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Canción urgente para Nicaragua

Un niño, en las protestas de la oposición en Nicaragua

Gabriela Wiener

Teníamos que ir a Nicaragua. Se iba a celebrar el festival literario Centroamérica Cuenta entre el 21 y el 25 de mayo de este año. Estaba a punto de ponerme la vacuna obligatoria contra la fiebre amarilla. Había desempolvado mi bañador. E iba a cumplir un viejo sueño: pisar una tierra de larga o, al menos, nostálgica tradición revolucionaria.

Yo tenía cuatro años cuando estalló la revolución sandinista, mi familia vivía en Perú pero miraba a Nicaragua, por eso en mi habitación infantil tenía un afiche de Sandino (al lado de uno de la Intifada y otro de un poema por los desaparecidos), el máximo líder de la resistencia contra la ocupación de Estados Unidos en los años 30 en Nicaragua, que se convertiría en el faro de la revuelta de 1979 contra el dictador Anastasio Somoza, el traidor, vendepatria y su asesino. En el cuadro, tenía un pañuelo rojo en el cuello y un sombrero: “Sandino vive”, decía. No era el Che pero parecía un bandolero y representaba la lucha del pequeño país contra el imperio.

En mayo de 2018 teníamos que ir a Nicaragua a hablar de libros pero ya nos temíamos lo peor. El descontento por el anuncio de una reforma en el sistema de pensiones fue solo la chispa que convirtió el hartazgo de más de una década de las políticas del gobierno de Daniel Ortega en el enorme estallido social del pasado abril.

Protestaban contra esa gente en el poder que lleva años enriqueciéndose con el dinero de la corrupción mientras los demás no tienen trabajo o soportan sueldos pobrísimos; contra la venta de la tierra, el agua, el cielo para levantar cemento de ricas transnacionales; contra la ilegalización de los partidos que no son de su bando; contra la censura y el monopolio de los medios. Solo ese mes murieron 43 jóvenes por la violenta represión en las calles. Entonces llegó la temida carta del mítico escritor nicaragüense Sergio Ramírez, el último premio Cervantes y presidente del festival Centroamérica Cuenta, suspendiendo el evento dadas las terribles circunstancias que se están viviendo en Managua.

Pero Sergio se quedaba corto en sus presagios. Lo que tendríamos que ver en las siguientes semanas los superaban con creces. Ya hay 325 muertos por la represión policial, que dispara a matar, directamente al corazón y a la cabeza a la población desarmada.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha mostrado su preocupación por la violación de derechos humanos en Nicaragua y decenas de países han condenado los últimos enfrentamiento (de los latinoamericanos todos menos Bolivia y Venezuela). Hace poco el gobierno lanzó un ataque militar a gran escala contra la ciudad de Masaya, el bastión de los manifestantes. Los activistas denuncian que existen cuartos de torturas para los jóvenes detenidos, que se usaban en la dictadura de los años 70.

El escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka decía hace poco en un artículo que el gran cronista que fue Ramírez para retratar la dictadura de Somoza ahora está escribiendo sobre el “nuevo heroísmo popular” que emerge en Nicaragua contra los viejos sandinistas que hoy apelan al orden y a la paz, mientras aplastan y matan.

Ortega fue uno de los líderes de la revolución sandinista y hoy los jóvenes que se han levantado contra sus intentos de perpetuarse en el poder pese al rechazo popular le llaman el nuevo Somoza. Como el dictador, ha terminado traicionando los ideales de transformación y emancipación que lo movilizaron hace cuarenta años por sus propios intereses personales.

Y junto a su esposa, Rosa Murillo, una auténtica generala new age, no disimulan ya su gobierno dinástico, revisionista, ni sus millones petroleros, ni su codicia, ni su autoritarismo y, ahora tampoco, la sangre de universitarios nicaragüenses que manchan sus manos. “El Frente Sandinista ni es de izquierdas ni representa la memoria de la revolución”, decía con razón en este mismo diario la activista nicaragüense Rebeca Mora.

En efecto, el de Nicaragua ya no es un gobierno sandinista y mucho menos de izquierda y por eso nadie que crea en la justicia social y en el cambio debe dejar de cuestionar las salvajadas de Ortega y los fracasos de gobiernos que una vez fueron el reflejo de las demandas de su pueblos y hoy son sus sicarios. Ante la negativa del gobierno boliviano de condenar las violaciones a derechos humanos que en nombre de la democracia se están cometiendo en Nicaragua la feminista María Galindo ha comparado, guardando las distancias, a Morales con Ortega por la manera en que ambos se han apropiado de revoluciones para su propio beneficio, convirtiéndose en caudillos y “devorando” los poderes del Estado.

No sé cómo explicarlo pero seguro que algunos me entienden: yo cuando era niña no conocía Nicaragua y por ahora no voy a poder conocerla, pero la quería mucho, por cosas que me emocionaban en su abstracción, como la justicia y el cariño de un pueblo sufrido por otro pueblo sufrido, cosas de oprimidos, supongo, en pie de lucha. Y los diminutivos me embargaban con la canción de Mejía Godoy: “Ay Nicaragua, Nicaragüita, la flor más linda del mi querer… pero ahora que ya sos libre Nicaragüita, yo te quiero mucho más”. Estábamos tan lejos pero la mirábamos con orgullo de pequeños, cuando Silvio decía en esa canción urgente que le dedicó a Nicaragua: “Ahora el águila tiene su dolencia mayor: Nicaragua le duele pues les duele el amor”. ¿Cuándo volverá a ser libre?

Ayer vi un vídeo de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nicaragua, atrincherados desde mayo. Mientras eran reprimidos con balas del Estado se despedían en un vídeo en vivo de sus familias: “perdóname, mamá, salí a defender mi patria, te amo”. Cuando un sueño revolucionario muere, nace otro. Sandino vive.

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