —y más masificado— Parque Nacional de los Picos de Europa.

En este pueblo asturiano, enclavado en la parte baja del valle, el visitante encontrará todo lo necesario para pasar un par de días disfrutando de la tranquilidad entre verdes valles y altos picos; nada falta ni sobra en Pola.

Un bar, una tienda de ultramarinos, un comercio de productos ecológicos de proximidad, una oficina de turismo en la que informarse sobre la multitud de actividades que pueden realizarse en el entorno y una panadería que despacha pan de horno de leña y bollos preñaos a través de una pequeña ventana al exterior.

El Palacio Flórez-Estrada, una mansión enclavada al borde de un río que atraviesa el jardín en el que querrás pasar las tardes junto a un buen libro, ofrece apartamentos y habitaciones en un enclave que parece haber sido diseñado de manera específica para dar un respiro al alma.

Tírvia, en Lleida

Ubicado en el corazón del Pirineo catalán, Tírvia se alza como uno de los pueblos más bonitos y auténticos de la salvaje Vall Ferrera.

El pueblo, de apenas 130 habitantes, con sus casas de piedra oscura y un cierto desconocimiento entre la comunidad turística, es un paraíso a caballo entre el contacto con la naturaleza reinante en el Pallars Sobirá y sus habitantes.

Aunque fue destruido durante la Guerra Civil, el ahínco de sus antiguos pobladores hizo que el conjunto arquitectónico se viera prácticamente reconstruido en 1940. Desde entonces, sus angostas calles, enclavadas en lo alto de un pedregoso mirador y coronadas por el campanario de la Virgen de La Piedad, hacen de Tírvia un lugar inolvidable.

Para dormir, la Comella de Tírvia ofrece acogedoras habitaciones con paredes de piedra vista, techos de madera y vistas al pasado contrabandista de las montañas que custodian la comarca.

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